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מעשה ברבי ישמעאל ורבי עקיבה שהיו מהלכין בחוצות ירושלים והיה עמהן אדם אחד, פגע בהם אדם חולה, אמר להן רבותי אמרו לי במה אתרפא, אמרו לו קח לך כך וכך עד שתתרפא, אמר להן אותו האיש שהיה עמהן מי הכה אותו בחולי, אמרו לו הקדוש ברוך הוא, אמר להן ואתם הכנסתם עצמכם בדבר שאינו שלכם, הוא הכה ואתם מרפאין, אמרו לו מה מלאכתך, אמר להן עובד אדמה אני והרי המגל בידי,אמרו לו מי ברא את האדמה, מי ברא את הכרם, אמר להם הקדוש ברוך הוא, אמרו לו ואתה מכניס עצמך בדבר שאינו שלך, הוא ברא אותו ואת אוכל פריין שלו, אמר להן אין אתם רואין המגל בידי אלולי שאני יוצא וחורשו (ומכסתו) [ומכסחו] ומזבלו ומנכשו לא העלה מאומה, אמרו לו שוטה שבעולם ממלאכתך לא שמעת מה שכתוב אנוש כחציר ימיו, כשם שהעץ אם אינו נזבל ומתנכש ונחרש אינו עולה, ואם עלה ולא שתה מים (ולא נזבל) אינו חי והוא מת, כך הגוף הוא העץ, הזבל הוא הסם, איש אדמה הוא הרופא.

Ocurrió cierta vez que rabí Ishmael y rabí Akiva estaban caminando juntos por las calles de Jerusalém y se encontraba con ellos otro hombre. Se encontraron con un hombre enfermo que les dijo: “maestros, diganme con que puedo curarme”. Le dijeron: “toma esto y aquello hasta que te cures”.

La persona que estaba junto a ellos les preguntó: “¿Quién fue él que lo afligió con su enfermedad?”. Le contestaron: “El Santo, Bendito Sea.” Entonces él les dijo: “¿Y ustedes acaso intervinieron en algo que no les pertenece? ¿Él lo afligió y ustedes lo curaron?”.

Ellos le preguntaron: “¿Cuál es tu profesión?”. Él les contestó: “Soy un granjero como pueden ver por la hoz que tengo en mi mano”. Le preguntaron: “¿Quién creó la tierra?”. “El Santo, Bendito Sea”, él les contestó. Volvieron a preguntarle: “¿Quién creó los viñedos?”. “El Santo, Bendito Sea” respondió el hombre. A lo que ellos le dijeron: “¿Y vos intervenis en algo que no te pertenece? ¿Dios creó aquellos y vos comes sus frutas?”. El hombre les dijo: “¿Acaso no ven ustedes la hoz en mi mano? Si yo no saliese a arar, a cubrir, a fertilizar y a eliminar las malas hierbas nada podría crecer de la tierra”.

Le dijeron a él: “¡Tonto! No podes inferir de tu ocupación aquello que está escrito: “El hombre, como la hierba son sus días” (Salmos 103:15).” Tal como el árbol si no es fertilizado, arado y si no se le quita de alrededor las malas hierbas no puede crecer, y sí ya creció pero no es regado muere; de la misma forma el hombre es el árbol, el fertilizante es la medicina y el granjero es el médico.

Este es un Midrash verdaderamente hermoso. La creatividad rabínica en su máxima expresión. Es una maravillosa historia la cual siempre intentó enseñar. El Midrash tiene un tema y un sub-tema. El tema es la permisibilidad del uso de la medicina según el pensamiento judío clásico. El sub-tema es nuestra perspectiva teológica y el lugar del hombre en la Creación de Dios. Analicemos primero el tema para pasar luego al sub-tema.

El Midrash comienza situándonos en el tiempo y en el espacio. Nos encontramos en Jerusalém hacia finales del siglo I d.e.c o comienzos del siglo II. Recordemos que el Templo de Jerusalém fue destruído en el año 70 d.e.c y que la misma casi había quedado desolada luego de esta catástrofe nacional (este será un detalle no menor para cuando analicemos el sub-tema). Allí se encuentran rabí Akiva y rabí Ishmael, dos de los sabios más importantes y pilares del judaísmo rabínico y de la renovación del pueblo judío. Con ellos se encuentra un tercer hombre, anónimo del cual nunca sabremos su nombre. Anónimo porque aquel podría ser cualquiera de nosotros y su planteo representa no una cuestión personal sino una idea generalizada en millones de hombres y mujeres en cada generación.

