En el Salmo 136, que cantamos cada Shabbat, alabamos a Dios por “haber dividido el Mar Rojo en partes” (136:13). Aquél versículo no dice que Dios abrió el mar rojo (o mejor dicho el mar de los juncos – Iam Suf) en dos dejando pasar al pueblo de Israel por el medio y cerrándolo cuando se acercaban los egipcios persiguiéndonos por detrás sino más bien que lo dividió “en partes”. Rashí comenta al respecto diciendo: “doce caminos para las doce tribus”. En muchas representaciones nos imaginamos a todo el pueblo de Israel caminando todos juntos en una gran hilera y sin embargo un antiguo Midrash nos enseña que cada tribu tenía su propio pasaje, su propio camino.
A cada tribu Dios le hizo como una cúpula de agua congelada por la cual atravesar el mar. Y sin embargo las paredes que los separaban eran transparentes como el agua y podían verse los unos a los otros. Cada tribu, nos enseñan nuestros maestros, tenía su característica particular, su forma particular de conectarse con Dios y con la Torá; por lo cual cada una tenía su camino.
Esta hermosa metáfora nos debe inspirar a todos nosotros hoy en día para comprender que hay diversas formas y diversos caminos para vivir nuestro judaísmo. Hoy ya no hay doce tribus pero sí hay muchos movimientos y manifestaciones del ser judío. Y cada una de ellas es valida. Cada una de ellas es un camino, un sendero. Y Dios tal como en el mar de los juncos no creó un único sendero para conducir al pueblo hoy no existe un único camino para conectarnos con Dios, con la Torá y con el judaísmo en general.
Nuestra responsabilidad es elegir que sendero transitar, sabiendo que no es el único, teniendo los ojos abiertos hacia nuestros costados y viendo que otros eligen otros caminos pero siempre sabiendo que todos nos conducimos hacia un único lugar, hacia nuestra tierra prometida, tal como lo harían nuestros antepasados hace 3200 años al cruzar el mar.
Shabbat Shalom,
Rab. Uri