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En la Parashá de esta semana leemos acerca de los muy conocidos pero mal denominados “Diez Mandamientos”. No son diez ni tampóco (todos) mandamientos (pero dejemos este asunto para otro año). Estos principios que se escucharon en el Monte Sinaí hace 3200 años son uno de los pilares de la civilización occidental. Quisiera en esta oportunidad compartir con ustedes una idea o un aprendizaje (de los tantos que se pueden extraer) de estos “Diez mandamientos”. Ahí va.

  1. Yo soy Adonai tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre.

 El Dios bíblico es el primer Dios que se pone del lado del inocente, del débil y del esclavo. El pueblo judío traza su historia a un arameo errante y a un grupo de esclavos. Esta es nuestra historia y este es nuestro Dios. No olvidemos de que lado debemos estar.

  1. No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen…

El judaísmo venera la palabra no la imagen. En el mundo antiguo cada Dios era representado por una imagen, la Biblia prohíbe las imagenes invitando a imaginar a Dios con la palabra. Mientras que la imagen encierra y cosifica la palabra abre y sugiere.

  1. No tomarás el nombre de Adonai tu Dios en vano…

Durante los últimos cinco milenios el hombre usó a (su) Dios para ir a la guerra, para conquistar nuevos territorios, para oprimir a pueblos, para dominar a la mujer, etc. Dios nos reclama aquí a gritos que no usemos Su nombre en vano, que no invoquemos Su nombre como pretexto para la violencia, la opresión y la discriminación. Dios clama «no en mi nombre».

  1. Acuérdate del día Shabbat para santificarlo…

No hay institución más importante del judaísmo que Shabbat. Es la victoria del tiempo sobre el espacio, de la naturaleza sobre la tecnología, del placer sobre el afán del dinero. Cada ser humano necesita descansar y el mundo necesita descansar del hombre. Observar Shabbat es un acto revolucionario.

  1. Honra a tu padre y a tu madre…

El Talmud nos enseña que si honramos a nuestros padres Dios lo considera como si lo estamos honrando a Él. No podemos decir que honramos a Dios cuando menospreciamos a nuestros padres, a nuestros pares u a otro ser humano. La forma que tenemos de honrar a Dios es honrando y respetando Su creación comenzando por nuestros propios (y directos) creadores.

  1. No asesinarás.

La Mishná y el Corán (tomado de la Mishná) enseñan que quien termina con una vida es como si acabara “con todo un mundo”. Cada ser humano es un mundo de infinitas posibilidades y de cada ser humano un nuevo mundo puede ser creado. Habría que privilegiar estos textos de nuestras literaturas sagradas frente a otros que invitan a la violencia.

  1. No cometerás adulterio.

Puede ser que en los códigos legales de muchos países el adulterio ya no sea un delito pero el mismo seguirá estando siempre gravado en las tablas de la Ley. Honrá tus relaciones, tus compromisos y tus lazos. Y la de los demás. Hacer lo correcto aunque no este penado, hacer lo correcto porque simplemente es lo que hay que hacer.

  1. No hurtarás.

 La tradición rabínica sugiere que este mandamiento no hace referencia a objetos sino a personas. En este contexto el mandamiento sería mejor traducido como “no secuestrarás”. El ser humano nació para ser libre. No prives nunca a nadie de su libertad. Empezando por vos.

  1. No hablarás contra tu prójimo falso testimonio.

Las palabras también matan. Las mentiras lastiman y pueden literalmente matar. El bullying, la difamación, el chisme, el hablar sin saber, el contar secretos, la mentira y la calumnia también pueden matar. No es una metáfora o un decir, las palabras también matan. Literalmente.

  1. No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.

Los cristianos, siguiendo a Jesús, sostienen que es pecaminoso “codiciar/desear” lo que el otro posee. La tradición rabínica sin embargo sugiere que el problema no esta en el deseo (muchas veces incontrolable, espontaneo y natural) sino en pasar del deseo a la acción. El dominar nuestros instintos, pasiones y deseos, cuando estos no “corresponden” es lo que nos hace humanos y nos diferencia del mundo animal.

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