El Midrash nos cuenta entonces que en el camino se encuentran de casualidad con un hombre enfermo. Este hombre les pide a los sabios que le recomienden algo que él pueda hacer para sanarse. Es importante detenernos aquí en un punto central, en el mundo antiguo y hasta entrada la modernidad el mundo religioso y el mundo de la medicina estaban fuertemente entrelazados. Los líderes religiosos y culticos eran por lo general también los “médicos”. En la tradición bíblica eran los sacerdotes quienes decretaban también quien estaba apto médicamente para estar o no en el campamento de Israel. Durante la edad media grandes sabios judíos, rabinos, filósofos y juristas eran también médicos. Ahora sí comprendemos porque aquel hombre enfermo le preguntó precisamente a los grandes sabios de la generación que podría hacer para curarse. Sin pensarlo dos veces rabí Akiva y rabí Ishmael le recomiendan tomar tal o cual medicamento hasta que finalmente se cure.

La respuesta le sorprende a su acompañante. Él no esperaba esta respuesta de estos prohombres de la Torá Oral. Conociendo como sigue la historia podemos imaginarnos cuál es la respuesta que esperaba aquel acompañante anónimo. Él esperaba que le dijeran que todo está en manos de Dios, que aparte de rezar no hay mucho que él pueda hacer. Este hombre creía que si era Dios quien le había envíado tal o cual enfermedad, solamente Él podía curarlo si lo deseara. “¡Los hombres no pueden intervenir en los designios de Dios!”, decía el hombre.

Y aquel hombre no estaba sólo. Aquel planteamiento teológico ha sido un lugar común en varias religiones (o corrientes religiosas) desde el mundo antiguo hasta nuestros días. En nuestros días varias sectas cristianas se oponen a algún tipo de intervención humana en la curación de ciertas enfermedades o transtornos psíquicos. Los opositores más vehementes en nuestros días son los seguidores de la Ciencia Cristiana.

En la tradición judía clásica también hubo opositores (como este hombre anónimo) a la intervención humana en la curación de los enfermos. Muchos se basan en el famoso versículo de Éxodo (15:26) que dice: “porque yo soy Adonai tu sanador”. Dios es El sanador y nadie más dicen aquellos religiosos que se oponen a que el hombre intervenga en lo que Dios produjo. Si Dios quiere sanar a tal o cual persona así Él lo hará: “Yo hago morir, y yo hago vivir; Yo hiero, y yo sano”. En la tradición rabínica también encontramos algunos pocos ejemplos de oposición a la medicina. Se nos dice por ejemplo que cuando una persona enfermaba tenía o bien que rezar, ayunar o dar Tzedaká. De esta forma se curaba y no yendo a un médico. Otras fuentes son incluso más intransigentes con la medicina y nos dicen que incluso “los mejores de los médicos van al infierno” o también que los sabios aprobaron la actitud del rey Ezequías quien enterró el libro de los remedios.

Gufá, volvamos a nuestra historia. Rabí Akiva y rabí Ishmael, sin embargo, se oponen vehementemente a este perspectiva teológica tal como también lo hace gran parte de la tradición rabínica clásica. Ambos rabinos en vez de contradecir al hombre de entrada lo invitan a participar en su propia lógica, un método de enseñanza bastante popular (y permítanme agregar, efectivo) en la tradición rabínica. Los sabios le preguntan entonces cuál es su profesión y él les contesta que es evidente que es un granjero ya que tiene la hoz en la mano. Y aquí que el hombre se presente con una hoz no es casual, la hoz es un elemento transformador por naturaleza y de la naturaleza. Luego ya introduciendo al hombre, bastante irritado al parecer para este momento, en la propia lógica de los sabios le preguntan quién creó tanto la tierra como los viñedos. El hombre, un ferviente creyente, contesta lo mismo que los sabios una líneas atrás: El Santo, Bendito Sea, por supuesto. Él es el Creador. Paso seguido los sabios le preguntan entonces exactamente lo mismo también que el hombre les había preguntado a ellos cuando decidieron intervenir en la curación de aquel hombre enfermo. El hombre exasperado se contesta a sí mismo y dice que si no fuera por su hoz -elemento transformador por antonomasia- y todo su trabajo nada podría salir de la tierra. En otras palabras el hombre, podemos imaginar, al final de su respuesta comienza a comprender la teología de los sabios: Dios da y el hombre interviene. Dios crea y el hombre transforma. Dios sienta las bases y el hombre construye a partir de la creación divina. Ya la voz de aquel hombre no se escucha más en nuestro Midrash.

La realidad es que el Midrash podría terminar así ya que la moraleja ya quedó clara. Sin embargo el redactor del Midrash decide explicitar, para que no queden dudas, la equivalencia que hay entre el trabajo de un granjero y el trabajo del médico. Los sabios le dicen basados en un versículo de los Salmos que equipara al hombre con las hierbas, que el ser humano es como cualquier árbol. Los árboles para que puedan vivir necesitan del arduo trabajo y la intervención del hombre (aunque escribiendo estas palabras me pongo a pensar los cientos de miles de kilómetros cuadrados de bosques tropicales vírgenes que viven plenamente sin la mano del hombre). Lo mismo sucede con los seres humanos. Para poder vivir con salud necesitamos el trabajo y la intervención de profesionales médicos. Y de esta forma sella la analogía nuestro Midrash: “el hombre es el árbol, el fertilizante es la medicina y el granjero es el médico.”

