Estamos comenzando un nuevo año pero los judíos somos tan particulares que comenzamos un nuevo año sometiéndonos a un juicio celestial. La Mishná sostiene que cada Rosh Hashaná, no solo el pueblo judío sino que la humanidad toda, pasa “cual rebaño frente a su pastor”y cada uno es juzgado por Dios (Rosh Hashaná 1:2). Al respecto dicen los Salmos “Él formó el corazón de todos ellos;Atento está a todas sus obras.” (33:15). Presten atención. Dios no solo juzga nuestras obras sino que él también formó nuestros corazones, y también juzga entonces nuestros sentimientos, nuestra “parte interior” no visible es la que también es juzgada cada Rosh Hashaná. Y sobre juzgar quiero hablar hoy ya que no solo es Hashem quien juzga. Quiero contarles una historia que aparece en el Talmud:
Se cuenta la historia de un hombre que descendió de la Galilea y trabajó en la residencia de un hombre en el sur por tres años. En las vísperas de Iom Kipur le dijo a su empleador «dame el dinero (por mi trabajo) para así puedo ir y alimentar a mi esposa y a mis hijos». El amo le dijo «no tengo dinero».
«Dame algunas frutas» dijo el trabajador y el amo le dijo «no tengo».
«Dame algo de tierra» reclamó el trabajador pero el amo le dijo «no tengo».
Entonces le pidió por ganado pero la respuesta también fue negativa.
Dame aunque sea almohadas y colchas, exigió el trabajador mas el amo contestó nuevamente que no tenía.
Entonces el trabajador puso sus pertenencias sobre sus espaldas y con cara de pesar regresó a su hogar.
Después de las fiestas su empleador tomó su salario conjuntamente con tres burros, uno de comida otro de bebida y otro de dulces y fue hasta la casa del trabajador. Después de que comieron y bebieron él le dio su salario.
En ese momento le dijo «cuando vos me pediste tu salario y yo te dije que no tenía ¿Qué sospechaste? Pensé que te había habías cruzado con un mercader y que habías encontrado producto barato y lo compraste (y por eso te quedaste sin monedas). «Y cuando te dije que no tenía ganado ¿Qué sospechaste?», «Que se lo habías arrendado a otras personas», contestó el trabajador. «Y cuando te dije que no tenía tierras ¿Qué sospechaste?», «Que estaban vendidas a otras personas», dijo el trabajador. «Y cuando te dije que no tenía frutas ¿Qué sospechaste?» Pensé, dijo el trabajador, que quizás todavía no habías hecho el diezmo. Y finalmente cuando te dije que no tenía ni almohadas ni cobijas ¿Qué sospechaste? Que habías santificado todas tus propiedades al cielo. Por la Avoda(trabajo del Templo) así fue dijo el hombre… como tú me juzgaste favorablemente que el Eterno te juzgue a ti favorablemente. (Talmud, Shabat 127a)
Un relato magnifico de nuestra tradición que trabaja un tema tan complejo, como actual y eterno ¿cómo juzgamos a nuestros semejantes? Nuestros maestros son conscientes que como seres humanos no podemos dejar de prejuzgar. Juzgar significaría tener todas las pruebas y evidencias para darnos una idea y tomar una decisión con respecto a los actos (e intenciones) de nuestro semejante pero en la vida nadie realiza un “juicio” con todos sus debidos procesos para evaluar las acciones o las palabras que vemos u escuchamos por ahí. Lo que hacemos es prejuzgar. Y sí. Nos es imposible hacer un juicio de cada cosa que vemos o escuchamos por lo cual lo único que nos queda es en apenas unos instantes con poca información a disposición formarnos una idea del porqué una persona hizo esto o dejo de hacer aquello. Y este relato, exagerado como todo buen relato que busca dejarnos una moraleja, nos habla de como deberíamos prejuzgar. Si vamos a prejuzgar, nos dice el Talmud, que sea siempre pensando lo mejor de nuestro prójimo, dándole el beneficio de la duda, juzgarlo para el lado del mérito, de forma favorable. En hebreo: Ladun LeJaf Zjut.
Este relato nos habla especialmente esta noche de Rosh Hashaná. Si queremos ser juzgados de forma benevolente por Dios, entendiendo que teníamos “razones comprensibles” aunque inadvertibles hacia el exterior cuando tomamos una u otra decisión que a los ojos de otros podrían ser tomadas para mal, y juzgadas de forma negativa, si queremos que realmente Dios, quien forma y conoce nuestros corazones, piense Él, lo mejor de nosotros y no lo peor entonces debiéramos empezar nosotros a juzgar de forma benevolente a nuestros semejantes.
¿Cuándo fue la última vez que alguien dijo algo “incorrecto” y pensaste lo peor de aquella persona? ¡Que es una mala persona! ¡Que es ignorante! ¿Por qué no te detuviste un instante a decir “quizás se equivocó” o “quizás quiso decir esto pero le salió aquello”?
