Nunca entendí a Pinjas. Nunca comprendí que Dios premiara con el Brit Shalom (el pacto de la paz) y con el sacerdocio eterno a un hombre que en su fanatismo religioso matara a una pareja que estaba teniendo relaciones sexuales prohibidas (Números 25). Ninguna explicación me bastaba, ningún Midrash me conmovía, hasta que ayer a la noche, leyendo en la cama encontré una respuesta que me trae un poco más de tranquilidad al corazón. En un maravilloso libro de un escritor húngaro de la primera mitad del siglo XX, en una conversación entre dos viejos amigos que llevaban separados más de cuarenta años por un conflicto que aún no se devela uno le dice al otro:
“Uno no peca por lo que hace, sino por la intención con que lo hace. Todo se resume en la intención. Los más importantes sistemas jurídicos de la antigüedad, basados en la religión (que yo he estudiado), lo conocen y lo proclaman. Una persona puede cometer una infidelidad, una infamia, sí, y hasta puede matar, y al mismo tiempo mantenerse puro y limpio por dentro. Una acción en sí no representa la verdad.” (El último encuentro, Sándor Márai)
Cuando terminé de leer aquel párrafo me di cuenta que allí se esbozaba la respuesta a una inmensa cantidad de historias complejas del Tanaj. La Biblia no juzga la acción sino la intención. La política pondera por sobre todas las cosas las acciones mientras que la religión evalúa las intenciones. Los personajes bíblicos no suelen ser juzgados por lo que hacen sino por el por qué lo hacen, por cuales son los motivos que el redactor bíblico supone que llevaron a nuestros personajes a realizar tal o cual acción. Sin embargo, el lector del siglo XXI, todos nosotros, muchas veces tenemos un problema cuando nos enfrentamos con estas historias ya que estamos programados para evaluar la acción poniendo en un segundo (o tercer plano) la intención. Somos hombres y mujeres políticos más que religiosos, hemos perdido la sensibilidad espiritual que nos llama a valorar la intención por sobre la acción. Y por este motivo muchas veces somos incapaces (creo yo) de comprender la profundidad del pensamiento y de la narrativa bíblica.
Veamos tan solo unos ejemplos para ilustrar este punto. El lector contemporáneo no comprende cómo podemos ser descendientes de Yaakov -hijos de Israel- quién engañara y mintiera a su padre y a su hermano para quedarse con la primogenitura. El lector contemporáneo no comprende como el pedido de “procesos más democráticos” de Koraj enciende el enojo de Moshé y la furia divina. El problema de nosotros –lectores- es que buscamos la verdad en la acción mientras que el Tanaj nos propone que la verdad reside en la intención. Actos nobles con intenciones espurios frente a actos espurios con intenciones nobles.
El Tanaj presenta acciones pero juzga por las intenciones. Sin embargo en el Tanaj las intenciones (en la gran mayoría de los casos) están ocultas. La Torá no nos dice que Iaakov realmente comprendía que él, por sus cualidades éticas y por su apego a Dios, debía ser el continuador de la tradición de Abraham y de Itzjak. La Torá no nos dice que Koraj no buscaba más democracia sino que detrás de aquel discurso solo había una búsqueda desmedida de poder. Por eso necesitamos al Midrash. Son nuestros sabios los que hace más de 2000 años comenzaron a enseñar que el Tanaj debía ser leído en código de intención por sobre una lectura literal de las acciones. El Midrash muchas veces nos ayuda a comprender porque quien realiza aparentemente un acto noble es juzgado y castigado mientras quien aparentemente realiza un acto espurio es alabado y premiado. Los Midrashim son nuestros anteojos para poder leer el Tanaj, son un microscopio que nos permite ver los detalles que a simple vista se pierden, son un telescopio que nos permite ver desde la lejanía el panorama completo.
Sándor Márai nunca lo sabrá pero él me ayudó esta semana a comprender Parashat Pinjas. Me ayudó a comprender que aquella no era una mera relación sexual prohibida entre Zimri y Cozbi sino que detrás de aquel acto sexual (que a los ojos del lector contemporáneo “no era tan terrible”) se escondía el desprecio por Moshé y su autoridad, por Dios y su poder, la idolatría, la falta de recato, la perversión sexual, la mofa, el insulto a la justicia y a las normas. No era solo sexo representaba todo lo cual el texto bíblico se opone. Y Pinjas entonces cuando “lanza en mano” decide ir y atravesarlos a ambos en el vientre (que a los ojos del lector contemporáneo representa un acto de barbarismo y un simple asesinato) en realidad lo que está haciendo es conteniendo la ira divina, esta poniéndole un fin con violencia a la violencia. Y por esto Dios le otorga el Brit Shalom, el pacto de la paz que significa que su descendencia ostentará el sacerdocio eterno. El texto bíblico, nuevamente, no juzga la acción sino la intención. No pondera a Pinjas como un asesino (como muchos de nosotros haríamos) sino como un médico que atento a la infección que se multiplica en el seno de la sociedad decide “cortar” por lo sano para evitar que la infección se siga propagando.
Acto espurio, intención noble. Ese es Pinjas o por lo menos así decido leer Parashat Pinjas este año. Quien este desatentó creerá que la Torá premia el asesinato y el fanatismo religioso pero no, ese es el acto, espurio y condenable, y seguirá siéndolo más allá de la intención. La misma Torá da un indicio de esto cuando escribe la palabra Shalom del Brit Shalom, del pacto de paz, con la vav rota, enseñándonos que la paz nunca será completa si se logra a través de la violencia. Quien esté atento comprenderá que la Torá juzga según la intención que yace detrás de la acción. La Torá no premia el asesinato sino la búsqueda de Pinjas de intentar restablecer los valores más sagrados que Dios predicó tiempo atrás y que el pueblo de Israel fácilmente había olvidado.
Parashat Pinjas, leída en esta clave, nos enseña a leer la realidad más allá de la realidad. A no solo evaluar las acciones sino principalmente las intenciones. A descubrir que la realidad no es la única verdad, sino que la verdad está más oculta, que la verdad está detrás de las acciones, que la verdad habita en las intenciones.
¡Shabat Shalom!