El judaísmo, una cita constante
[Introducción a la primera edición del libro «Fragmentos del Cielo» del Rabino Gustavo Suraszki, 2021]
Enseña el Talmud: “Todo aquel que cita en nombre del autor trae redención al mundo” (b. Meguilá 15a). Incluso antes de las leyes de copyright, la legislación rabínica nos ordenó siempre citar la referencia, siempre citar las fuentes. ¿Por qué?
En primer lugar, citamos la fuente y al autor porque no hacerlo sería robar. Esta es la interpretación clásica rabínica (Midrash Tanjuma, Bemidbar #22) del pasaje de proverbios que nos dice: “No robes al pobre, porque es pobre” (Prov. 22:22). Pobre no es solo aquel que no tiene los recursos materiales para sustentarse, sino también en esta lógica quien no se encuentra presente (ya sea por distancia o porque falleció), y en consecuencia no puede defenderse. Citar es dar dignidad.
En segundo lugar, citamos para traer redención al mundo, esto nos lo dice explícitamente Rabí Eleazar (en nombre de Rabí Janiná). Él lo aprende de Ester, quien, al hablar con Ajashverosh, lo citó a Mordejai (Ester 2:22) y este acto comenzó el proceso de redención del pueblo de Israel en Persia. Una cita comenzó la salvación de nuestro pueblo hace más de 2500 años y una cita, dicen los Sabios, puede también redimir al mundo. ¿En qué sentido? Citar es también un acto de humildad y es quizás esa virtud la que logre generar un mundo mejor, donde cada uno no intente ocupar el lugar del otro, sino aprender del otro y darle el lugar que merece.
En tercer lugar, citamos para sabernos parte de una herencia cultural que no comenzó con nosotros, sino que somos sus continuadores. El judaísmo se constituye en una cadena milenaria conocida como la Torá shebeal Pe, la “Torá Oral”, que es transmitida de generación en generación; literalmente, una cadena que comenzó al pie del Monte Sinaí y que continúa hasta nuestros días, de maestro a alumno, de padre a hijo. Parte de esta cadena quedó plasmada en los primeros dos capítulos de Pirkei Avot, en el cual el citado se mezcla con la transmisión (“Él dijo”, “Él recibió”). El judaísmo, desde hace más de 3000 años, se basa en una intertextualidad, en citar una fuente que nos precede para luego poder transformarla e interpretarla, ponerle nuestra propia voz y cariz. No es como el juego del teléfono roto, sino que es la conversación viva del judaísmo a lo largo de nuestra historia.
En cuarto lugar, citamos para inmortalizar la obra de un autor. El Talmud (j. Shekalim 2:5) nos cuenta que cierta vez, el gran Rabí Iojanan se enfadó con su alumno Rabí Eliezer ben Pedat por haber enseñado algo sin mencionarlo a él como el transmisor original de aquella halajá. El propio Talmud cuestiona al comienzo esta actitud, no entendiendo por qué le interesa tanto ser citado (si acaso es una cuestión de ego)… pero no. La respuesta la da Shimon ben Nezira en nombre de Rabí Itzjak: “Todo sabio que es citado en este mundo, sus labios se mueven en la tumba”. Según nuestra tradición, entonces, citar es un acto de eternizar a un sabio que físicamente ya no está con nosotros, pero que sus palabras y sus enseñanzas se mantienen. Por eso mismo dicen los Sabios que los justos no necesitan lápidas, ya que sus palabras son su recuerdo (ad. loc.). Al citar, mantenemos vivos a Sabios que vivieron hace miles de años. Por eso, al estudiar en las fuentes a nuestros antepasados no decimos, por ejemplo, “Rashí dijo”, sino “Rashí dice”. Rashí, por nombrar a un sabio citado con frecuencia, no nos habla desde el pasado, sino que nos interpela desde el presente.
Por todas estas razones, y quizás por algunas más, el judaísmo se constituye como una cita constante. BeTrei Mashmá, con doble sentido, diría un sabio talmúdico. Cita en el sentido de fuente y cita en el sentido de encuentro. BeTrei Mashmá, con doble sentido, nuevamente, ya que, como lo vemos en varios relatos bíblicos, el lugar de encuentro en la antigüedad era especialmente alrededor de una fuente de agua. Los judíos nos encontramos alrededor de nuestras fuentes. Y no es casualidad, entonces, que una y otra vez la propia Torá y sus enseñanzas sean comparadas con el agua. Es esa agua la que nos permite vivir como judíos, sumergiéndonos en sus enseñanzas y extrayendo de ellas profundas reflexiones para nuestra vida cotidiana.
Este libro honra esta tradición en múltiples sentidos. El rabino Gustavo Surazski fue muy meticuloso en su traducción de cada una de las fuentes clásicas y en la citación de las mismas (tarea que luego perfeccionó con la meticulosidad que lo caracteriza el rabino Natán Waingortin). Otra de las riquezas de este libro, y sus citas, radica en su pluralidad. El lector podrá leer cada Parashá a los ojos de antiguas interpretaciones clásicas del Midrash o el Talmud, siguiendo el razonamiento de algún exégeta judío medieval clásico como Rashí o el Ramban, gozando de un jidush (novedad) de los grandes maestros jasídicos, o bien también a la luz de autores contemporáneos desde sus disciplinas particulares. A esta pluralidad también se le suma la voz propia de los rabinos Gustavo Surazski y Manes Kogan, quienes ingresan al texto con su voz humilde entre gigantes del pasado, afirmando que cada uno, en cada generación, tiene una voz propia y una nueva lectura para enriquecer y expandir el palacio de la Torá. Sus interpretaciones quedan aquí registradas, entonces, para luego comenzar a ser citadas en sus nombres.
Para concluir, al gran Raban Iojanan ben Zakai se lo recuerda, entre otras cosas, por interpretar varios versículos bíblicos “KeMin Jomer” (t. Baba kama 7:2). ¿Qué significa “KeMin Jomer”? Algunos lo interpretan como una suerte de corona de oro utilizada para embellecer a quien lo porta (Rashí a Sotá 15a), otros como un perfume (ver. Shabat 82a). Saadia Gaon, por su parte, conecta la palabra Jomer con un acto o un relato edificante y por último, Rabí Hilel nos dice que es como “una piedra preciosa” (ver Tosafot ad. loc.). Este libro es una fantástica colección en español de estas “perlas de la Torá”. Cada una de estas enseñanzas son “KeMin Jomer”, que embellecen aún más a los ya hermosos pasajes de nuestra Torá, que le otorgan fragancias que permanecen en nosotros aun con el paso del tiempo, que nos ofrecen reflexiones renovadas y ejemplos concretos para actualizar en nuestra vida los versículos bíblicos.
Este libro es un libro de citas para continuar nuestra cita diaria y eterna con nuestro texto, nuestra historia y nuestra esencia.
Rab Uriel Romano
Buenos Aires, Argentina
23 de junio de 2021