Vaikrá, primera entrega.
Parashat Vaikrá 5776
¡Abandonemos el Templo, volvamos a la sinagoga!
“¿Vas al Templo el viernes a la noche?”, “Me gusta como oficia la rabina de ese Templo”, “¿Vieron que lindo que es tal o cual Templo?”… frases como estas las he escuchado y las escucho constantemente. En la diáspora utilizamos muchas veces de forma indistinta la palabra sinagoga o Templo, algo que en hebreo nunca podríamos hacer. Muchas veces incluso las propias sinagogas se llaman “Templo X”. Sin embargo ¿son nuestras sinagogas templos? ¿Es indistinto hablar de templos que de sinagogas? La respuesta a ambas preguntas es no.
En hebreo Templo es Beit HaMikdash y sinagoga Beit HaKneset. Templo hubo solo dos y en un solo lugar: Jerusalém. El primero construído por el rey Shlomó en el siglo X a.e.c y el segundo reconstruido por los judíos que volvían del cautiverio de Babilonia a comienzos del siglo V a.e.c. Sinagogas hubo muchas. Comenzaron el Babilonia y luego se expandieron a la tierra de Israel y a cada rincón de la dispersión judía.
Tradicionalmente los lugares de oración y estudio de las comunidades judías durante cientos y miles de años se denominaron como kehilot kodesh, congregaciones sagradas. Los ashkenazim lo denominan shul o shil (dependiendo el lugar de origen) y los sefaradim knis. En hebreo tradicionalmente se las conoce como Batei Kneset, casas de encuentro. El término español Sinagoga proviene del término griego synagogē que es la traducción exacta del término Beit HaKneset en hebreo.
Hasta el siglo XIX ningún judío podría haber llamado a su sinagoga local “Templo”. Nadie le hubiera dicho a su amigo que lo acompañe al Templo de la calle tal o cual ni nadie le hubiera puesto a su sinagoga “Templo Bet El” o “Templo Emanuel”. Entonces ¿Cuándo comenzamos los judíos a llamar a las sinagogas templos?
El término Templo para referirnos a las sinagogas nace de una decisión consciente del movimiento reformista de comienzos del siglo XIX en Alemania. Los primeros reformistas comienzan a denominar a muchas de sus sinagogas “templos” siendo la primera el Templo de Hamburgo (Israelitischer Tempel, 1818). ¿Por qué? Para demostrar su profundo nacionalismo alemán y para comenzar a borrar de la mente y el alma de sus congregantes el deseo sempiterno del judío de volver a la tierra de Israel soñando con reconstruir allí el tercer Templo. Los reformistas clásicos creían que no podían ser buenos alemanes si seguían teniendo la esperanza de restaurar Jerusalén y el Templo. Por ese motivo para ellos la nueva Jerusalén era Berlín y por eso allí comenzaron a construir Templos y no sinagogas.
Y así fue como poco a poco en la diáspora en los últimos casi 200 años muchas comunidades reformistas y conservadoras (desde los años 50 y 60 del siglo XX en los Estados Unidos) comenzaron a transformar a las sinagogas en Templos. Ahora bien, más allá de la cuestión ideológica de que Templo solo puede haber uno solo y en Jerusalén (como será y si será lo discutiremos en un próximo comentario este año al libro de Vaikrá) el cambio de nombre afectó también la esencia de lo que “allí sucede”.
En el Templo de Jerusalén el trabajo del hombre común era pasivo. Los sacerdotes y los levitas eran quienes realizaban la inmensa mayoría de las funciones del Templo. El hombre común y corriente solo debía ir y entregarle a los “expertos” su sacrificio, ya sea animal o vegetal. En algunas ocasiones tenía la posibilidad de comer de su propio sacrificio y en otros momentos ni eso. La emergencia de la sinagoga en el mundo judío revolucionó el papel del “hombre común” en el ámbito religioso. Ahora todos, sin importar su “casta”, podían dirigir las plegarias, rezar, cantar, estudiar Torá y enseñar. Y durante más de 2000 años eso fue lo que sucedió en las sinagogas.
Cuando comenzamos a denominar a las sinagogas “templos” no solo le quitamos la importancia y el lugar central a “El Templo” y a Jerusalén sino que también implícitamente volvemos al modelo “comunitario” de la época del Templo de Jerusalén. En nuestras sinagogas-templos el rabino sustituyó al Cohen (sacerdote) y el Jazán a los levitas. El hombre y la mujer común en vez de traer su sacrificio animal o vegetal se traen a sí mismos pero mayormente su presencia en los “servicios religiosos” es pasivo. E incluso el término “servicio religioso” significa que nos hemos convertido en consumidores de un servicio ofrecido por otros expertos.
Otra implicancia de llamar a las sinagogas Templos es buscar que las sinagogas se parezcan más a Templos que a sinagogas. Como dijo Heschel los judíos no construimos catedrales en el espacio sino en el tiempo. Si bien es hermoso encontrarnos con bellas y gigantescas sinagogas en Europa, en los Estados Unidos o en diversos lugares del mundo, esos hermosos palacios se convierten constantemente en espacios fríos y distantes. La sinagoga no debe ser hermosa, debe ser digna. La sinagoga no debe ser grande, debe ser acogedora. La revolución de la sinagoga era que cada espacio sin importar su tamaño o su lujo podía transformarse en un lugar de encuentro con el otro, con el texto y con Dios.
Si deseamos un judaísmo significativo en el siglo XXI debemos abandonar los Templos y volver a las sinagogas. Debemos abandonar nuestro rol pasivo y convertirnos en agentes activos de nuestros Batei Kneset. Los rabinos no deben ser los únicos que dan las prédicas en Shabat o en las festividades; el rol del rabino debe ser el de motivar y enseñar a cada uno de sus congregantes para que cada cual pueda agregar una nueva cara a la Torá con su propia voz. Los jazanim no deben ser la única voz que se escucha en nuestras sinagogas. Ellos y ellas deben guiarnos a todos para elevarnos con su bella voz en plegarias significativas pero también deben dar lugar a que se escuchen otras voces, a que todos podamos cantar los bellos salmos transformados en plegarias. Por último debemos comprender que para construir Kehilot Kodesh, congregaciones sagradas, no necesitamos impactantes catedrales judías, ni edificios lujosos, necesitamos construir sinagogas cálidas y abiertas, desafiantes y transformadoras.
¡Abandonemos el Templo y volvamos a la sinagoga!
Shabat Shalom