¿Judíos o descendientes de judíos? Esa es la cuestión
El presidente argentino, Javier Milei, no es judío. Es católico. Sin embargo, utiliza textos judíos (comparte versículos bíblicos de la Torá en hebreo y cita relatos bíblicos en sus discursos), símbolos judíos (el Shofar, Talit y otros objetos en actos de campaña) y muestra una fuerte conexión con parte de la comunidad judía local (especialmente con Jabad Lubavitch y su rabino de cabecera, Wahnish). Además, es un fervoroso defensor del Estado de Israel.
La presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, es de ascendencia judía. Su padre es de origen Ashkenazi y su madre de origen Sefaradí. Se considera no religiosa, no tiene contactos conocidos ni frecuentes con la comunidad judía local (excepto algún acto proselitista de campaña), no observa públicamente (ni aparentemente en privado) tradiciones judías, y no muestra interés en la experiencia judía como parte de su vida. En relación al Estado de Israel, es, por el momento, indiferente (aunque sus detractores dentro de la comunidad judía afirmarán que es pro-palestina).
No es mi intención aquí opinar sobre la política económica o social de ambos presidentes. Uno se encuentra en la derecha del espectro político y la otra en la izquierda. No conozco lo suficiente sobre la política mexicana (ni me interesa, para ser sincero) como para juzgarla, y en cuanto a la argentina, este no es el lugar para compartir mis opiniones. Tampoco quiero entrar en el terreno de aquellos que, por ideologías políticas opuestas a Milei o a Sheinbaum, los descalifican de entrada y no consideran su identidad judía por sus ideas. Están aquellos que se escandalizan con Milei por sus ideas libertarias o quienes acusan a Sheinbaum de renegada por negar su tradición o alinearse ya sea con el mundo pro-palestino o con la izquierda en general. Como rabino apasionado por todo lo relacionado con lo judío, comparar el fenómeno de ambos presidentes y lo que nos enseña sobre la pregunta de quién es judío es lo que despierta mi interés.
Desde la Ley judía, la Halajá, Claudia es sin duda judía (a pesar de su casi total desinterés), mientras que Javier no lo es (a pesar de su conocimiento, práctica e interés). La ley judía define como judío a quien nace de madre judía o se convierte al judaísmo; la autopercepción personal no es muy importante.
El movimiento reformista rompió con esta definición de casi 2000 años de historia en 1983, definiendo como judío a quien tiene madre (o padre) judío y se autopercibe como tal y reafirma públicamente esta condición mediante actos. Según esta segunda definición de quién es judío, Claudia, a pesar de tener ambos padres judíos, no sería considerada judía ya que no reafirma mediante actos concretos su condición. Javier tampoco sería judío ya que, si bien manifiesta su interés a través de actos concretos, sus padres no son judíos, es de origen católico y nunca pasó por un proceso formal de conversión.
Una tercera definición, la de Sartre, diría que ambos son judíos ya que «judío es aquel que el otro/antisemita define como tal». Muchos presentan directamente al presidente argentino como judío (aunque él se esfuerce en reafirmar que no lo es) y durante la campaña electoral algunos, basándose en viejos prejuicios antisemitas, extranjerizaron a Claudia como judía-europea y no mexicana (aunque ella se identifique poco o nada con el judaísmo).
En tiempos de autopercepción e identidades líquidas, donde cada uno puede autodefinirse como desee, Milei está mucho más cerca de autopercibirse judío, mientras que Sheinbaum no.
Un cuadro para resumir:
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El caso paradigmático de estos dos presidentes debe ayudarnos a seguir pensando y complejizando la pregunta de quién es judío. A título personal, creo que estas cuatro definiciones que comparto son todas interesantes pero, a su vez, incompletas.
Por un lado, la definición halájica de quién es judío, si bien deja de lado la autopercepción personal y toda práctica concreta, deja abierta la posibilidad de que en cualquier momento, en esta generación o la siguiente, la persona retome su vida, práctica y filiación personal con el judaísmo.
Por otro lado, la definición reformista suma la categoría de reafirmación personal con prácticas concretas, pero es muy esquiva. ¿Qué es una práctica concreta? Todos poseemos múltiples identidades y en momentos de la vida algunas pesan más que otras; si por un año no hago nada “judío”, ¿pierdo así mi condición? Difícil de juzgar.
La definición del otro (o la mirada del antisemita) siempre estará presente; Sheinbaum siempre sonará más judío que Milei, y no importa cuánto uno intente negar una identidad si el otro, desde su prejuicio, ya decidió que somos judíos, moriremos entonces con esa identidad, pero nadie puede construir una identidad solo a través de la mirada del otro.
