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Talmud Babli, Berajot 7a

Dijo rabi Iojanan en nombre de Rabi Iosi: ¿De dónde sabemos que Dios también reza?[1] Ya que está dicho: “yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración” (Isaías 56:7). Allí no se dice “en su casa de oración” sino “en mi casa de oración”[2]; y de aquí aprendemos que Dios también reza.

¿Qué es lo que reza Dios? Dijo rab Zutra hijo de rab Tuvia[3] en nombre de Rav: “Sea mi voluntad que mi misericordia domine sobre mi enojo,  que mi piedad prevalezca por sobre mis atributos[4], que me conduzca con mis hijos con el atributo de la misericordia y que me dirija a ellos más allá de la rigurosidad de la ley[5].

Fue enseñado: Dijo Rabi Ishmael hijo de Elisha[6]: “Cierta vez ingrese al sancta sanctórum  para ofrecer inciensos y vi a Akatriel Iah[7], Dios de los ejércitos, que estaba sentado en el trono alto y sublime[8] y me dijo: “Ishmael, hijo mío, ¡bendíceme!” Y yo le dije: “Sea tu voluntad que tu  misericordia domine sobre tu  enojo,  que tu piedad prevalezca por sobre tus atributos, que te conduzcas con tus hijos con el atributo de la misericordia y que te dirijas a ellos más allá de la rigurosidad de la ley.” Y el asintió con su cabeza.

De aquí aprendemos que la bendición de una persona simple no debe ser liviana ante tus ojos.[9]

אמר רבי יוחנן משום רבי יוסי: מנין שהקדוש ברוך הוא מתפלל? שנאמר +ישעיהו נ»ו+ והביאותים אל הר קדשי ושמחתים בבית תפלתי, תפלתם לא נאמר אלא תפלתי, מכאן שהקדוש ברוך הוא מתפלל.

מאי מצלי? אמר רב זוטרא בר טוביה אמר רב: יהי רצון מלפני שיכבשו רחמי את כעסי, ויגולו רחמי על מדותי, ואתנהג עם בני במדת רחמים, ואכנס להם לפנים משורת הדין.

תניא, אמר רבי ישמעאל בן אלישע: פעם אחת נכנסתי להקטיר קטורת לפני ולפנים, וראיתי אכתריאל יה ה’ צבאות שהוא יושב על כסא רם ונשא ואמר לי: ישמעאל בני, ברכני! – אמרתי לו: יהי רצון מלפניך שיכבשו רחמיך את כעסך ויגולו רחמיך על מדותיך ותתנהג עם בניך במדת הרחמים ותכנס להם לפנים משורת הדין, ונענע לי בראשו.

וקמשמע לן שלא תהא ברכת הדיוט קלה בעיניך.

Dios ¿Qué hace Dios casa día? Esta pregunta ha desvelado a teólogos, filósofos, místicos y pensadores a lo largo de la historia. Nadie sabe la respuesta. Nadie sabe si quiera si el Dios en el cual creemos existe o si siquiera existe Dios. Lo único que podemos hacer es pensar, conjeturar y reflexionar, y tener fe. Si creemos que Dios existe ¿En qué creemos que ocupa su tiempo? La literatura rabínica da múltiples posibles respuestas a esta pregunta. Cierta vez un sabio dijo que Dios, desde que terminó la Creación, se ocupa de unir parejas.

En esta oportunidad el Talmud nos invita a pensar que Dios también reza. Tal como los seres humanos rezamos para que Dios derrame sus bendiciones sobre nosotros, pidiendo por salud, sustento y paz (entre muchas otras cosas) los sabios talmúdicos se imaginan que Dios también reza. Ya hace unas páginas (Berajot 6a) el Talmud había dicho que Dios también se colocaba los Tefilin cada día. Como podemos observar, a diferencia de los filósofos judíos medievales que se preocupan de erradicar el antropomorfismo de Dios, los rabinos talmúdicos lo excelsan y lo elevan más aún que en la Biblia.

