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Hay un pasaje en nuestra Parashá que siempre me resultó maravilloso. Moshé le está recordando al pueblo de Israel todas las maravillas que D-s hizo por ellos durante la travesía por el desierto y en ese contexto les dice: “sus ropas no se gastaron y sus pies no se hincharon durante estos cuarenta años” (Deut. 8:4). ¿Cómo puede ser que durante cuarenta años las ropas de cientos de miles de judíos viajando por el desierto no se echaran a perder? ¿Cómo puede ser que sus pies no se hayan hinchado después de caminar día y noche por años?

 

Hay un famoso debate medieval al respecto. Rashí “el Ashkenazí” (1040-1105, Troyes) de un lado del cuadrilátero defendiendo la hipótesis “milagrosa” y del otro Abraham Ibn Ezra “el Sefaradí” (1089-1167, Tudela) con una lectura más de orden natural y lógica. 

 

Rashí, basado en el Midrash (Shir Hashirim Rabá 4:11), nos dice que esto sucedió porque las “nubes de gloria” limpiaban cada día la suciedad de las ropas y las planchaban haciéndolas ver como si fueran nuevas cada día. Y es más tampoco debían cambiar las ropas cuando iban creciendo ya que “la ropa crecía conjuntamente cuando sus niños crecían”. 

 

Ibn Ezra, por otro lado, nos decía que en realidad hay una respuesta mucho más lógica: “los hijos de Israel se llevaron muchos pares de ropa cuando salieron de Egipto” y los iban cambiando cada vez que su ropa se gastaba. Y si esa idea no conforma a muchos nos sugiere que otra lógica podría ser que el Maná que caía del cielo no producía que la gente sude (ergo la ropa no se dañaba tanto). Y en relación a cómo fue que los pies no se hincharon de tanto andar simple: D-s los hizo caminar muy lento y con muchos descansos entre marcha y marcha. 

 

El Ramban (1194-1270, Castilla) conociendo las interpretaciones de ambos contendientes falla a favor de Rashí. Y creo que tiene razón. Claramente nuestra Torá quiere decirnos que de forma milagrosa durante cuarenta años el pueblo de Israel no tuvo que ocuparse de sus vestimentas ni de sus cuerpos, y tampoco de su comida (pues caía el maná) ni tampoco de un techo (ya que eran acompañados por las nubes de gloria). La pregunta más importante ahora es ¿para qué? Según el Bejor Shor (s. XII, Francia) para que puedan ocuparse de “estudiar la Torá y de cumplir las Mitzvot”. No tenían excusas, todas sus necesidades materiales estaban cubiertas, disponían del tiempo y de todo lo necesario para nutrir su intelecto con Torá y su alma con Mitzvot. 

 

Esto nos hace preguntarnos ¿Qué haríamos nosotros si todas nuestras necesidades materiales estuvieran cubiertas? ¿En qué invertiríamos nuestro tiempo? ¿Nos volveríamos holgazanes y bon vivant? Cuando nuestras necesidades elementales (comida, vestimenta y techo) no están cubiertas toda nuestra vida se nos va en intentar asegurarnos las mismas. Ahora bien, si somos lo suficientemente privilegiados como aquella generación del desierto, y tenemos comida, vestimenta, techo y salud ¿Qué hacemos con nuestro tiempo? La respuesta de nuestra tradición es inequívoca: dedicarnos a cultivar nuestro intelecto y nuestra alma. A seguir nutriendo nuestros conocimientos y nuestra sensibilidad espiritual. Y por sobre todo cumpliendo mitzvot que ayuden a este mundo a ser un lugar mejor. Si D-s no está aquí para obrar milagros, que podamos ser nosotros hacedores de milagros a través de nuestras manos imitando a D-s y asegurándonos que a nadie le falte comida, vestimenta y techo. 

 

Shabat Shalom,

Rab. Uri

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