¿Qué cambió tras el diluvio universal? ¿La humanidad? ¿La naturaleza? Ni uno ni el otro. Pero algo/alguién sí cambió: Dios.
La Torá nos narra los antecedentes que conducen a la decisión divina de destruir el mundo: “Vio Hashem que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos de su corazón sólo era de continuo el mal;y se arrepintió Hashem de haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en su corazón.”(Gén. 6:5-7). Dios advierte que el mundo se ha llenado de maldad y que esta inclinación al mal es inherente al ser humano. Seforno comenta al respecto: “una referencia al futuro, sabiendo que no cambiarían”. Y no se equivocó. Luego del diluvio Dios dice lo siguiente: “Al percibir Hashem olor grato, dijo en su corazón: “No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud; ni volveré a destruir todo ser viviente, como he hecho.”(Gén. 8:21). Dios luego de que su ira, producto de las transgresiones de los hombres devastará el mundo, decide hacer las pases con la humanidad comprendiendo que esta no cambiaría. SHaDaL comenta al respecto diciendo: “No es lo correcto destruir a toda la humanidad todo el tiempo que un ser humano se desvíe del camino ya que el hombre esta cercano al pecado… ya que Dios debería entonces destruir al mundo en cada generación”.
Quien cambia tras el diluvio no es la humanidad. La predisposición al error, a la transgresión, al pecado es parte de la humanidad toda. Y así lo perciben también los sabios del Talmud diciendo que tan es así que el instinto del hombre es llamado rá-malvado (b. Jaguigá 9a) y que cada día el hombre debe luchar para subyugar aquel instinto maligno que trata de dominarlo a él (b. Sucá 52a).
Tras el diluvio la esencia del ser humano no cambia, quien cambia es Dios. Él comprende que no puede seguir destruyendo al mundo cada ve que el ser humano se equivoqué. Dios hace las paces con la esencia del ser humano y esto le permite hacer entonces las paces consigo mismo. Sí, nuestro Dios, el Dios de nuestros antepasados, se arrepiente, cambia. Se arrepiente en Génesis de haber creado al ser humano, se arrepiente en Éxodo (32:14) del mal que pensaba hacer con el pueblo de Israel, se arrepiente en la época de los reyes (II Shmuel 24:16) de destruir Jerusalén, y se arrepiente también en la época de los profetas (Jeremías 26:13) del mal que hizo/pensaba hacer con el pueblo al castigarlo. El Dios del TaNaJ no es un Dios perfecto sino perfectible, es un Dios que cambia, se transforma. Un Dios repleto de emociones. Como dicen los rabinos: “Si no hubiese sido escrito sería imposible decirlo…”(ej: b.Brajot 32a, Eruvin 32a)… pero podemos decirlo porque fue escrito. Un Dios humano. Demasiado humano.
Y es este Dios quien se arrepiente y cambia. Pone entonces luego del diluvio una señal, el arcoíris (Gén. 9:11-15), jurando nunca más destruir el mundo. Esta señal es más para Dios que para los hombres. El arcoíris esta puesto (y presten atención que el arco mira a los Cielos y no a la tierra) para que Dios recuerde su pacto, para que Dios aprende a controlar su ira, para que Dios recuerde la naturaleza del ser humano y no lo destruya cada vez que transgreda.
Pero no solo Dios puede cambiar, nosotros también ¿Cuántas veces nos angustiamos, nos enojamos una y otra vez frente a la misma realidad? Esta Parashá nos enseña que cuando tomemos consciencia que tal o cual situación o tal o cual persona no cambiarán quienes debemos cambiar somos nosotros. Somos notros quienes tenemos que repensar nuestra forma de relacionarnos con aquello que nos frustra, nos angustia y nos genera impotencia. Podemos destruir cien mundos pero aún así hay ciertas cosas que seguirán siendo iguales. ¿Cuántas veces nos peleamos con nuestras parejas por los mismos puntos? ¿Cuántas veces nos frustramos con amigos por las mismas actitudes? ¿Cuántas veces? Podemos seguir haciéndolo hasta el cansancio destruyendo mundos y relaciones o podemos cambiar. Podemos decidir aceptar la realidad como lo que es y no como lo que esperamos que sea; y si lo hacemos podemos entonces relacionarnos de otra forma.
Dios nos aceptó tal como somos ¿Podemos nosotros hacer lo mismo?
Shabbat Shalom,
Rab. Uri