«Por lo tanto, nosotros, miembros del Consejo del Pueblo, representantes de la comunidad judía de Eretz Israel y del Movimiento Sionista, nos reunimos aquí en el día de la terminación del Mandato Británico sobre Eretz Israel y, en virtud de nuestro derecho natural e histórico y basados en la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas, proclamamos el establecimiento de un Estado Judío en Eretz Israel, que será conocido como el Estado de Israel».
Con estas palabras y con una voz quebradiza y, a su vez, potente (que quedó registrada para la posteridad), David Ben Gurion declara la independencia del primer país soberano judío sobre la Tierra de Israel después de 1900 años. Ese 14 de mayo de 1948 fue un día histórico para nuestro pueblo. Desde 1880, judíos habían comenzado a soñar con un día volver a tener un Estado en su tierra ancestral. En 1897, Herzl en Basilea (Suiza) había sentado las bases del sionismo político y realizador. En 1917, Gran Bretaña había visto con buenos ojos el Establecimiento de un Hogar Nacional judío en Palestina. El 29 de noviembre de 1947, las Naciones Unidas habían votado por la partición del Mandato de Palestina y el Establecimiento de dos Estados: uno árabe y uno judío. Y el 14 de mayo de 1948, ese Estado se hacía realidad. Ahora bien, ¿qué nombre debía tener? ¿Cómo llamar a aquel «Estado judío en Eretz Israel»? Hoy lo conocemos como «Estado de Israel», pero la historia podría haber sido otra.
En los meses previos a la creación del Estado de Israel, intelectuales del movimiento sionista y del Yishuv (asentamiento judío en el territorio de Palestina) se debatían qué nombre debía tener el futuro Estado judío. Piensen, aquellos que son padres, cuánto tiempo debatieron y ponderaron qué nombre ponerle a sus hijos. Un nombre no es un dato más. Un nombre es la esencia, la neshamá (el alma) de aquello que creamos. La noción de que hashem gorem, literalmente significa «el nombre causa» y se podría traducir mejor como «nomen est omen», es un concepto judío fundamental que aparece por primera vez en el Talmud babilónico (Brachot 7b), que expresa la idea de que los nombres influyen en el carácter y determinan el destino y el futuro de quienes los llevan. ¡Cuánto más para un Estado! Si dos judíos tienen tres opiniones, ¿cómo se habrán puesto de acuerdo con el nombre de Estado de Israel?
Empecemos con aquellos nombres que fueron sopesados como opciones pero luego descartados.
Medinat Ever (Estado de Eber): Eber era el antecesor de Abraham, del cual deriva su apelativo Abraham el «Hebreo» (Ivri). De aquí también viene el nombre de nuestro idioma nacional, el hebreo. El resurgimiento del hebreo como lengua cotidiana fue uno de los grandes éxitos del movimiento sionista, sumado a esto fue la primera denominación de nuestro pueblo «los hebreos» y en muchos idiomas (como el italiano) hasta nuestros días nos llaman «Evrei». Sin embargo, al parecer, no tuvo muchos votos y hoy no viajamos a visitar a nuestros familiares al «Estado de Eber».
Medinat Yehudah (Estado de Judea): Este nombre podría haber sido uno de los grandes contendientes ya que uno de los dos reinos en los tiempos bíblicos se llamaba Judea, es el reino que más tiempo se mantuvo en pie y fue también la denominación en persa, griego y luego latín del territorio que por siglos siguió viviendo nuestro pueblo. Sin embargo, decidieron no llamarlo así ya que las «colinas de Judea», según la partición de Palestina de 1947, no estarían dentro del territorio del futuro Estado judío, por lo cual sería una contradicción de sentido llamar a un nuevo país por una región de la cual no está dentro de sus límites territoriales.