Si Dios reza ¿Qué es lo que reza? ¿A quién le reza? ¿Usa acaso las palabras del Sidur (de la liturgia sinagogal clásica? Rabi Zutra hijo de Rabi Tuvia nos da una respuesta. Antes de analizar su respuesta los invito a analizar su nombre. Este sabio, que no aparece frecuentemente citado en la literatura rabínica (es más no sé si aparece en otra oportunidad), posee un nombre más metafórico que uno real. Literalmente se llama: “El maestro pequeño hijo del maestro bueno”. Es en la boca de este maestro, con estás dos características principales: la humildad en la pequeñez y la bondad, que los editores talmúdicos deciden poner las palabras de la plegaria cotidiana del Santo, Bendito Sea.

Veamos entonces que es lo que Dios pide en sus plegarias: “Sea mi voluntad que mi misericordia domine sobre mi enojo,  que mi piedad prevalezca por sobre mis atributos[10], que me conduzca con mis hijos con el atributo de la misericordia y que me dirija a ellos más allá de la rigurosidad de la ley.”. Lo primero que nos llama la atención es que Dios no le reza a otro (¡Cómo podría hacerlo si hay un único Dios!) sino que reza para sí mismo. Él se pide a sí mismo tener la fuerza suficiente para doblegar sus propios impulsos.

Comienza con las palabras Iehi Ratzón Milefanai (Sea Mi voluntad), que para quienes estamos acostumbrados a la usanza litúrgica clásica esto nos remite directamente a la frase que encabeza muchas plegarias Iehi Ratzón Milefaneja (Sea Tu Voluntad). Nosotros le rezamos a Dios para que Él nos de las fuerzas y nos ilumine, Él se pide a sí mismo superar sus propias flaquezas e instintos.

Ya respondimos entonces a quien le reza Dios (a sí mismo). Ahora veremos qué es lo que Dios pide en su conmovedora plegaria. Dios se ruega a sí mismo cuatro cosas: (1) Que su misericordia domine sobre su enojo (2) Que su piedad prevalezca por sobre sus atributos (3) Que se conduzca con sus hijos con el atributo de la misericordia (4) Que se dirija con sus hijos más allá de la rigurosidad de la ley.

La plegaria de Dios consiste en la posibilidad de dominar sus propios instintos, en su capacidad de sublimar su Midat HaRajamim, su cualidad de misericordia, sobre su Midat HaDin, su cualidad de rigurosidad. Dios se presenta como un ser en conflicto, como un juez que sabe que debe juzgar a Su creación pero que no quiere hacerlo siguiendo estrictamente su código legal (Su Torá) ya que de ser así todos sufrirían la ira del celo divino. Sino que Él prefiere que reine en su ser su capacidad de amor, de perdón y de piedad. Dios está en conflicto y por eso necesita rezarse.

En su primer pedido a sí mismo, en el soliloquio divino, pide que su piedad domine por sobre su enojo. Constantemente vemos a lo largo y a lo ancho de la Biblia escenas donde el Dios celoso, se enoja y se enfurece con su pueblo. Lo vemos en los años del desierto, en el libro de los Jueces y en todos los profetas clásicos. Dios se enoja con un pueblo de dura cerviz porque se olvidan de Su bondad, lo abandonan, sirven a otros dioses y cometen todo tipo de fechorías y maldades. Dios se enoja y en su furia les manda plagas, invasiones militares y grandes calamidades naturales. Dios siempre está a punto de explotar por la culpa de Su propia creación, por todos nosotros. “Oíd palabra de Adonai, hijos de Israel, porque Adonai contiende con los moradores de la tierra; porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. Perjurar, mentir, matar, hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio se suceden” nos dice el profeta Oshea (4:2), y en más de 2700 años nada ha cambiado. Dios siempre está a punto de explotar pero consciente del dolor que le causamos aún reza porque sus atributos de misericordia y de amor prevalezcan por sobre su enojo y furia. Al parecer a veces lo logra y otras veces no.

El segundo rezo es muy similar al primero: “que mi piedad prevalezca por sobre mis atributos” se pide a sí mismo Dios. Dentro de los varios atributos divinos descriptos en el libro de Éxodo figuran algunos en los cuales Dios se presenta como un Dios celoso y estricto que castiga hasta la tercera y la cuarta generación. Si en su primer pedido Dios pide que su amor y piedad prevalezcan en el momento de su enojo, en este segundo pedido esta idea también se extiende al momento del castigo. Dios trata de contenerse para que su faceta de un Dios misericordioso, magnánimo y tardo en la ira prevalezcan frente a su faceta de Dios celoso que castiga la inequidad de los padres hasta la tercera o la cuarta generación.

