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“D´s creó al ser humano porque ama los relatos” (Elie Wiesel)

 

Aristoteles define al ser humano como un Zoon Politikon, “animales políticos-cívicos”. Es decir que nuestra diferencia con el resto de los animales es que somos seres sociales y racionales. Bueno… muchas veces no somos ni sociables ni racionales… Saadia Gaon por su parte define al ser humano, según su traducción del Génesis, como “seres parlantes”. Lo que nos diferencia entonces es nuestra capacidad de hablar. Puede ser… pero todos hemos visto documentales en National Geographic a varios animales que tienen formas bastante complejas de comunicación entre ellos. Nuestra “raza humana” tiene el nombre de Homosapiens (hombres sabios). Al parecer es la sabiduría la que nos da nuestra identidad y nos distingue del resto del mundo animal pero ¿tan sabios somos realmente? 

 

Hoy me gustaría sugerir otra definición, no tan ambiciosa pero aún así maravillosa, sobre qué nos hace humanos. Lo que nos hace únicos en toda la creación: “la capacidad de narrar historias”. Jonathan Gottschall nos define como “homo fictius” (narradores). Y Alasdair Macintyre como “storytelling animals” (animales cuenta cuentos). Como seres humanos lo que nos distingue del resto de los animales no sería entonces un mayor grado de sabiduría, una comunicación verbal más avanzada, una producción de utensilios más desarrollada sino más bien que somos los únicos seres en el mundo que contamos historias, que vivimos en ellas y que incluso morimos por ellas. Todos los animales viven y mueren en el mundo de lo concreto, los seres humanos vivimos y morimos por ficciones. 

 

Si nos ponemos a pensar por un instante toda nuestra vida está atravesada por relatos. En un encuentro con amigos nos contamos historias, recordamos anécdotas, no como fueron sino como las recordamos. Al sentarnos en un bar y ver a una pareja sin hablar o peleando nos imaginamos automáticamente cuál es su historia. Incluso al dormir nuestra mente no deja de crear historias sino que le da rienda suelta a la imaginación (y a los deseos y miedos). Quienes tenemos hijos pequeños, o quienes tuvieron, o todos nosotros siendo hijos también, recordamos el hermoso momento antes de dormir leyendo algún cuento ya sea como padres o como hijos. Las naciones se cuentan historias de sus orígenes. También así cada pueblo y cada religión. Somos las historias que nos contamos. No somos un cúmulo de hechos, acontecimientos, datos y números, sino que somos la forma en la cual nos narramos aquellos hechos, acontecimientos, datos y números. Como seres humanos somos menos historiadores y más narradores. No buscamos (ni nos interesa) muchas veces la verdad sino la emoción en los relatos. Consumimos novelas no por su veracidad histórica sino por el impacto que causan en nosotros. Vemos series y películas ficcionales para escaparnos quizás de la realidad. Nos contamos relatos de quienes fuimos y quiénes podemos ser; para que esos relatos nos configuren. La vida es un caos. La vida puede ser un sinsentido. Una suma de hechos o acontecimientos fortuitos que sin embargo como “animales narradores” que somos tratamos de darle sentido y ordenarlos a través de relatos. 

 

Si el ser humano se define como un “animal narrador” el pueblo judío encabeza (o pelea la punta) de ser “el pueblo de la narración”. ¿Qué nos define como judíos? Las historias que nos contamos. Los relatos que heredamos y que transmitimos. Más que leyes, más que costumbres, más que sabores, más que “antepasados” nos definen nuestros relatos. Le dimos al mundo el libro de relatos quizás más fascinante de todos: el Tanaj (Biblia). Relatos que marcaron a occidente en los últimos 2000 años. Nuestros rabinos siguieron imaginando y creando relatos a través del Midrash, de la exégesis y la interpretación del libro de los libros, renovando siempre el significado del texto milenario. Los maestros jasídicos alrededor de una mesa elevaban a sus seguidores con simples historias cautivando su atención y su corazón. Como dijo una vez el Rebbe Najman de Braslav: “hay quienes cuentan relatos para hacer dormir, yo cuento historias para ayudar a otros a despertar”. Las historias nos inspiran, nos conectan, nos permiten soñar. Las historias nos transforman. 

