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Este año el vigesimosexto aniversario por el atentado de la AMIA coincide con el final del libro de Números. Y al leer la Parashá hay un versículo que resuena en mis oídos al son de los gritos de “presente” por los 85 asesinados en aquel brutal atentado:Y no contaminarás la tierra donde estuviereis; porque esta sangre impurificará la tierra…(Núm. 35:33). En el contexto de las leyes sobre asesinatos la Torá nos dice que la sangre derramada impurifica la tierra. La sangre de vidas humanas inocentes corrompen la tierra, la mancillan. Y sin embargo la misma puede ser redimida. ¿Cómo? A través de la justicia. La sangre profana la tierra pero la justicia puede traer nuevamente la paz. La justicia puede cerrar las heridas. Mientras que no haya justicia la sangre inocente derramada seguirá impurificando y corrompiendo la tierra y así a sus habitantes. 

La expresión bíblica “Lo Tajanifú” que aquí traducimos como “no contaminarás” es traducida de forma diversa por nuestros sabios al ser un término no muy común en el texto bíblico. Y en cada una de sus traducciones podemos hallar también una enseñanza. 

  • El Targum Onkelos lo traduce como “no harás culpable a la tierra (velo tejaibun)”. Los seres humanos destruimos y corrompemos las tierras que habitamos al dejar impune a los transgresores. 
  • El Targum Yonatan lo traduce como “no contaminarás (velo titnafun)”. Tal como al arrojar residuos contaminamos la tierra, al dejar allí la sangre sin justicia la volvemos a contaminar y corromper. 
  • Rashí lo traduce como “no la harás malvada (velo tarshiú)”. Una tierra se vuelve maldita cuando la justicia está ausente. Sus habitantes aprenden que actuar de forma maliciosa no tiene consecuencias. 
  • Ibn Ezrá empero traduce el verbo “Iajnif” como “hacer el mal en oculto”. Una tierra en la cual no hay justicia por las víctimas permite que el mal siga sus caminos sin nunca revelar sus verdaderos orígenes y culpables. 
  • Jizkuni, sin embargo, lo traduce de forma literal: “no adularás la tierra” diciendo: “Esta es una advertencia para las personas adineradas que se hicieron culpables de la pena de muerte, para que no se les permita declarar a un cargo menor, y hacer una restitución financiera generosa a la parte a la que habían dañado o a la familia de esa persona [para así salir libre de culpa o con una pena menor]”. A los asesinados no se les puede poner precio, la justicia debe ser total e implacable.
  • El Malbim y Shimshon Rafael Hirsch traducen “Janaf” como hipócrita. La tierra se muestra así como hipócrita, mostrándose como una tierra bendecida pero verdaderamente sus frutos están ya podridos. 

El Talmud nos dice que la lluvia, fuente de bendición para la tierra, deja de caer cuando la sangre cae a la tierra y no hay justicia por las víctimas (j. Taanit 3:3). Un asesinato impurifica la tierra y la falta de justicia la condena. Así nos dice el Midrash: “El derramamiento de sangre impurifica la tierra y remueve la presencia divina de ella” (Sifrei Bamidvar 35:33). Dios no puede habitar en un lugar donde no hay justicia. Todo el tiempo que la sangre inocente derramada sigue clamando sin ser escuchada cualquier tierra deja de ser sagrada, las bendiciones desaparecen, la gente se corrompe y Dios está ausente. 

La sirena que suena a las 9:53AM de cada 18 de Julio, las imágenes documentales de los gritos y llantos desesperados de los familiares de las víctimas aquel 18 de Julio de 1994 frente a una AMIA convertida en escombros los cuales sepultaron a 85 vidas inocentes, los gritos de “presente” de cada año en los actos al escuchar el nombre de cada víctima, se mezclan con los versículos bíblicos que afirman que la sangre derramada sin justicia continúa reverberando, impurificado, corrompiendo, maldiciendo a la tierra y a sus moradores: “Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho” (Is. 24:5).

El grito de Dios a Caín diciendo tras haber asesinado a su hermano: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” (Gen. 4:10). Ese grito de Dios tras presenciar el primer asesinato, al ver la primera sangre que clamaba por justicia. El llamado de la Mishná que amplía esta voz divina diciendo que el texto bíblico “No dice la sangre, sino las sangres, es decir, su sangre y la sangre de su descendencia” (Sanedrín 4:5). Para hacernos recordar que quien termina con la vida de una persona no está terminando solamente con su vida, con su sangre, sino con la sangre de toda su descendencia, con todo un mundo potencial que quedó truncado. 

El llamado de la Torá que nos dice: “Tzedek, Tzedek Tirdof – Justicia, Justicia perseguirás” (Deut. 16:20). Con aquel comentario de Ibn Ezra que parece estar hablándonos a nosotros como argentinos: “una y otra vez, todos los días que tu estes en este mundo”. Clamando justicia hasta que la justicia llegue. Una y otra vez. No dándose por vencido aunque parezca que la misma nunca llegará. 

Todas estas voces y versículos escucho hoy. Como argentino y como judío, como judío y como argentino, el atentado a la AMIA me convoca. Como judío por nuestra eterna busqueda de la justicia. Y como argentino al saber que nuestro país no podrá volver a florecer, con toda la bendición y potencial que su pampa húmeda puede ofrecer, mientras que los crímenes siguen impunes. Mientras no haya justicia por las víctimas de la AMIA y por cada una de las injusticias que suceden en nuestro país la tierra quedará impurificada, mancillada, desolada. 

Solo en un tierra donde hay justicia puede haber paz. Solo en una tierra donde hay justicia puede haber bendición. Solo en una tierra donde hay justicia puede haber prosperidad. 

Shabbat Shalom,

Rab. Uri

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