Durante el invierno diversas culturas a nivel mundial celebran distintas “festividades de la luz”. Los hinduistas celebran durante cinco días Diwali que simboliza “la victoria de la luz sobre la oscuridad, el bien sobre el mal y la sabiduría frente a la ignorancia”. Los antiguos romanos celebraban la Saturnalia durante siete días, anticipando el solsticio de invierno, y más tarde el Dies Natalis Solis Invicti “El natalicio del Sol inconquistable” el 23 de diciembre. Según muchos autores sobre esta festividad, en la misma fecha, se construyó la navidad cristiana, y desde el siglo XVIII especialmente en Alemania e Inglaterra se volvieron populares las “luces navideñas” para decorar el árbol. Antiguas culturas paganas germánicas tenían una festividad conocida como Yule que duraba doce días en las cuales también se veneraba al sol, encendiendo al aire libre fogones en pleno invierno, dado que los días cada vez comenzaban a hacerse más largos. Durante el solsticio de invierno en la cultura persa, basados en las enseñanzas zoroastras, se celebra “la noche de Yalda”: “la noche más larga y oscura del año” reuniendo a la familia y amigos para comer y leer poesías. En el este europeo, en ciertas culturas eslavas, se celebra la Kolyada, “la reina del invierno” quien cada día hace brillar el sol; la música y las fogatas son parte integral de estas ceremonias. Más cercano a nuestros tiempos y geografía en Colombia se celebra el 7 de diciembre “el día de las velitas” donde en los balcones de los hogares la gente enciende luminarias.
Y nosotros, el pueblo judío, celebramos en este mismo periodo Janucá. Durante el invierno del hemisferio norte, especialmente entre los meses de noviembre-diciembre, diversas culturas han (re)creado diversas festividades asociadas al fuego y a la luz celebrando que los días más cortos del año comenzaban a ceder y los días comenzaban a hacerse más prolongados a partir del solsticio de invierno (21 de diciembre). Todas estas celebraciones tienen en común un rol protagónico de la luz, el fuego (máximo “símbolo” del sol en la tierra), la celebración familiar en el hogar y la música. Sin embargo, cada cultura, basada en su propia tradición y cosmovisión, le fue asignando a cada una de sus festividades un estilo propio. El significado (la victoria de la luz frente a la oscuridad y el “renacer del sol”) era compartido por todos, lo que cambiaba era el significante (el nombre y la forma de celebrarlo).
¿Y qué hicimos los judíos? Lo que siempre hemos hecho a lo largo de la historia: incorporar el significado y buscar un nuevo significante. En las fiestas bíblicas no encontramos una fiesta que se corresponda a las “festividades del invierno” del resto de las culturas. Las “últimas festividades” del año se sucedían en el mes de Tishrei con la fiesta de la recolección (Sucot) y no volvía a haber festividades hasta la primavera (Pesaj). Sin embargo la ocasión se dio a partir de la victoria militar de los macabeos frente a los seléucidas en el año 167 a.e.c. Esta fue una victoria militar “de los pocos contra los muchos” en la cual nuestro pueblo volvió a lograr la independencia política y religiosa de Judea por casi 100 años. En los libros de los Macabeos I y II, contemporáneos a esta hazaña heroica, el principal elemento a destacar fue la hazaña militar y la recuperación de la independencia política. Poco y nada se menciona en relación a las luminarias. Adosado a esta épica, sin embargo, comenzará a construirse de a poco una asociación de Janucá no solo como una “victoria militar” sino también conectandola con el fuego y la luz. En Macabeos I (4:58) se menciona la “celebración de la reinauguración del altar” celebrada por ocho días. En Macabeos II (1:18) se menciona “la festividad del fuego” pero no se dan demasiadas explicaciones. Ya hacia finales del siglo I e.c. Flavio Josefo se refiere a Janucá como “la festividad de las luminarias” (Antigüedades Judías 12:325). Ya para la época de la Mishná (s. II) al parecer Janucá marcaba el “inicio del invierno” conectándola un poco más con las festividades del invierno de otras culturas (ver. M. Bikurim 1:6).
Sin embargo la conexión profunda entre la luz/fuego y Janucá llegará recién hacia el siglo III e.c. especialmente en Babilonia, lo que según algunos autores se debe a las influencias zoroastras y su veneración por el fuego. Allí comienza a desarrollarse el mito de la vasija de aceite puro encontrado por los sacerdotes en el Templo tras la victoria macabea (b. Shabat 21b). De allí luego comienzan a desarrollarse las costumbres de encender luminarias cada una de las ocho noches de la festividad (que al igual que otras celebraciones de la luz no duraban un día sino varios), se le adiciona luego la costumbre de la comida festiva familiar conjuntamente con el Halel (salmos de alabanza) y más tardíamente canciones que hasta nuestros días cantamos (Hanerot Halalu -s. IX- y Maoz Tzur, -s. XIII).
Así fue como el significado universal de “la victoria de la luz frente a la oscuridad” encontró un significante particular en nuestro pueblo en la celebración de Janucá. Y es así como en los últimos 2100 años lentamente la festividad de la victoria militar macabea fue convirtiéndose en la festividad de la luz. Este es un hermoso ejemplo de la unión humana y la diversidad cultural. De la relación del hombre con la naturaleza divina pero las particularidades de cada nación y religión que marcan sus festejos.
¡Que podamos siempre como judíos celebrar desde nuestra particularidad la experiencia divina que es la vida!
Januca Sameaj
Rab. Uri