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¿Cómo identificamos un hogar judío? La respuesta más natural y obvia es “por la mezuzá”. Y sin duda este es un símbolo vital que debemos poner en cada una de nuestras puertas y que habla de nuestra identidad. Y sin embargo el Netziv (Rav Naftali Tzvi Iehuda Berlin, 1816-1893) nos dice que si bien técnicamente podemos vivir en una casa sin mezuzá “está prohibido vivir [en una casa] sin maaké”. 

El maaké es una de las tantas mitzvot que aparece en nuestra parashá: Cuando edifiques una casa nueva, le harás una baranda (maaké) a tu azotea, para que no traigas culpa de sangre sobre tu casa si alguno se cayera de ella. (Deut. 22:8). Algunos lo traducen como cerca-muro-valla; es decir como una protección en el techo (o en nuestros balcones diríamos hoy) para evitar que alguien se caiga. Onkelos lo traduce al arameo como teiká algo así como una “carcasa protectora”. Es decir, tenemos la obligación de proteger a otros de algo potencialmente dañino que poseamos. El Talmud, por ejemplo, ampliando esta mitzvá nos dice que “tenemos prohibido tener un perro salvaje en nuestras casas o una escalera rota en nuestra propiedad” (b. Ketuvot 41b). Sin embargo, en los códigos halájicos medievales se reglamenta la ley de una forma un tanto distinta. No tenemos prohibido tener algo “potencialmente peligroso” en nuestras propiedades, ya que todo podría llegar a serlo, sino que tenemos la obligación de tenerlo asegurado para que que otros no se lastimen, apartándolo del camino, poniendo alguna señal de “peligro”, una cuerda, o en una carcasa protectora. 

En nuestros días nosotros podemos ser, aunque no seamos conscientes y sin intención, aquella azotea que requiere de un maaké para no poner en peligro a otros. En tiempos de pandemia el barbijo y la distancia social son nuestro maaké. Don Itzjak Abravanel (1437-1508) casi de forma profética comenta nuestro versículo diciendo que debemos proteger nuestros techos con un maaké para que no haya una “pérdida antes de tiempo”. La vida sigue, la vida continúa, seguimos construyendo casas pero tenemos la obligación de asegurarnos la protección de propios y ajenos. La vida sigue, debemos aprender a convivir con el virus, debemos volver a salir pero cuidando a propios y ajenos. 

Quiero un judaísmo en el cual nuestros hogares no sean solo reconocidos por una mezuzá en nuestras puertas sino por un maake en cada uno de nuestros balcones. Deseo una comunidad judía que no sea solo reconocida por sus símbolos externos sino también por sus midot, sus buenas costumbres y acciones; por saber cuidarnos y saber cuidar a otros.

Shabbat Shalom,

Rab. Uri

 

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