Vayamos ahora al sub-tema. El granjero por un lado y los sabios Akiva e Ishmael por el otro representan dos paradigmas teologicos y filosoficos que acompañan al ser humano desde hace miles de años. ¿Puede el hombre intervenir en la Creación de Dios? El granjero dice que no. Los sabios dicen que sí. Y aquí radica una de las grandes transformaciones del pensamiento bíblico al pensamiento rabínico. En la Biblia el actor principal es Dios. Dios dice, Dios manda, Dios está detrás de cada acción. En la literatura rabínica los sabios no despojan a Dios de todos sus atributos sino que dotan al hombre de atributos que casi no contaba en los tiempos bíblicos. El hombre se transforma en el actor principal. Es cierto que Dios puede decretar una enfermedad pero está en el hombre la capacidad de curar. A pesar de lo que digan ciertos pasajes talmúdicos no todo está en la mano de Dios. Dios creó al hombre con dos manos para poder transformar con sus propias manos la creación Divina. El precepto de “Seis días trabajarás y el séptimo descansarás”, implica tanto los primeros seis como el día de Shabat. Durante seis días de la semana Dios nos invita (y nos ordena) a transformar su mundo, a seguir re-creando Su creación.

¿Qué significa el precepto: No tomarás el nombre de Adonai tu Dios en vano? Por un lado la tradición judía comprendió que no debemos pronunciar el nombre inefable de Dios sino que debemos utilizar seudónimos cuando nos referimos a Él; por eso lo llamamos Adonai o Hashem. Sin embargo esta es solo una cara de la moneda. No utilizar el nombre de Dios en vano significa no poner en la boca de Dios cosas que Él nunca dijo. Constantemente escucho en nuestros días cuando sucede alguna tragedia, cuando alguien está enfermo, cuando alguien muere o cuando alguna otra cosa “mala” sucede que alguien dice: “Es lo que Dios quiso” o “Que sea lo que Dios quiera”. ¿Sabemos efectivamente que eso es lo que Dios quiso? ¿Sabemos fehacientemente que eso es lo que Dios quiere que suceda? A veces caer en esos lugares comunes, en esas expresiones tan diseminadas en nuestra cultura, es una nueva forma de violar el precepto de no utilizar el nombre de Dios en vano. No sabemos lo que Dios quiere o no. Nadie puede afirmar que esto o aquello es producto de la voluntad divina (por un castigo, para probar a una persona o por algún otro motivo). Lo que sí podemos afirmar es cuál es nuestra voluntad. Si tenemos voluntad de transformar la realidad o no. No podemos cambiar a Dios pero sí podemos transformar Su creación.

Es un pensamiento que lleva a la inacción. Si es lo que Dios quiso ¿Quién soy yo para oponerme? Esta es la postura del granjero, del hombre de la tierra, frecuentemente estigmatizados por los rabinos como hombres ignorantes. Si fuera por él cada vez que una persona se enferma o sufre algún accidente debemos dejar que muera ya que esa es la voluntad divina. Sin embargo la voz de los sabios, en esta oportunidad de Ishmael y de Akiva, y de la inmensa mayoría de las fuentes judías rabínicas es que el hombre tiene el permiso (y en algunos casos la obligación) de intervenir en la Creación divina. Dios puede o no haber decretado tal o cual cosa en las alturas pero está en el hombre la capacidad y la posibilidad de transformar la realidad.

En relación a la medicina en el Talmud se nos dice basados en un versículo bíblico (Éxodo 21:19): “Y curar lo habrá de curar”. De aquí derivamos que los médicos tienen el permiso para curar. Dios es presentado como El médico en la Torá pero fue Él quien creó al hombre a Su imagen y Semejanza y dotó al hombre con la capacidad de curar. Los tontos dicen que no debemos intervenir en la Creación de Dios; los sabios nos invitan a participar cada día en Su creación. Cuando rechazamos intervenir en nuestro mundo y dejamos que todo “siga su curso” estamos rechazando el regalo más hermoso que nos dio Dios: habernos creado a Su imagen y semejanza.

El tema en nuestro Midrash es la intervención del hombre en la curación de un enfermo.

El sub-tema es la intervención del hombre en toda la obra de Dios.

Ya conocemos la respuesta de los sabios. No digas que es lo que Dios quiere sino qué es lo que vos queres. 

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