 

Y si hay un relato que supimos contar como nación, que nos forjó hasta nuestros días es el de la salida de Egipto. Quizás no es el relato más espectacular de todo el Tanaj pero sin lugar a dudas el relato que elegimos como pueblo para trazar nuestra historia. Para decir quienes somos. Somos descendientes de esclavos en la búsqueda constante de la libertad. En Parashat Bo, en nuestra porción semanal, incluso antes de salir de Egipto; antes de obtener la libertad, Moshé y Dios le instruyen al pueblo en tres ocasiones como deben narrar aquel momento histórico que estaban viviendo. Por ejemplo nos dice: “Y cuando mañana te pregunte tu hijo, diciendo: ¿Qué es esto?, le dirás: Hashem nos sacó con mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre” (Ex. 13:14). Estas mini narraciones de la Torá sirvieron cientos de años después como base para cada una de las cuatro respuestas que como padres le debemos dar a nuestros hijos cuando durante el Seder de Pesaj nos consulten sobre el significado de esta ceremonia. ¡Es fascinante! Antes incluso de ser libres la Torá se ocupa de decirle a los pronto-por-ser-liberados-esclavos que recuerden ese día y que aprovechen cada ocasión para narrarles aquel acontecimiento a sus hijos. El “contar nuestra historia” se transforma así en una obligación religiosa. 

 

La Halajá puede estructurar nuestras vidas pero es la Agadá, el arte del relato, el que le da sentido a nuestras vidas. Así ya lo percibieron nuestros maestros al decirnos que “son las palabras de Agadá las que arrastran a los corazones”. ¿Qué forma más excelsa, hermosa y eficaz de generar sentido de pertenencia e identidad que narrar historias? Ser judío es ser parte de un relato de 3800 años. De chicos leemos los capítulos que nos precedieron y de grandes comenzamos a escribir nuestros propios capítulos, al menos unas líneas, de esta historia, de nuestra historia. No somos espectadores o meros lectores sino que somos protagonistas. En el Seder de Pesaj decimos que cada uno de nosotros debe verse a sí mismo como si hubiera salido de Egipto. Y también debemos vernos a nosotros mismos como un actor más, con algún papel que solo nosotros podemos cumplir, en la saga eterna de nuestro pueblo. No solo somos protagonistas de la historia sino que somos sus narradores. ¿Cómo contamos nuestra historia?

 

Para concluir. En una de las últimas plagas el Faraón ya esta cansado. Su pueblo ya no resiste más por lo cual evalúa permitirle al pueblo de Israel obtener su libertad pero le pregunta antes a Moshé “¿Quiénes irán?” (Mi vaMi HaOljim). Moshé, nuestro maestro y narrador, contesta: “Iremos con nuestros jóvenes y nuestros ancianos; con nuestros hijos y nuestras hijas; con nuestras ovejas y nuestras vacadas iremos, porque hemos de celebrar una fiesta solemne para Hashem” (Ex. 10:9). Son los relatos los que unen generaciones. Son los relatos que nos unen con nuestro pueblo disperso por cada uno de los continentes. Son los relatos los que nos forjan. Son los relatos los que nos permiten celebrar nuestra vida y nuestra tradición. 

 

Como adultos tenemos la obligación de conocer nuestra historia y convertirla en relato. Tenemos la obligación de saber quienes somos para con pasión y amor transmitirles a nuestros hijos. No debemos ser historiadores sino narradores. Podemos leer (y debemos) libros de historia judía que nos ayuden a comprender de dónde venimos pero debemos convertir esos hechos en relatos. Ponerles voz. Hacer volar nuestra imaginación. Darle sentido. Y generar emoción. Por eso son los más jóvenes el centro de la noche del Seder de Pesaj. Por eso Moshé enfatiza que saldrían de Egipto con todos los jóvenes. Por eso Moshé ya evalúa que responderle a nuestros hijos cuando nos pregunten. Porque los jóvenes preguntarán por su identidad. Querrán saber quienes son. Y nosotros debemos tener respuestas. El pueblo judío es el pueblo que narra. Que cuenta su historia no con el afan critico del historiador sino con la pasión del narrador.

 

Dicen los maestros jasídicos que “un niño es huérfano cuando carece de padres pero una nación es huérfana cuando carece de niños”. Y a esos niños para que sean parte de aquel pueblo deben ser llenados de relatos que los inspiren, que los conecten y que los maravillen. ¿Cómo elegiremos narrar la historia de nuestro pueblo a nuestros hijos? ¿Dónde pondremos el énfasis? ¿Pondremos hincapié en los fascinantes relatos bíblicos? ¿En las leyes? ¿En el antisemitismo? ¿En las creaciones artisticas y literarias de nuestros antepasados? ¿En la Shoá? ¿En la creación del Estado de Israel? ¿En las historias jasídicas? ¿En las Agadot rabínicas? No solo debemos conocer nuestra historia sino elegir cómo narrarla ya que como enseña el Rab Jonathan Sacks: “somos las historias que nos narramos a nosotros mismos”. Cómo elijamos narrar nuestra historia marcará el judaísmo que le legamos a las generaciones futuras.  

 

Shabat Shalom,

Rab. Uri

 

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