Siempre que llovió paró y lo mismo ocurré después de cada diluvio, el sol vuelve a salir y la vida continúa. Al salir del arca Noaj plantó una vid para celebrar y como primer acto de reconstrucción de un mundo devastado por la tempestad de las aguas. Poco tiempo después Noaj bendijó, antes de morir, a sus tres hijos: Shem, Jam y Iefet. La Torá nos dice que de sus tres hijos salieron luego las setenta naciones primordiales de la humanidad. Ahora bien detengamonos un instante en la bendición que Noaj le da a su hijo Yefet: “Engrandezca Dios a Yefet, y habite en las tiendas de Shem” (Gén. 9:27). Lo bendice con su propio nombre rogándole a Dios que lo convierta en un pueblo grande y bello (Yafet). La segunda parte de la bendición es la más enigmática sin embargo: ¿Qué significa que Yefet debe habitar en las tiendas de Shem?
En la literatura rabínica Yefet es asociado muchas veces con Yavan-Grecia (uno de sus descendientes), mientras que Shem es el antepasado de Israel. En este contexto el Talmud nos dice que “las palabras de Yefet deben habitar en las tiendas de Shem” (Meguilá 9b). En otras palabras: la cultura griega debe habitar en las tiendas del pueblo de Israel.
¡Que poderosa enseñanza que nos legó Rabi Shimon ben Gamliel! Hay lugar en nuestros hogares y en nuestros santuarios para la filosofía y la estética griega. El judaísmo no rechaza el pensamiento, la arquitectura, la cultura, la literatura o la lengua de otro pueblo; tampoco la absorbe completamente sino que la matiza, la transforma, la hace propia, la “kasheriza”. Cuando los griegos intentaron, en la época de los Macabeos, destruir el judaísmo nuestro pueblo se alzó en armas para defender su identidad y su autonomía; sin embargo cuando el encuentro no intenta socavar la identidad propia toda cultura, y sus aportes, siempre son bienvenidos. Y eso mismo ocurrió con la cultura griega en los tiempos proto-rabínicos y rabínicos, su filosofía y su lengua ingresaron con una fuerza torrencial en el judaísmo (este es el contexto histórico de la expresión de Rabi Shimon ben Gamliel).
Nuestros maestros siempre han entendido que hay sabiduría y belleza en cada una de las naciones con las cuales nuestro pueblo se ha cruzado a lo largo de la historia. Y los más sabios dentro de nuestros maestros siempre supieron tomar lo mejor del otro e incorporarlo a nuestra cultura. Yefet debe habitar en las tiendas de Israel. Nuestro judaísmo debe ensancharse para poder incorporar la sabiduría de otros pueblos sin nunca perder su propia identidad.
Debemos mantener firmes y estables las tiendas de Israel a la par que incorporamos poco a poco lo que el Otro tiene para enseñarnos. Este ha sido siempre el camino de nuestro pueblo. Pensemos sino un instante en que el nombre de todos nuestros meses en hebreo provienen de la antigua Babilonia, que la gramática hebrea surge como hermana menor de la árabe, que nuestros filósofos medievales usaban categorías platónicas o aristotélicas, que las sinagogas en oriente y occidente siempre fueron influenciadas por la arquitectura cristiana o musulmana circundante, que en los tiempos del Talmud el pueblo hablaba arameo y en los tiempos de la Mishná la aristocracia judía hablaba griego (¡y sus lapidas estaban escritas en griego también!); y así podríamos continuar.
La bendición no está en levantar muros y ghettos que nos separen de las otras naciones. La bendición se encuentra en absorber y asimilar la diversidad, en hacerla propia, en traducirla en un lenguaje propio. La bendición se encuentra no en altas murallas que nos separan del otro sino más bien en hermosas tiendas que se mantienen firmes a la par que incorporan cada día la sabiduría que Dios ha depositado en cada nación y en cada pueblo. Permitamos que Yefet, la sabiduría de las naciones, encuentre su lugar en las tiendas de Israel.
Justo esta semana he visitado el Museo Judio de Atenas. Tienen la reproducción de una placa del s. III, encontrada en el Ágora de Atenas, donde se ve representada una menorah y un lulav. Es preciosa, y un buen ejemplo de como el arte griego enriqueció la herencia hebrea. Shavúa tov!