El capítulo once del libro de Génesis, luego del relato del diluvio universal y de la genealogía de los primeros seres humanos, nos proporciona una fascinante historia de tan solo nueve versículos (1-9) que han sido objeto de innumerables comentarios e interpretaciones. Es el famoso relato de la torre de Babel. Muchos lo han interpretado como una situación primigenia ideal: “la humanidad unida en un solo lenguaje y en un solo lugar” pero luego de que intentarán construir una torre que llegara hasta el cielo (buscando ser como D-s), Hashem los los castiga confundiendo sus lenguas y esparciéndolos sobre los cuatro confines de la tierra.
¿Y si durante milenios comprendimos de forma incorrecta este relato? ¿Y si el castigo no era tal? ¿Y si no era un relato sobre unidad sino de uniformidad? ¿Y si la torre de Babel nos cuenta del primer intento de establecer un régimen totalitario en el mundo? Al parecer esta es la lectura de por lo menos dos comentaristas del siglo XIX: el Yashar (Itzjak Shmuel Rieggo, 1784-1855, Italia) y el Netziv (Naftali Zvi Yehuda Berlin, 1816-1893, Polonia); y la tesis de uno de los más aclamados comentaristas bíblicos contemporáneos: Shai Held. Rabí Eleazar siglos atrás ya había dicho que la diferencia entre la transgresión de la generación del diluvio y la de la generación de la torre de Babel es que la transgresión de los primeros fue explicitada en la Torá mientras que la de estos últimos no lo fue (Bereshit Raba #35) y el Malbim (1809-1879, Ucrania) sugiere entonces que “sólo a través de los de indicios entenderemos cuál fue el pecado”.
La primera gran transgresión fue intentar “homogeneizar el pensamiento”, que todos los ciudadanos pensaran igual. En este sentido el versículo que dice: “Toda la tierra tenía un solo idioma y las mismas palabras” (11:1) no es leído como una oda a la unión de toda la humanidad que podían comunicarse entre sí con un “idioma universal” sino todo lo contrario, como una crítica a una sociedad que busca que todos sus habitantes “piensen” de la misma forma acallando la libertad de opinión y la disidencia: “lo que pasó aquí es que todos pensaban lo mismo…” (Netziv a Gén 11:1). El Talmud (b. Sanedrín 38a) nos indica que cada ser humano es único con una voz y una apariencia diferente al de los demás, D-s acuña a cada ser humano con el mismo sello de Adam HaRishon pero cada uno es único. Y Hashem desea esa pluralidad de pensamiento, de voces, de opiniones. Sin embargo los líderes de la generación de la torre de Babel buscaban todo lo contrario acallar las voces disidentes y uniformar a la humanidad bajo un “mismo lenguaje y con las mismas palabras”. No querían unir a la humanidad en un lenguaje universal como Zamenhof soñó poder hacerlo con el Esperanto en el siglo XIX; sino que querían dominar a la humanidad buscando anular la singularidad. No buscaban la unión sino la uniformidad. Como enseña Shai Held: “Intentar erradicar la unicidad de cada ser humano es declararle la guerra la imagen de D-s y en consecuencia es declararle la guerra a D-s”.
La uniformidad del pensamiento buscaba entonces eliminar la singularidad. Uno de los indicios de este punto, como nos invita el Malbim a buscar, es la ausencia total de nombres en este relato. Este relato esta “encerrado” entre genealogías llenas de nombres antes y después, y especialmente el primer versículo luego de este relato nos habla de la genealogía de Shem (lit. ¡nombre en hebreo!) sin embargo aquí no hay nombres para mostrarnos lo que esta perversa sociedad buscaba: anular la individualidad y la particularidad de cada quién en busca tan solo de hacerse un nombre (Gén. 11:4) pero un nombre general que anule lo particular. En este relato no hay nombres porque no hay individuos, hay tan solo “un gran proyecto colectivo” que anula las particularidad; y una consecuencia de la uniformidad es el anonimato. No hay nombres sólo súbditos.