La tercera suplica divina es: “que me conduzca con mis hijos con el atributo de la misericordia”. Este pedido vuelve a enfatizar la ambivalencia en el pensamiento de Dios. Según la tradición rabínica Dios creó al mundo con Midat HaDin (con el atributo de la justicia). Dios debía juzgar a Su creación basada simplemente en la rigurosidad y en la letra de la ley sin ningún atenuante. En un comienzo Dios pensaba ser un frío calculador que retribuía o castigaba siguiendo religiosamente los códigos legales por Él establecidos en la Torá. Sin embargo, enseñan los sabios, si Dios juzgase al mundo solamente con el atributo de la justicia, la humanidad no duraría ni un instante. Es más no hubiésemos llegado a ser humanidad ya que según la estricta justicia Adam y Javá deberían haber sido aniquilados por Dios por su transgresión (¡así lo estipulaba la ley!).

Por eso Dios decide para que el mundo y la sociedad puedan sostenerse juzgar al mundo también con Midat Harajamim (con el atributo de la misericordia), endulzando su juicio y acompañando a la sentencia con amor. Comprendiendo que a veces nos equivocamos y que todos nos merecemos una segunda oportunidad (¡incluso Dios reconoció que se equivocó con la “primera humanidad” por lo cual decide mandar un diluvio para comenzar de nuevo!), y que de aplicar la ley con  “estricta justicia” nadie tendría la posibilidad de corregir sus errores porque el castigo es tan duro que nadie se salvaría. Dios, ante cada situación, como Juez de toda la tierra (en palabras de Abaraham) tiene ante sí la posibilidad de juzgar con Midat Hadin o con Midat Harajamim, con la severidad de la ley o con misericordia: Dios se pide a sí mismo que siempre tenga la capacidad de conducirse con el atributo de la misericordia.

El cuarto, y último de los pedidos divinos, es: “que me dirija a ellos más allá de la rigurosidad de la ley.” Es más de lo mismo con otras palabras, algunos podrían decir. Y la respuesta es sí pero cada nueva palabra nos suma algo nuevo, algo distinto y un nuevo aprendizaje para todos nosotros. Dios termina su invocación pidiendo que siempre tenga la capacidad de dirigirse a Su pueblo más allá de la rigurosidad de la ley (Lifnim Meshurat Hadin), más allá de lo que la ley manda. Hay jueces que creen que los códigos legales son el principio y el fin de toda su obra, ellos juzgan según los parámetros de la ley (Meshurat Hadin), no se mueven si quiera un centímetro de lo que la ley establece o estipula. Dios se pide a sí mismo ser un juez diferente, un juez que actúe más allá de las exigencias de la ley, un juez que utilice la ley como guía y como comienzo pero no como un fin.

El Talmud, como es usual luego de presentar algún texto, proverbio o enseñanza, nos cuenta de donde se originó el mismo. En otras palabras ¿Cómo fue que rab Zutra ben rab Tuvia se enteró que rezaba Dios? ¿Acaso subió a su morada Celestial y lo espió? No. Al parecer la plegaria de Dios se popularizó por un episodio que tiempo atrás le ocurrió a Rabi Ishmael ben Elisha. Elisha, su padre, fue uno de los últimos sumos sacerdotes en la época del Segundo Templo de Jerusalém. Su hijo Rabi Ishmael, él también Cohen, fue uno de los grandes sabios de la época de los Tanaim (sabios cuyas enseñanzas son compiladas en la Mishná). Al parecer en uno de los últimos servicios de Iom Kipur previo a la destrucción del Templo de Jerusalém Ishmael ben Elisha entró al recinto más sagrado del Templo, el Kodesh HaKodashim, lugar que solo era visitado una vez al año por una sola persona, y allí tuvo una visión de la gloria divina.

