Skip to main content

Empecemos nuevamente esta segunda noche de Rosh Hashaná con una historia. Una historia que como decía Rabí Najman de Breslav no busque hacernos dormir sino un cuento “que nos ayude a despertar”. El mismo se encuentra en el Talmud y dice así:

Se cuenta que Rabi Elezar hijo de Rabí Shimon salió de la casa de su maestro, y estaba montado sobre su asno, paseando a la vera del río. Estaba muy contento y se sentía superior por haber estudiado mucha Torá.

Se encontró cierta vez a una persona que era muy fea. Este le dijo: ¡la paz sea contigo maestro! Sin embargo [Rabi Eleazar] no le contestó. Le dijo [sin embargo]: ¡Reika[1]qué feo que eres! ¿Acaso todos los habitantes de tu ciudad son tan feos como tú?  Le dijo: no lo sé, pero ve y dile al artista que me hizo: “Cuan fea es aquella vasija que hiciste”.

Como se dio cuenta Rabi Eleazar que pecó, se bajó del asno y se prosternó frente a él. Le dijo: “te he herido, perdóname” Le dijo: no te perdono hasta que vayas al artista que me hizo y le digas “Cuan fea es aquella vasija que hiciste”.

Rabí Eleazar lo siguió por detrás hasta que llegaron a la ciudad. Salió la gente del lugar a su encuentro y le dijeron: ¡La paz sea contigo maestro, maestro, rabino, rabino! Les dijo [el feo]: ¿a quién llaman ¨maestro, maestro¨? Le dijeron: A aquel que camina detrás de ti. Les dijo: si este es un rabino, que no haya muchos como él en Israel. Le preguntaron: ¿por qué? Les contó lo que le había hecho. De todas formas perdónalo, pidieron los lugareños, ya que es un erudito de la Torá. Les dijo: por ustedes los perdono, con la condición que no se acostumbre a actuar de esa manera.

Inmediatamente ingresó Rabi Eleazar ben Rabi Shimon y explicó: “El hombre debe ser siempre flexible como una caña y no duro como un cedro”.Y por está razón la caña fue meritoria para ser utilizada como pluma para escribir con ella la Torá, los Tefilin y las Mezuzot (Taanit 20b)

Hasta aquí el relato. Según el propio Talmud la moraleja de este cuento es que : “El hombre debe ser siempre flexible como una caña y no duro como un cedro”. Si yo les preguntase en el relato ¿Quién representa la caña y quien el cedro? ¿Es Rabí Eleazar la caña o el cedro? Diversos académicos optan por una opción o por la otra. Si la “caña” es la buena de la historia y el “cedro” el malo del relato entonces quizás podríamos suponer que el feo es la caña y que el cedro, duro y agresivo es Rabi Eliezer. El feo sería la caña ya que acepta perdonar la agresión de Rabi Eliezer.

Y sin embargo… bien podría ser que Rabí Eliezer estuviera hablando de sí mismo diciendo que él era como la caña mientras que el feo podía ser representado como un cedro ¿Por qué? Porque al comienzo si bien Rabí Eliezer se equivoca, puede como la caña, ser flexible y moverse de aquel lugar de soberbia que lo llevo a insultar a aquel pobre hombre y le pide perdón. Y no solo le pide perdón, sino que se baja del burro (es decir “desciende de su posición de soberbia”) y hasta se arroja al suelo para implorar su perdón. Y sin embargo el feo permanece impasible como un cedro y no puede perdonarlo. Aún hasta el final de la historia verdaderamente no lo perdona de corazón sino únicamente por el reclamo popular del resto del pueblo que se lo pide. En esta lectura quien es flexible y puede reconocer su error e implorar el perdón sería Rabí Eliezer mientras que el terco e impasible que nada lo hace mover de su lugar es el “feo”.

“El hombre debe ser siempre flexible como una caña y no duro como un cedro”. Sea quien sea el cedro o la caña este es el mensaje de esta historia del Talmud. Y este es el mensaje para todos nosotros esta sagrada noche de Rosh Hashaná. Esta es una historia sobre saber aceptar nuestros errores, sobre el pedir perdón y sobre la posibilidad de saber perdonar. Sobre ser flexibles y no intransigentes. Y sin dudas esto también es a lo que cada Rosh Hashaná nos llama.

Rosh Hashaná nos llama a examinarnos a nosotros mismos en la puerta del año que comienza y yo nos llamo esta noche a preguntarnos si somos más como cañas o como cedros. Si sabemos reconocer nuestros errores cuando los vemos y actuar en consecuencia pidiendo perdón imitando entonces a una caña o más bien nos es imposible reconocer nuestras propias falencias y aún así reconociendo que nos equivocamos adoptamos una postura dura e intransigente no reconociendo nunca ante el otro nuestro error para no mostrarnos débiles como las cañas sino más bien permaneciendo duros y erguidos como un cedro.