Y esto nos lleva a la segunda transgresión: “… Y esto llevó a ser el problema con el asentamiento” (Netziv a 11:1). Al buscar la uniformidad del pensamiento y del lenguaje aquella generación entendió que la única forma de hacerlo era crear una gran urbe, con una gran torre en el medio desde la cual, cual panóptico de Foucault, poder controlar a todo el resto de la humanidad. El Netziv nos recuerda que el ideal divino no es la concentración de todo el mundo en un único lugar, en este caso en el valle de Shinar, sino todo lo contrario: “crezcan, multiplíquense y colmen la tierra” (Gen. 1:28). D-s desea que los seres humanos habitemos cada uno de los rincones del mundo y no que creemos inmensas urbes donde todos nos concentremos. D-s desea la diversidad; y la diversidad sólo puede surgir al vivir en latitudes diferentes y con lenguajes diferentes. Y si esto es así la gran transgresión de aquella generación fue intentar desde aquel valle intentar gobernar al mundo violando la divina diversidad con la perversa uniformidad.
El Ran (Nisim ben Reuven, 1320-1376, Girona) fue el primero en advertir hace cientos de años que la transgresión con la construcción de aquella ciudad y aquella torre no fue intentar que todos los hombres habiten en un mismo lugar sino que fue “imponer a un rey desde allí para que domine a toda la humanidad”. La sociedad de la Torre de Babel fue el primer intento de erigir un régimen totalitario universal. Imponiendo una doctrina única y monolítica de pensamiento castigando e impidiendo la disidencia. Querían construir una torre no para llegar al Cielo y desafiar a D-s sino ser como D-s y desde las alturas poder “observar a la distancia, sobre todo el mundo, para que nadie pueda separarse de ellos e ir a otras tierras… ya que las opiniones de las personas no son idénticas, tenía miedo que las personas abandonen su filosofía y adopten otras. Por esa razón querían asegurarse que nadie abandonase su ciudad. Y aquellos que desafiaban la uniformidad eran quemados, como intentaron hacerlo a nuestro patriarca Abraham… ya que ellos mataban a todos aquellos que no pensaban como ellos” (Netziv a Gén 11:4).
Siglos antes de ver las imágenes de soldados y disidentes intentando saltar el muro de Berlín ya nuestros sabios nos enseñaron sobre el peligro que representan las sociedades que buscan adoctrinar en el pensamiento único impidiendo por todos los medios la libertad de expresión y la divergencia de opinión. El objetivo de esta generación, nos explica el Yashar era con el tiempo “llegar a dominar todo el mundo” (11:3), buscaban hacerse un nombre “poderoso en el mundo para que les teman” (11:4). Y entonces D-s no busca castigar “confundiendo las lenguas y esparciéndolos por el mundo” sino que D-s busca truncar su plan malévolo de dominación mundial volviendo a la bendición original de la diversidad (lingüística y geográfica). Lo que durante milenios fue interpretado como una maldición en base a estas relecturas puede ser visto como una bendición.
Shai Held, y humildemente adhiero, nos enseña que la Torre de Babel debe ser leída como “la importancia de los individuos y los horrores del totalitarismo”. Vivimos en tiempos y en sociedades donde muchas veces en nombre de “la nación” se busca anular nuestras particularidades, donde se buscan acallar voces disidentes, donde los proyectos colectivos anulan nuestra individualidad, donde unos intentan con torres de Babel más sofisticadas impedir la libertad de pensamiento y de acción, cerrando fronteras (físicas o virtuales) para no poder ir más allá.
Que este relato milenario nos sirva como un recordatorio constante de los peligros de aquellos que en nombre de la unidad buscan la uniformidad, que en nombre del bien común anulan nuestra libertad personal. Que comprandemos siempre que la diversidad es bendición.
Shabat Shalom,
Rab. Uri – Judaica Norte