El texto talmúdico nos dice que al entrar a aquel recinto sagrado, envuelto en el humo de los inciensos que llenaban toda la habitación, vio a “Akatriel Iah” sentado en el trono de la gloria. La mayoría de los exegetas señala que Ishmael ben Elisha vio a Dios en aquel trono ya que Akatriel Iah, dicen algunos, es uno de los tantos nombres que recibe la divinidad. Otros académicos tienden a explicar que “Akatriel Iah” no es Dios mismo sino la representación de la gloria divina en el mundo, ya que aquel nombre (Akatriel) lleva consigo la raíz hebrea K.T.R que significa corona. Por último los místicos consideran que en realidad lo que vio Ishmael fue uno de los arcángeles más poderosos, y a través de él Dios hablaba. Más allá de quien/que es exactamente Akatriel, lo que podemos afirmar es que según el relato Ishmael tiene un encuentro cercano con la divinidad.

Y entonces lo menos esperado ocurre. Dios abre la conversación diciendo: “Hijo mío, ¡bendíceme!” (Sus únicas tres palabras del relato, ya que al finalizar solo mueve su cabeza). Imaginemos por un instante esta situación. Si uno se encuentra cara a cara con Dios (recordemos el temor que esto significaba para los profetas y personajes bíblicos) ¿Cómo reaccionaría uno? El texto calla. No nos dice como reacciona Ishmael ben Elisha. En un lenguaje lacónico paso seguido, a la orden divina, nuestro rabino-sacerdote contesta y lo bendice. ¿No es esto extraño? Si Dios se te apareciese y te pidiera que lo bendigas ¿Cómo reaccionarías? Yo imagino que algunas de las respuestas posibles podrían ser (luego de desmayarme por unos minutos): “¿Por qué yo? ¿Quién soy yo para bendecir a Dios? ¿Qué bendición podría necesitar Dios?” Al parecer, nada de esto se le pasa por la cabeza a Ishmael ben Elisha. Dios le pide una bendición y él le regala una, una hermosa plegaria que se originaba seguramente desde lo más recóndito de su corazón.

Para quienes ya leyeron toda la Agadá se podrán dar cuenta que es esta misma bendición la que luego Dios toma como propia para recitarla cada día. Al terminar la plegaria Dios asiente con su cabeza, aceptando con gratitud la bendición que el sabio le ha regalado. Recordemos ahora dos detalles que al analizar nuestra historia no pueden ser pasados por alto: la fecha y el tiempo.

Comencemos con la fecha. Esta historia tiene lugar en Iom Kipur, el día más sagrado del año, el día en el cual le pedimos a Dios en nuestras plegarias que no nos juzgue como un rey sino que lo haga como un padre. Conscientes de nuestras falencias y flaquezas depositamos en Dios toda nuestra confianza para poder ser finalmente rubricados en el libro de la vida plena. Imaginen a Dios en aquel momento. Imaginen a Dios como un juez que en aquel día debe dictar el veredicto final. Dios sabe que debe castigar a quien erró (así lo establecen los códigos), sin embargo sabe también que el ser humano está dado a la equivocación y a los tropiezos. Dios se enoja por la inequidad de su pueblo pero también lo ama. Y en ese momento Dios se reza y se juzga a sí mismo pidiendo tener la fuerza suficiente para que en aquel veredicto que determinara la vida o la muerte de millones pese más la bondad, la misericordia que la aplicación estricta de la justicia.

Y ahora analicemos el tiempo. Nunca sabremos si esta historia ocurrió tal como es descripta en el Talmud, y podemos intuir que es más una fabula que un hecho histórico, sin embargo nada de esto importa. Lo que importa es comprender la intención del autor. Y el autor decide colocar esta historia en el marco temporal de uno de los últimos Iom Kipur del Templo de Jerusalém. Quizás incluso el último Iom Kipur celebrado en el Templo en el año 69 d.e.c. Dios sabe que la tragedia se aproxima. La guerra civil comenzó hace ya tres años, en el año 66 d.e.c. Dios ve como las sectas judías combaten entre sí y se retan a duelo contra el temible imperio romano. Dios es testigo de las transgresiones de su pueblo, de la codicia de sus líderes y del odio gratuito que se disemina en las masas. La ira divina crece y la severidad del castigo se aproxima. Y entonces Dios se le aparece a Rabi Ishmael ben Elisha para pedirle una bendición. Y él lo bendice. Y desde aquel momento Dios cada día, con lagrimas entre sus ojos, repite aquella plegaria “Sea mi voluntad que mi misericordia domine sobre mi enojo,  que mi piedad prevalezca por sobre mis atributos, que me conduzca con mis hijos con el atributo de la misericordia y que me dirija a ellos más allá de la rigurosidad de la ley”. Y muchas veces pudo haber dado resultado pero no esa vez. Muchas veces la ira divina pudo haberse contenido luego de elevar esta plegaria pero no esa vez. Meses después el Templo fue destruido y el pueblo judío exiliado por casi 2000 años de su tierra. La piedad en ese fatídico año 70 d.e.c no pudo prevalecer frente al enojo divino.

