(Nota publicada en Ynet Español el 24 de Septiembre del 2019)
El Divrei Jaim (Rebbe de Sanz, 1797-1876) expresó: “De chico quise cambiar el mundo. Después me di cuenta que era demasiado ambicioso e intenté cambiar mi ciudad. Como no pude, intenté luego cambiar a mi familia. Al final me di cuenta que solo puedo intentar cambiarme a mí mismo”.
El pueblo judío alrededor del mundo se está preparando para celebrar un nuevo Rosh Hashaná (cabeza del año, en español). Este domingo por la noche estaremos recibiendo un nuevo año, el 5780 según la cronología rabínica. Como recitamos en la liturgia, “en este día el mundo fue creado”. Es decir, lo que celebramos cada Rosh Hashaná es la mítica creación del mundo tal como nos narra el Génesis. Aunque cabe señalar que existe una tradición rabínica que menciona que no fue el mundo lo que fue creado en Rosh Hashaná sino el primer ser humano, el legendario ‘Adam Harishón’.
Esta es la tensión que simbólicamente nos atraviesa cada año en Rosh Hashaná y atraviesa quizás también cada uno de los días de nuestra vida. La tensión entre nuestra responsabilidad para con el mundo y nuestra responsabilidad para con nosotros mismos, nuestro impulso por cambiar y mejorar el mundo y nuestra necesidad de transformarnos a nosotros mismos.
La tradición judía tiene entre sus pilares más básicos el concepto milenario de ‘Tikún Olam’, la obligación de ‘reparar el mundo’. El mundo se encuentra dañado. Vivimos en sociedades desiguales. Hay pobreza extrema, hay violencia y no hay justicia. El mundo que nos sostiene, sus campos, su aire y su agua, están sufriendo por el daño causado por los seres humanos. Vivimos en un mundo que está lejos de ser la utopía del jardín del Edén. Aún queda mucho “Tikún Olam” por hacer.
Sin embargo, como explica el Rebbe Jaim de Sanz, muchas veces intentamos cambiar el mundo, pero eso nos queda “muy grande”, sentimos que poco podemos hacer, que poco podemos aportar. Nos frustramos y desistimos. Y entonces debemos recordar que existe otro Tikún, otra reparación, para hacer. Los rabinos medievales, especialmente entre los cabalistas, lo llaman Tikún Atzmí, es decir, “la reparación personal”.
Cada Rosh Hashaná nos vemos sometidos a un juicio celestial pero también a una introspección personal para, como explicaba el Rebbe de Sanz “intentar cambiarnos a nosotros mismos”. Eso es quizás lo único que podemos hacer. Cada Rosh Hashaná tenemos el desafío de hacer Teshuvá, de retornar, de cambiar, de reparar, de mejorar. A transformarnos en la mejor versión que cada uno de nosotros puede ser y a hacer una profunda reparación personal; ergo a hacer un Tikun Atzmi.
Rosh Hashaná es un tiempo de nuevos comienzos. De ponernos nuevas metas, nuevos objetivos. ¿Y si este año en vez de buscar cambiar el mundo buscamos transformarnos a nosotros mismos? No será quizás un objetivo grandilocuente pero sí, quizás, uno realizable. Tal vez así, si cada uno hace su Tikun Atzmí, su reparación personal podremos todos finalmente hacer Tikún Olam, reparar el mundo. Si cada uno de nosotros logra ser la mejor versión que puede ser, podremos llevar a que, quizás, el Tikún Olam, la reparación del mundo, deje de ser una utopía para convertirse en una realidad. Pero sin duda, no podremos reparar el mundo si no conseguimos nosotros repararnos a nosotros mismos primero.
¡Shaná Tová!