Medinat Zion (Estado de Sión): Este fue también uno de los grandes contendientes. Zion es uno de los términos bíblicos para referirse a Jerusalén, pero con el correr de los siglos pasó a denominar a toda la extensión de la tierra de Israel (Incluso en el Hatikva aparece este nombre «Erez Zion viyrushalaim»!). El movimiento político judío para retomar la soberanía judía en la tierra de Israel proviene de aquel término: sionismo (movimiento hacia Sion). Y sin embargo, por una connotación un tanto religiosa para algunos en la comitiva y por cuanto también hacía referencia a Jerusalén, que no sería parte del futuro Estado judío, este nombre no ganó la pulseada. ¡Impresiona el pragmatismo incluso en la elección del nombre que demuestra que para el sionismo una parte era mejor que la nada, que estaban dispuestos a sacrificar las colinas de Judea e incluso Zion (Jerusalén) en aras de tener un Estado autónomo!
Herzliya (Estado de Herzl): ¿Cuántas ciudades o provincias en todo el mundo son llamados por su conquistador o su fundador? Algunos sionistas también pensaron que el futuro Estado judío debía adoptar el nombre de aquel soñador que hacia fines del siglo XIX sentó las bases de todo un movimiento político que resultó en la creación de un Estado. Theodor Herzl era su nombre, por lo cual el Estado debía llamarse Herzlia… este nombre no prosperó y de él solo nos queda una hermosa ciudad al norte de Tel Aviv con un puerto deslumbrante.
Palestina: Incluso, aunque no lo crean, uno de los nombres pensados para el futuro Estado judío era ¡Palestina! Aunque nos parezca increíble hoy en día así fue… ¿Por qué? Porque ese fue el nombre de aquel territorio desde 135 e.c. cuando el emperador Adriano le cambió el nombre de Judea a Palestina tras derrotar al ejército judío de Bar Kojva. Durante la Edad Media y especialmente en la Edad Moderna, en diversas fuentes judías, al territorio se lo denomina Palestina y a los judíos que allí residían se los llamaba «judíos palestinos». Si bien hoy, por motivos políticos, muchos judíos se «despegan» de aquella denominación, el pueblo judío adoptó como propio el término Palestina y el gentilicio palestinos para los nuestros que allí vivían por siglos. ¡¿Y entonces por qué no fue elegido como el nombre del Estado judío?! Mipnei Darchei Shalom, en aras de la paz, diría el Talmud. Los asambleístas deciden no denominar al Estado Judío Palestina ya que generará confusión al establecerse el Estado árabe a la par del judío, como había establecido la resolución de las Naciones Unidas, y seguramente, ellos pensaban, aquel futuro Estado árabe sería llamado «Estado de Palestina» y esto causaría sin duda una gran confusión tener dos Estados de Palestina uno al lado del otro. ¿No lo ven maravilloso? Incluso pensando el nombre del futuro Estado están considerando a sus vecinos, en su Estado también y en la armonía entre los pueblos. ¡Lo encuentro fascinante y conmovedor!
Y ahora sí, el gran ganador:
El Estado de Israel: este nombre fue propuesto por el mismísimo David Ben Gurion, y como solía hacer en aquel tiempo, él siempre ganaba la pulseada. En una votación de 6-3, este nombre salió como ganador y el primer Estado soberano judío en 1900 años adoptaría el nombre: «Estado de Israel». ¿Por qué este nombre? Aquí es donde humildemente me gustaría ofrecer algunas respuestas no históricas sino rabínicas y espirituales de la elección del nombre Israel.
- Del reino unificado de Israel al Estado unido de Israel: En tiempos bíblicos, a finales del siglo XI a.e.c., es el rey Saul quien establece el primer (y único) reino unificado de la historia judía y lo denomina Maljut Israel, reino de Israel. Las doce tribus, simbolizando la pluralidad y diversidad de nuestro pueblo, unidas bajo un único mando, con una sola capital y con fronteras definidas. Quizás al denominar Israel al futuro Estado Judío Ben Gurion quería sugerir que ese debe ser también nuestro destino: volver a reunir a todo el pueblo judío bajo una misma guía y destino, unir a todas las tribus modernas judías bajo un mismo suelo. Volver a estar unidos en nuestra tierra.