Más allá de la fecha y el tiempo el Talmud nos regala al final de esta hermosa Agadá una hermosísima enseñanza. Una de aquellas lecciones para guardar en lo más profundo de nuestros corazones: “De aquí aprendemos que la bendición de una persona simple no debe ser liviana ante tus ojos”. De esta historia aprendemos a aceptar todas las bendiciones que alguien decida regalarnos. De aquí aprendemos a no menospreciar la palabra, el consejo y la bendición del otro más allá de su estatus social, su edad o sus conocimientos. Si Dios aceptó e hizo propia la bendición que un simple hombre le regaló ¡Cuánto más nosotros deberíamos aceptar con alegría todas las bendiciones que cualquier persona nos haga!

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[1] El Talmud unas páginas atrás (6a) ya había también indicado que Dios se colocaba ciertos Tefilin (filacterias) en su cabeza, tal como hacen los judíos observantes cada día.

[2] Es decir, no solo la gente reza y ora sino que Dios también lo hace en el Templo de Jerusalém.

[3] Un nombre sin duda interesante y significativo de este sabio ya que literalmente significa: “Rab pequeño hijo de rab bueno”.

[4] Los atributos divinos (midot en hebreo) son generalmente entendidos como los atributos de justicia y de castigo que Dios infringe a quienes transgreden.

[5] “Lifnim Meshurat HaDin – Más allá de la rigurosidad de la ley”. Según el pensamiento rabínico clásico existen dos grandes categorías sobre los cuales un juez puede legislar. Él puede dictaminar un castigo según la rigurosidad de la ley (Meshurat HaDin) o dictaminar su sentencia de forma más allá de lo que estrictamente la ley legisle en aquel caso (Lifnim Meshurat HaDin).

[6] Rabi Ishmael ben Elisha era un Cohen (sacerdote). Pertenece a la primera generación de los sabios tanaitas. Su padre sirvió como sumo Sacerdote en el segundo templo, y él es uno de los 10 sabios muertos por los romanos (Aseret Harugei Maljut).

[7] Los académicos no se ponen de acuerdo en la identidad precisa de Akatriel Iah. En esta historia, por lo menos en los manuscritos que nos llegaron hasta hoy, se entiende que es uno de los seudónimos místicos de Dios, ya que el texto reza Akatriel Iah, Adonai Tzebaot (Akatriel Iah, Dios de los ejércitos). Si seguimos esta línea interpretativa y la lógica de todo el relato Rabi Ishmael ben Elisha habla directamente con Dios que estaba sentado en su trono. Sin embargo para los místicos medievales sugieren que en realidad Akatriel es otro de los nombres del arcángel Metatron mientras que otros estudiosos sugieren que Akatriel es la personificación de la gloria de Dios (tengamos en consideración que su nombre encierra el término hebreo de Keter que significa corona). Otros sin embargo sugieren que Akatriel es un angel cuya posición se encuentra por encima de los otros ángeles ya que él domina el séptimo cielo (la morada más cercana a Dios).

[8] Aquel trono es descripto en la famosa visión del profeta Isaías (capítulo 6) donde se presenta a Dios con sus huestes y ángeles ministeriales: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. 2 Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. 3 Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. 4 Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.”

[9] Es decir, la moraleja es que si Dios le pidió y aceptó (al menear la cabeza) la bendición que le otorgó Rabi Ishmael todos nosotros debiéramos apreciar y no menospreciar cualquier bendición que cualquier persona, por más simple que sea, nos regale.

[10] Los atributos divinos (midot en hebreo) son generalmente entendidos como los atributos de justicia y de castigo que Dios infringe a quienes transgreden.

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