Rosh Hashaná nos llama a examinarnos a nosotros mismos al comienzo de un nuevo año y yo nos invito esta noche a preguntarnos si somos más como cañas o como cedros. Si cuando alguien nos pide honestamente perdón tenemos la suficiente flexibilidad para aceptar gustosos aquel llamado a la reconciliación o preferimos permanecer duros y “robustos” como un cedro sin aceptar las disculpas del otro.

Desde afuera, explica el Talmud (b. Taanit 20a), pareciera que la fortaleza se encuentra en los cedros y sin embargo si un fuerte viento (¡del sur!) viene puede incluso arrancarlo de raíz ya que sus raíces son desproporcionalmente menores a su tamaño exterior. Y sin embargo aquella endeble caña, que parece débil desde el exterior, continúa diciendo el Talmud “aunque todos los vientos del mundo soplen, la misma se moverá hacia un lado y hacia el otro, pero permanecerá de pie”.Las raíces de la caña, a diferencia del cedro, son numerosas en relación a su tamaño.

La fortaleza no se encuentra en el exterior nos dice el Talmud sino que la real fortaleza se ve en mide en nuestro interior. Al respecto dice Pirkei Avot: “¿Quién es fuerte? Quien domina su propio instinto”(4:1). Más que aquel guerrero que conquista una ciudad la fortaleza para el judaísmo reside en poder conquistar nuestras propias pasiones, nuestros propios impulsos. Más que dominar al otro tiene que ver con dominarnos a nosotros mismos. La verdadera fortaleza, me gustaría sugerir, no reside en permanecer impasibles ante el pedido de perdón de alguien que nos hizo mal. La fortaleza esta en dominar nuestro rencor y nuestro dolor y saber perdonar. La verdadera fortaleza no esta en permanecer firme en nuestras palabras y pensamientos aún cuando sabemos que nos equivocamos. La verdadera fortaleza esta en reconocer que nos equivocamos y en saber pedir perdón.

Las apariencias engañan. Lo robusto del exterior puede ser tan solo una mascara que esconde las “pocas raíces” que uno tiene, la poca seguridad que uno tiene en sí mismo. Y sobre esto hay un maravilloso ejemplo de nuestra Torá. Moshe antes de ingresar a la tierra prometida envía 12 espías a investigar como será aquella tierra… “¿Si sus habitantes son fuertes o débiles?” (Núm. 13:18-19). Los espías vuelven con un reporte derrotista diciendo que los habitantes son sumamente fuertes ya que viven en ciudades amuralladas y poseen grandes armas para la batalla. Rashí, el gran comentarista de la Torá, se da cuenta de que los espías fueron engañados. No por el enemigo sino por sus propias mentes. Rashí (basándose en Tanjuma, Shlaj #6) nos dice que en realidad esos elementos no constituían un ejemplo de fortaleza sino más bien de debilidad. Quien realmente confía en sí mismo y tiene seguridad y fortaleza externa no necesita ni de grandes murallas u armamentos para defenderse.

Quien tiene fortaleza interior no se presenta ante el mundo como un fuerte roble que al parecer nadie puede quebrar o derribar. Quien tiene Bitajon Atzmi, confianza y seguridad personal, puede mostrarse más endeble como una caña, cambiante, flexible, suave, falible.

El hombre (y no solo el hombre) debe ser siempre flexible como una caña y no duro como un cedro. La tradición judía también nos llama la atención que no solo el ser humano sino también Dios mismo tiene en su interior la dualidad de la flexibilidad e inflexibilidad. El comentarista Or HaJaim (Ex. 6:3) nos dice por ejemplo que Dios posee diversos atributos. Uno de ellos es el de “Elohim”. Este es el atributo de la inflexibilidad, de los límites duros y propios de la naturaleza. Lo que no cambia, lo que se mantiene. Y sin embargo uno puede buscar ablandarlo apelando al atributo divino de “Rajamim”, de misericordia y benevolencia. Elohim es el atributo divino de la justicia, de lo firme. Y sin embargo podemos cambiar, atemperar, aquel atributo apelando a la benevolencia. Transformar al Dios que se asemeja a un cedro, duro e inflexible, al Dios que se asemeja a una caña, suave y flexible.

¿Y si no solo apelamos al Rajamim (benevolencia) de Dios sino también de nuestros semejantes y de nosotros mismos? ¿Cuántas veces nos excusamos en una norma, un principio, una ley para no ser flexibles, para no perdonar a otros o perdonarnos a nosotros mismos? Si Dios puede superar su atributo de Elohim con su Rajamim ¿No podemos hacer eso nosotros también?