¿Cuándo fue la última vez que viste cierta actitud de alguien que externamente parecía que estaba actuando incorrectamente y sin mediar palabra, sin pregunta, sin sopesar, directamente la prejuzgaste de forma negativa? Cada uno puede pensar su propio ejemplo. A todos. A todos nos ocurrió. Todos lo hacemos.
La gran pregunta que atraviesa este relato talmúdico es “¿Qué sospechaste?” “¿Qué pensabas de mi?” le preguntaba el empleador a su empleado y de forma exagerada, claro esta, este respondía siempre “pensando lo mejor” de su antiguo empleador. No creía, como pensamos la mayoría de los lectores en una primera instancia, que era un timador y un tacaño, sino que intentaba con todo su corazón pensar lo mejor de él.
Juzgar favorablemente a nuestros semejantes no solo es una buena actitud sino que consitituye una mitzvá, un precepto religioso: “Con rectitud juzgarás a tu prójimo.”(Lev. 19:15) y al respecto comenta el Talmud: «Con rectitud juzgarás a tu prójimo», significa que debes juzgar a tu prójimo de forma favorable” (Shevuot 30a). Es decir, tenemos la obligación de intentar juzgar a las personas para el lado del mérito, no pensando lo peor del otro sino lo mejor. Y Rashí (ad. loc.) comenta diciendo que esto no se trata de un llamado a los jueces sino a todos nosotros, que en nuestra vida diaria nos convertimos conscientes o no en jueces de los demás: “La Torá no se refiere a juzgar a un litigante en el tribunal. Sino a alguien que observa a otra persona realizando una acción que uno podría juzgarla para el lado de la trasgresión o para el lado del merito, uno debe siempre inclinarse a juzgarlo para bien y no se debe asumir que está realizando una trasgresión.”
Iehoshua ben Perajia dice: «Hazte de un Rabino, consigue un amigo y juzga a toda persona favorablemente»(Pirkei Avot 1:6). Ioshua ben Perajia nos enseña que uno en la vida debe hacerse siempre de un maestro, de un guía, pero también debemos adquirir un amigo y un compañero. Y cuando hace referencia al resto de las personas, a aquel que no es un maestro ni un amigo, nos dice que debemos juzgarlos “a toda persona” de forma favorable. ¿Por qué? Porque Ioshua ben Perajia sabe que instintivamente a nuestros seres queridos, a las personas que respetamos y admiramos, a nuestros amigos y maestros, siempre la vamos a juzgar de forma favorable, incluso cuando todas las evidencias nos prueben lo contrario, vamos a intentaremos pensar lo mejor del otro, lo justificaremos a toda costa. El desafío esta en extender este principio de benevolencia a todos, a cada hombre y a cada mujer.
Algunos me dirán que esta noción no es lógica ya que sabemos que hay gente que es mala y no podemos pensar siempre lo mejor de ellos porque nos tomarán como tontos y abusaran de nuestra buena voluntad. Y sí, tienen razón. Y es el propio Maimonides (en su comentario a la Mishná previamente mencionada) quien nos dice al respecto: “Esto se refiere a alguien que no conocemos, y por lo tanto no podemos decir si es un tzadik [un justo] o un rashá [un malvado]. En tal caso, si lo vemos haciendo o diciendo algo que puede interpretarse tanto para bien como para mal, debes darle el beneficio de la duda y suponer que su acción fue buena y no que hizo algo malo.”Y si nos ponemos a pensar casi todas las personas que conocemos no son ni justos ni malvados. Somos todos, beinonim, intermedios, con nuestras buenas acciones y nuestras malas acciones. Y entonces, nos llama nuestra Torá, en nuestros encuentros diarios con personas ordinarias debemos darle siempre el beneficio de la duda, y no sospechar lo peor del otro sino lo mejor.
Según el Talmud (Rosh Hashaná 16a) tres libros se abren frente a Dios cada Rosh Hashaná. Un libro donde inscribe a los Tzadikim, a los hombres y mujeres completamente justos, a los que no transgredieron ni una sola vez en todo el año. A ellos los inscribe directamente para la vida. Otro libro es el libro de los Reshaim, los completamente malvados, a los que no hicieron ningún acto positivo ni una sola vez en todo el año. A ellos los inscribe directamente para la muerte. ¿Y el tercer libro? El de los beinonim, los intermedios que veníamos hablando. A ellos, los sitúa en aquel libro intermedio y sellará luego su destino en Yom Kippur dependiendo del proceso de Teshuvá, de arrepentimiento, de estos días de reflexión individual y colectiva. Me gusta pensar que los primeros dos libros, el de los justos y malvados absolutos, están vacíos. Será difícil encontrar a una persona de bien que no haya cometido un error durante todo el año. Será difícil también encontrar a una mala persona que no haya realizado un acto bondadoso durante todo el año. Como dijimos todos nosotros somos beinonim. Todos nosotros estamos en aquel libro intermedio. Y todos nosotros debemos entonces juzgar al otro de forma benevolente ya que profundamente en nuestros corazones debemos afirmar que no conocemos sus intenciones y debemos entonces darle el beneficio de la duda.
