Skip to main content

Al comienzo de nuestra Parashá muere nuestra matriarca Sará. Hacia el final de nuestra Parashá nuestra segunda matriarca Rivká ingresa junto a Itzjak a la antigua tienda que le solía pertenecer a su madre Sará(Gen. 24:67).  

 

Y sobre este pasaje los Sabios nos cuentan un Midrash maravilloso: “Durante todos los días de la vida de Sará una nube estaba atada a la entrada de su tienda, cuando murió Sará aquella nube desapareció pero al ingresar Rivká la misma regresó” (Bereishit Rabbah 60:16). Lo mismo, nos dicen los sabios, sucedió con la puerta siempre abierta de aquella tienda, la bendición que reposaba sobre la masa y una vela que estaba encendida de Shabbat a Shabbat. Todas estas bendiciones que reposaban en la tienda de Sará al morir ella desaparecieron y regresaron cuando Rivká entró nuevamente a aquella tienda. 

 

Una nube símbolo de la protección, refugio y acompañamiento como las “nubes de gloria” que acompañaban al pueblo de Israel durante la travesía por el desierto. 

 

Una puerta abierta símbolo de la hospitalidad y el encuentro con el Otro como expresa Pirkei Avot: “Que tu casa esté abierta de par en par, que los necesitados sean miembros de tu hogar” (1:5)

 

Una masa bendecida símbolo del sustento, de las comidas que alegran el corazón y que nos unen a través de una mesa con generaciones pasadas, con sabores de antaño. 

 

Una vela encendida cada Shabbat símbolo del Shalom Bait, la paz en el hogar, como indica el Talmud (b. Shabbat 23a), símbolo de la luz, la constancia y la continuidad. 

 

Esta era la tienda llena de vida de Sará. Y todas estás bendiciones desaparecen tras su muerte. Y sin embargo la nube vuelve a reposarse sobre ella, la puerta vuelve a abrirse, la masa vuelve a leudar y la luz vuelve a encenderse cuando Rivká ingresa allí por primera vez. Para enseñarnos, como dice Rabi Yosi: “No es el lugar quien honra a la persona sino la persona quien honra al lugar” (b. Taanit 21a). No era la tienda quien traía la bendición sino quienes la habitaban. Los lugares, las paredes, las instituciones por más bellas y grandes que sean no son nada sin su gente; son las personas las que honran, dan vida y bendicen los lugares que habitan. 

 

Así sucede con nuestros hogares y nuestras sinagogas. Que nuestra presencia en ellas pueda siempre honrar a los lugares que nos albergan. LeDor vaDor, que de generación en generación, podamos comenzar la tarea que comenzaron Sará y Rivká con la entrega de aquel primer testimonio. Que nuestros hogares y nuestras sinagogas nunca queden vacías de su manto protector, que sus puertas nunca cierren, que la comida abunde en ellas y que la luz siempre este encendida hasta la eternidad. 

 

Shabbat Shalom,

Rab. Uri

Leave a Reply