Cuando les hablo ustedes me hablo a mi también. Ustedes son el espejo que me permite a mi recordarme al comienzo de este año, de este nuevo Rosh Hashaná, que debo ser más como una caña que como un cedro. Que la flexibilidad, la indulgencia, el cambio, la misericordia no son muestras de debilidad sino de fortaleza. Debemos ser flexibles no solo con el otro, sabiendo perdonar, sino también con nosotros mismos sabiendo perdonarnos y pedir perdón. La fortaleza exterior es solamente una mascara que esconde la debilidad interior. La fortaleza no esta en los grandes cedros aparentemente inamovibles sino en las suaves cañas a la vera del agua que se mueven con el viento pero que se mantienen firmes con sus múltiples raíces.

El Talmud (Taanit 20a) sugiere que la gran diferencia entre el cedro y la caña radica en el agua. Las cañas viven y crecen sobre el agua, abrevando diariamente de su fuente, mientras que los cedros crecen cuando son regados pero viven lejos de aquella fuente natural de vitalidad que es el agua. Y el agua también es un gran símbolo en la tradición rabínica. Por un lado la Torá es comparada con el agua. Tal como un ser humano no puede estar tres días sin beber agua, uno judío no debería estar más de tres días sin estudiar Torá. Y por eso es que leemos la Torá en la sinagoga los lunes, jueves y shabbatot (Talmud, Baba Kama 82a). Y el estar conectados con la Torá, con su estudio y observancia, es nuestra fuente de agua y de vitalidad que nos permite aprender a ser como la caña. A vivir también nosotros nutridos de aquel agua que haga que nuestras raíces sean numerosas y que no tengamos miedo a ser flexibles, a dar el brazo a torcer, a cambiar, a transformarnos.

A principios de marzo comenzamos aquí en Judaica Norte un curso de Torá todos los lunes por la noche. En más de una oportunidad muchos de quienes asisten salen conmovidos no solo por las historias, por conocer más de su tradición, sino por entender como esas historias pueden impactar en sus vidas y transformarlos. Tal es así que hace unos meses recibí un mensaje de audio de WhatsApp, de uno de mis congregantes, que decía simplemente “que linda es la Torá, que linda es la Torá”. La Torá con cada una de sus historias y sus leyes nos enseña la importancia de ser como la caña. La Torá, las mezuzot en nuestros hogares y los tefilin que nos colocamos, nos sugiere nuestra historia del Talmud, son escritos con plumas de caña y no de cedro para decirnos que eso debemos ser, que el objetivo del estudio de la Torá y el cumplimiento de sus preceptos, debe ser convertirnos a cada uno de nosotros en cañas. En seres humanos flexibles, cambiantes con el viento pero arraigados en el agua.

Quisiera terminar esta noche con dos ejemplos. Por un lado las “lámparas” de la Menorá, del antiguo candelabro del Templo de Jerusalén, nos dice el Talmud (Menajot 88b) debían ser flexibles. Los brazos que sostenían aquellas lámparas, y las lámparas en sí, debían ser finas y flexibles. Podían doblarse para arrojar las cenizas, el aceite restante o las mechas ya usadas. Al ser flexibles como las lámparas de la Menorá podemos arrojar hacia fuera todo lo que nos hace mal, todas aquellas cenizas, producto de años de dolor, frustración o miedos que no nos permiten rellenarnos de una nueva luz. Ser flexibles como las lámparas de la Menorá nos permiten saber reclinarnos para absorber nuevamente un aceite renovado para nutrirnos de la fuente que nos permitirá nuevamente ser fuente de luz e inspiración.

Y por último. No sólo la Torá debe ser escrita con una pluma “de caña” sino que también la Mezuzá. La Mezuzá que identifica nuestras hogares, habitaciones y oficinas si prestan atención, estarán en la mayoría de los casos colocadas de forma inclinada. La tradición Ashkenazí nos enseña que debemos colocarlas de forma diagonal mirando hacia adentro. ¿Por qué? Por una antigua discusión talmúdica que debatía sobre si la Mezuzá debía colocarse de forma horizontal o vertical. Los grandes sabios medievales no se ponían de acuerdo. Hasta que alguien sugirió, quizás basado en la metáfora de la caña de nuestro relato, que debíamos ser flexibles. Debíamos llegar a un punto medio. Encontrar una posición entre ambos extremos y por eso se decidió colocarla en forma diagonal.

Leemos en el libro de proverbios todos los caminos de la Torá “son caminos deleitosos, Y todas sus sendas son de paz.”(3:17) Y humildemente me atrevo a agregar que toda la Torá, su estudio y su observancia, son un elogio a la caña. Un elogio a la capacidad de ser flexibles, de aprender a ceder, de ser suaves, de ir “con la corriente” pero sin perder nuestras raíces. De permitirnos reconocer nuestros errores y nuestras falencias y no permanecer rígidos creyéndonos que allí reside nuestra fortaleza. Y como nos llaman estos días de Rosh Hashaná a saber pedir perdón y a saber perdonar.

Este año que comienza nos invito a ser menos como cedros y más como cañas.

Shaná Tová,

Rab. Uri

 

[1]Puede ser traducido como tonto, o bien como Reik, vacío, bueno para nada.

Leave a Reply