De todos los mensajes que encierra la festividad de Sucot el tema de la alegría es el que más me moviliza. Durante ocho días es un mandamiento estar feliz. Al levantar la copa de Kidush o al recitar la Amidá durante esta festividad nos recordamos a nosotros mismos que Sucot es la fiesta de la alegría. Durante todo el año ser feliz es una buena idea, o una sana costumbre, pero durante ocho días es un mandamiento de índole religioso. ¿Por qué Sucot es llamada “el tiempo de nuestra alegría”? Nuestros maestros esbozaron ya hace tiempo diversas respuestas. Algunos sostienen que es porque en este tiempo recolectamos nuestras cosechas y nos alegramos por los frutos de nuestro trabajo. Algunos se lo atribuyen a los procesos climáticos siendo este tiempo cuando comienzan a caer las primeras lluvias del otoño en Israel. Otros dicen que es la alegría que uno siente al sentir la presencia divina simbolizada en las nubes de honor que acompañaron al pueblo judío durante la travesía por el desierto (que según rabí Akiva son las verdaderas Sucot). Y algunos conjeturan que se debe a que ya pasamos los días terribles (los Iamim Noraim) y que ahora es tiempo de celebración.
Sea cual sea el motivo estos son tiempos de alegría y celebración. Dicha alegría es parte de un proceso increyente de cinco pasos. Cinco son los niveles de alegría que la festividad de Sucot nos presenta como camino a seguir.
La primera fase es la felicidad interior, la alegría personal. Parafraseando a Hilel, “Si no soy feliz ¿Qué soy?”. Cuando en la Torá es mencionada la festividad de Sucot se nos dice: “Siete días celebrarás fiesta solemne a Adonai tu Dios en el lugar que Adonai escogiere; porque te habrá bendecido Adonai tu Dios en todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verdaderamente alegre.” (Deut. 16:15). Veaita Aj Sameaj! La Torá nos habla a cada uno individualmente. Cada uno debe estar feliz, cada uno debe ser feliz por sí mismo sin depender de un otro. Parafraseando nuevamente al Pirkei Avot “Si tu felicidad depende de algo, cuando aquello desaparece tu felicidad desaparece también. Una felicidad que no dependa de nada, salvo de ti mismo, perdurará por siempre”. Cada uno debe encontrar la felicidad en las obras de sus manos.
Cuando uno está feliz, pleno consigo mismo, se abre el camino para la segunda fase: hacer feliz a los más cercanos, compartir la felicidad con nuestra familia. Es por eso que el Talmud nos dice: “Cada quien está obligado alegrar a sus hijos y a los habitantes de su hogar… ¿Con qué? Con vino” (Pesajim 113b). El Talmud comprende que el versículo bíblico “Y te alegrarás en tus festividades” (Deut. 16:14) no puede estar completo sin la felicidad de la familia. Por dicho motivo uno está obligado a procurar su felicidad. Con vino (y carne) para los hombres según el Talmud y Maimónides agrega que comprando ropa y joyas para las mujeres y dulces para los más pequeños (Hiljot Iom Tov 6:18).
El tercer nivel es la felicidad altruista o generosa. Y la misma se encuentra en la Torá: “Y te alegrarás en tus fiestas solemnes, tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, y el levita, el extranjero, el huérfano y la viuda que viven en tus poblaciones.” (Deut. 16:14). En un mismo versículo Dios nos ordena a alegrarnos nosotros mismos, alegrar a nuestros hijos pero también a los levitas, extranjeros, huérfanos y viudas; es decir, los más desprotegidos de nuestras sociedades. Si somos ricos al estar felices con lo que tenemos debemos compartir nuestra alegría, y abrir simbólica (y físicamente) las puertas de nuestra Sucá, a todos aquellos que nos rodean a los que por las circunstancias de la vida que les tocó vivir la alegría no es parte de su dieta cotidiana. Tan importante es esta fase para Dios que según el Midrash Dios le juró al pueblo judío que si hacemos felices a sus cuatro – levitas, extranjeros, huérfanos y viudas -, Dios hará felices a nuestros cuatro -hijo, hija, siervo y sierva- (Midrash Agadá, Ed. Buber, Deut: 16:11).
Uno mismo, la familia y los necesitados que nos rodean. ¿Qué nos queda? La Torá nos dice que todavía podemos anhelar por más. El paso siguiente es un gran salto, una meta que más que una meta parece una utopía: la felicidad y plenitud del pueblo judío. El Talmud sueña con aquella utopía y nos dice: “… los judíos son dignos de vivir juntos en un sola Sucá” (Sucá 27b). ¿Qué mejor forma que celebrar “el tiempo de nuestra alegría” que junto a la totalidad de nuestro pueblo? Nuestros maestros sabían que la posibilidad de que todo el pueblo judío se reúna en una sola Sucá sería algo imposible pero no claudican en su idea de traer a todo el pueblo de Israel bajo un mismo techo estrellado. Según el Midrash (Vaikrá Raba 30:12) los cuatro tipos de judíos están representados en los Arvat HaMinim, en las cuatro especies que sacudimos durante la festividad. Al tomar los Arvat HaMinim y al sacudirlos hacia los cuatro puntos cardinales, y luego hacia el cielo y la tierra, estamos pidiendo por la unión física y espiritual de todos los judíos dispersos por los cuatro confines de la tierra, como así también la unión de las inclinaciones materiales y espirituales de nuestro pueblo.
La felicidad nacional sin embargo no es la última fase. Es la fase que, a la usanza del Rab Kook, allanará el camino hacia la última meta, la utopía final: la felicidad del mundo entero. ¿Y dónde encontramos este concepto durante Sucot? En los setenta toros que son sacrificados durante la festividad. Según la cosmovisión de nuestros antepasados el mundo estaba compuesto por setenta pueblos (descendientes ellos de Noaj y sus tres hijos). Es Rabí Eleazar quien sugiere que cada uno de estos setenta toros representa a cada una de las setenta naciones primordiales (Talmud, Sucá 55b). Y con este paso se completa el camino de la felicidad, al comprender que la felicidad nacional no debe ser en detrimento de la felicidad ajena sino que por el contrario debe impulsarnos a contagiar nuestra alegría al mundo entero.
Uno mismo. La familia. El Otro. Nuestra nación. El mundo. Esto son los cinco niveles de la felicidad sobre los cuales somos invitados cada año durante la celebración de Sucot a repensar y a reevaluar. Y cuando hablo de felicidad me refiero a la plenitud del ser, a encontrar momentos que completen nuestras búsquedas. Cada fase completa abre nuevas puertas. Al estar plenos con nosotros mismos podemos hacer feliz a nuestros seres queridos. Solo cuando nuestra familia está completa y consolidada podemos extender nuestra felicidad a través de la hospitalidad y la generosidad. Así juntos podemos lograr una nación fuerte, orgullosa y cohesionada. Y solo así podemos brindarle al mundo luz para iluminar su camino hacia la felicidad y la plenitud.
Estos ocho días abren con Sucot pero concluyen con Simjat Torá. El tiempo donde podemos danzar con la fuente de nuestra alegría y de nuestro orgullo, con nuestra Torá. Aquella Torá que nos inspira para buscar la felicidad, para comprender que la familia es lo más importante y que la generosidad y la hospitalidad son valores religiosos. Esa misma Torá que nos une como pueblo judío y nos da un destino, y nos llama una y otra vez a compartir nuestra bendición con el mundo entero. Todo este ciclo, sin embargo, empieza con vos. Veaitá Aj Sameaj!
Jag Sameaj!
Rab. Uriel Romano