La última definición, la de la autopercepción, también es muy endeble (pero importante). Vivimos en tiempos donde muchos se “sienten judíos” (especialmente cristianos de origen católico o protestante que luego transicionaron a iglesias evangélicas y luego continuaron su camino acercándose a organizaciones como Judíos por Jesús o similares), pero que a los ojos del judaísmo “institucional” no son judíos porque creen en Jesús como el Mesías. Por otro lado, decenas de diarios de la comunidad judía y cientos de cuentas en redes sociales mencionaron que la nueva presidenta de México será la primera “mujer y judía” presidenta en México, mientras que la condición de Claudia como tal no la reafirma ella, sino que le es esquiva porque quizás simplemente no le interesa la identidad judía.
No estoy capacitado para resolver ningún debate ni dar una respuesta concluyente al respecto, pero me gustaría, sobre el caso de Claudia Sheinbaum, arrojar una posible forma de encarar un fenómeno contemporáneo. Creo que, de la misma forma que hablamos de “descendencia italiana” y de italianos, podríamos/deberíamos hacer lo mismo en relación a personas de “descendencia judía” y personas judías. En este sentido, Claudia Sheinbaum es sin duda de descendencia judía, así ella lo afirma y lo cuenta (abuelos escapándose del Holocausto y con recuerdos de cenas familiares en las festividades de pequeña), pero no necesariamente se la puede considerar judía. Lo digo especialmente porque ella no reafirma su condición de judía como tal. Y creo yo, habría que respetar esa decisión. Sería violento en nuestros tiempos endilgarle al otro una identidad con la que no se identifica ¿no creen?
Y no hablo aquí de ideología política. Sus padres decidieron criarla fuera de la comunidad judía organizada de México, no mandarla a Tnuot Noar (movimiento juvenil) como Hashomer HaTzair (representando a la izquierda socialista judía) o a la escuela yidishe (escuela de la red escolar judía mexicana también con un origen cultural-no religioso y más de izquierda), y luego ella, por motu propio, no decidió involucrarse judaicamente a lo largo de su vida, ni formar una familia judía (su esposo es Jesús, lo que dio a un malentendido jocoso en redes sociales cuando se tradujo un posteo al inglés), ni llevar símbolos o rituales judíos en su vida adulta (se la vio en más de una oportunidad con crucifijos en actos de campaña pero esto podría ser meramente política…) ni hacer de la biblioteca judía uno de los pilares en sus búsquedas académicas o políticas. Y digo todo esto sin juzgar en absoluto.
Quizás, por su descendencia, como todos nosotros en momentos de nuestras vidas ahondamos en parte de nuestra identidad y nuestra biografía, vuelva a conectarse con el judaísmo o quizás sus hijos en algún momento lo hagan (como muchos otros que en la modernidad abandonaron o dejaron a un lado su judaísmo para ser recuperado por una generación después o la subsiguiente). Como judíos nos encanta (¿o debería decir “me encanta”?) “encontrar judíos”, descubrir que algún actor es hijo de judíos, o que el apellido original de tal o cual persona es Cohen o Levy, pero deberíamos no “ahogar” al otro con nuestra proyección de identidad y permitirle a la otra persona que se identifique o no, más allá de quienes son sus padres o abuelos, como judío o no.
En otras palabras, mi sugerencia cuando personajes como Claudia Sheinbaum (o Axel Kiciloff en la Argentina) aparecen en escena es cambiar el lenguaje y expandir nuestros horizontes de identidad para no referirnos a ellos como judíos sino como de descendencia judía y aquí la diferencia fundamental estaría dada en la autopercepción de la persona. Sin duda Claudia es de origen judío pero ¿es judía?
La identidad judía, creo yo, se da por una biografía (ambos padres o alguno de los padres, incluso quizás un abuelo; o una conversión) pero luego se debe reafirmar con una búsqueda personal traducida en actos concretos (ya sean religiosos o no), una filiación tribal con la comunidad judía (en sentido amplio), prácticas, símbolos, lecturas y una relación (aunque sea en tensión) con Israel como único Estado judío del mundo. Solo la biografía, tener un padre o ambos padres judíos, no debe condicionar a la persona a ser judía sino tan solo de descendencia judía, y ahora es responsabilidad de cada quien reafirmar aquella biografía (¡recuerdos de la infancia!) en la vida diaria y como parte de la identidad de uno para ser considerado judío. De lo contrario, uno podría ser (y no tiene nada de malo, es solamente una noción descriptiva) descendiente de judíos.
¿Qué opinan? Los leo.
Rabino Uriel Romano