En repetidas ocasiones la Tora habla de Dios como si fuera humano. Los académicos lo llaman antropomorfismo, dicen que es la única forma en la cual los humanos podemos hablar de algo que nos sobrepasa y que “no conocemos”. En la Biblia Dios se enoja, se arrepiente, es vengativo, habla, etc. Muchas de estas descripciones “humanizadas” de Dios las entiendo de una forma u otra sin embargo en la Parashá de esta semana aparecen unas cualidades muy humanas en Dios que hasta hoy nunca había entendido cabalmente: “Dios grande, poderoso y temible que no hace acepción de personas ni acepta soborno.” (Deut. 10:17). La primera parte del versículo la comprendo, es más la pronuncio tres veces cada día durante la Amida. La segunda parte era la que me complicaba. ¿Qué significa que Dios no hace acepción de personas y que no acepta sobornos? ¿Cómo se podría sobornar a Dios?
El Ramban (ad. Loc.) entiende este pasaje “en su contexto” diciendo que Dios no hace diferencia entre ricos y pobres o entre poderosos e indefensos a la hora del juicio, sino que Dios “hace justicia con el huérfano y la viuda” (Deut. 10:18). Me gusta esta lectura sin embargo no me satisface ya que quien imparte la justicia en este mundo son los jueces de carne y hueso y estos mismos principios ya le serán advertidos a ellos (ver: Deut. 16:19). El comentario de Sforno a nuestro versículo me convence un poco más: “Dios no anulará el castigo de una transgresión por el mérito de un mandamiento que el trasgresor haya realizado”. Es decir, Dios no recibe como “soborno” para anular una mala acción una buena acción. Este mismo principio se encuentra en el Talmud (Sota 21a): “Una mitzvá (mandamiento) no apaga una averá (transgresión)”. Sin embargo, hay algo de esta lectura que tampoco termina de convencerme del todo.
Esta semana encontré finalmente (creo) la interpretación que me satisface de la boca (o mejor dicho, de la pluma) de Rabi Itzjak Zev Soloveitchik (1886-1959, Rosh Ieshiva de Ieshivat Brisk en Jerusalén). Se cuenta que él solía recriminar a sus estudiantes que concentraban toda sus fuerzas y tiempo en el estudio de la Torá abandonando sus otras obligaciones. Y a estos les decía que Dios no toma sobornos. No por estudiar Su Tora y dedicar día y noche a los intrincados pasajes del Talmud Dios “deja pasar” las otras obligaciones sociales y familiares. Ya lo dijeron los profetas Isaías y Amos, a Dios no se lo compra con sacrificios en el Templo. Y también los maestros talmúdicos son sensibles a las consecuencias del excesivo estudio de la Torá que nos lleva a marginar a nuestras familias (ver sino las historias en TB Ketuvot 62a-63b).
Dios no acepta sobornos. Venir cada semana a la sinagoga o estudiar Torá constantemente pueden engañar a los hombres, pueden “sobornar” a aquellos que solo podemos ver el exterior (recuerden el famoso: “pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón” en I Shmuel 16:7) o una parte del cuadro, sin embargo, Dios ve el cuadro completo y no permite que una buena acción borre todas las otras malas acciones. Al resto de los hombres y mujeres podemos engañar sin embargo siempre hay dos que jamás podrán engañados: uno mismo y Dios.
Estudiar Torá no es más importante que honrar a los padres. Estudiar Torá no es más importante que tratar a cada ser humano con respeto. Estudiar Torá no es más importante que las obligaciones conyugales y familiares. Estudiar Torá no es más importante que servir a nuestra sociedad circundante. Estudiar Torá no es más importante que ganarse el pan con el sudor de nuestras frentes. Si Dios no puede ser sobornado no dejemos que nosotros lo seamos. El estudio de la Torá debe ser la base para una vida plena no una excusa para escaparnos de nuestras obligaciones y responsabilidades.
¡Shabat Shalom!
Excelente! Claro y conciso.