- De lo torcido a lo enderezado: una de las etimologías posibles del término Israel es «Yashar-El» (recto frente a Dios). Recto en contraposición a lo torcido. Esto nos remonta a nuestra propia Parashá donde aparece este nombre por primera vez. Yaakov (Jacob) es «el torcido», nace agarrando el Ekev (tobillo) de su hermano tratando de tomar ventaja y nacer primero, Yaakveni (engaña) a su padre y se aprovecha de su hermano dos veces, es también él mismo engañado por su suegro dos veces, y así luego de luchar contra el ángel y quedar cojo de una pierna (!) espiritual e intelectualmente se endereza. Deja de ser Yaakov «el torcido» para pasar a ser «Israel» el recto. Tomando como metáfora un famoso cuento llamado «Vehaya he’akov lemishor – And the Crooked Shall Be Made Straight» escrito por Shmuel Yosef Agnon (1912), podríamos decir que de la misma forma que Yaakov se enderezó y se convirtió en Israel, el establecimiento del estado de Israel hizo Yashar al pueblo judío, enderezó a pueblo judío nuevamente. No en un sentido ético sino político. El pueblo judío durante la Edad Media estuvo «torcido», incomprendido, perseguido, excluido de la vida política, social e intelectual de los diversos reinos e imperios en los cuales vivía, el sionismo y la creación del estado judío venían a transformar a la congregación de Jacob (Kehilat Yaakov) en el la comunidad de Israel. A enderezar el destino y a poner nuevamente el destino del pueblo judío en sus propias manos.
- Israel como símbolo de una pelea eterna: cuando en nuestra Parashá Jacob lucha con el ángel y luego de vencer en la batalla le pide al ángel que lo bendiga él es quien le pone su nuevo nombre «Israel» porque «luchaste con Elohim y con los seres humanos y has prevalecido». El nombre Israel tiene también su potencial raíz en Sarita, un término que denomina una pelea, una batalla. Israel es aquel que pelea contra Elohim y contra los hombres y prevalece. Esa es quizás la esencia de nuestro pueblo. A lo largo de la historia hemos librado cientos de batallas culturales y políticas como pueblo y hemos prevalecido. Quizás no como individuos, muchos han perecido en el camino, pero sí como pueblo. Como judíos nacemos con la certeza, como cualquier otro ser humano, de que en algún momento moriremos, pero también con la certeza de que nuestro pueblo vivirá por siempre.
- Israel y los patriarcas: como una última noción, Israel es volver a nuestro origen. El sionismo no es un colonialismo sino un proyecto de retorno, de volver a nuestra tierra y nuestro origen. Y es así que el propio nombre de Israel incluye en cada una de sus letras a nuestros 7 patriarcas y matriarcas. La Yud de Itzjak e Yaakov, la Sin de Sará, la Reish de Rivká y Rajel, la Alef de Abraham y la Lamed de Lea. Al volver a nuestra tierra también nos reconectamos con nuestra fuente, volvemos a nuestro origen para recuperar nuestra soberanía política, sino nuestra independencia espiritual e intelectual. Regresamos a la tierra de nuestros patriarcas para que ellos, sus enseñanzas y su legado se hagan realidad. Cada uno de nuestros Avot e Iamot, patriarcas y matriarcas, recibieron la promesa de que su descendencia sería extensa y que poseerían aquella tierra. 3600 años después esa promesa se hizo realidad. Con Israel, el pueblo judío volvió a la tierra de sus patriarcas.
“PROCLAMAMOS EL ESTABLECIMIENTO DE UN ESTADO JUDIO EN ERETZ ISRAEL, QUE SERÁ CONOCIDO COMO EL ESTADO DE ISRAEL”… 75 años después seguimos celebrando y defendiendo nuestro Estado llamado Israel. Por nuestros antepasados que la soñaron, los jalutzim (pioneros) que la construyeron, por nuestros hermanos y hermanas que allí viven, y por todos los judíos del mundo que reposamos nuestros ojos y corazones en nuestra amada Israel.
Shabat Shalom,
Rabbi Uri