En esta noche sagrada de Rosh Hashaná todos nosotros estamos siendo juzgados. Y al respecto dice la Mishná: “De la forma que un hombre juzga a su semejante, de la misma forma él será juzgado” (Sotá 1:7). De la forma que juzgamos somos juzgados. De la forma que juzgamos a nuestros semejantes ellos nos juzgan a nosotros. De la forma que juzgamos a nuestros semejantes así nos juzga Dios a nosotros. Si construimos una relación de confianza pensando siempre lo mejor (ante un aparente error) de nuestro prójimo seguramente cuando estemos en la posición inversa este principio de la reciprocidad benevolente va a primar. Si siempre estamos criticando seguramente siempre seremos criticados.
Juzgar al otro para bien no solamente nos ayuda a construir una relación más sana con nuestros semejantes sino que nos permite sentirnos más plenos con nosotros mismos. Al juzgar benevolentemente no solo ayudamos al otro, pensando lo mejor del otro, sino que también sanamos nuestros corazones, al dejar de odiar, de pensar lo peor, de guardar reconocer y de sospechar buscando siempre lo peor en el otro. Juzgar para bien nos permite estar bien con nosotros mismos sin pensamientos de bronca que invaden nuestros corazones y nuestra paz interior.
Para terminar, Rabi Najman de Breslav enseña de forma maravillosa que no solo debemos juzgar de forma benevolente a otras personas sino que también debemos intentar hacerlo con nosotros mismos: “Sabe que debes juzgar a todas las personas de forma favorable y debes buscar la porción debondad incluso de una mala persona porque en esa porción él no es malvado. Y al buscar lobueno en aquella persona y juzgándolo de forma favorable, lo elevas hacia su lado positivo y lepermitís que pueda él volver en Teshuva […] Y de forma similar uno siempre debe buscar algo bueno en uno mismo, ya que es sabido que una persona debe estar siempre feliz y distanciarse mucho dela tristeza.”
Rabi Najman de Breslav redobla la apuesta y nos dice que debemos buscar y pensar incluso lo bueno de alguien que sabemos que no es una buena persona para recordarle esa parte de bondad que tiene en su ser para que pueda anclarse en eso en su camino de Teshuvá, de arrepentimiento, de aquel camino que todos demos emprender estos días entre Rosh Hashaná e Iom Kippur. Y lo mismo debemos hacer con nosotros mismos. Debemos juzgarnos a nosotros de forma benevolente, intentar encontrar lo bueno y lo positivo, en nosotros mismos para anclarnos en eso y que eso nos ayude a crecer y a mejorar. Si juzgamos siempre al otro para mal no le damos herramientas para poder mejorarse. Si nos juzgamos a nosotros siempre para mal pensando lo peor de nosotros mismos “no puedo”, “no sé”, “no me sale”, “soy tonto”, etc., nunca vamos a poder salir de aquel lugar oscuro. Juzgar para bien y buscar lo bueno en el otro y en nosotros mismos nos ayuda a entablar una relación diferente y a construir en vez de destruir, a conectarnos en aquello positivo para de allí cambiar y seguir mejorando.
Esta noche estamos iniciando un nuevo año. Rosh Hashaná. La cabeza del año. Año en hebreo (Shaná) comparte raíz con el término Leishtanot (cambiar). Cada año nuevo nos da la posibilidad de un cambio. Y para tener un mejor año, cada año, debemos cambiar aquellas cosas que esta en nuestro poder cambiar. Y una de aquellas cosas es los ojos con los que vemos al mundo. Podemos siempre pensar lo peor del otro, y eso terminará destruyendo relaciones y destruyéndonos a nosotros mismos, o podemos decidir comenzar este año, proponernos al menos, empezar a juzgar a nuestros semejantes de forma benevolente, con amor, como a nosotros mismos nos gustaría ser juzgados si externamente aparentemente cometimos un error o hicimos algo incorrecto.
Esta noche sagrada de Rosh Hashaná le pedimos a Dios que nos juzgue Él de forma benevolente. Que piense lo mejor de nosotros.
Esta noche sagrada de Rosh Hashaná nos comprometemos nosotros a pensar lo mejor de nuestros semejantes, a juzgarlos de forma benevolente, con amor.
Esta noche sagrada de Rosh Hashaná recordamos que también debemos, este año que comienza, juzgarnos a nosotros mismos de forma benevolente. A pensar lo mejor del otro y lo mejor de nosotros mismos.
Shaná Tova,
Rab. Uri