El Talmud, fuente milenaria del acervo cultural judío, nos enseña que uno nunca debe estudiar Torá (es decir, La Biblia) de un solo maestro. De ser así tendríamos una visión única y univoca de las cosas. La sabiduría está en la diversidad, en aprender de varios maestros, en nutrirnos de diversas fuentes y posicionamientos. Comienzo así para enfatizar que no existe una visión única del judaísmo sobre casi ningún aspecto y mucho menos de temas tan controversiales como el de emplear la justicia por nuestras propias manos; sin embargo aquí comparto con ustedes una reflexión (personal) judía sobre el tópico en cuestión.
Remontémonos para empezar al Génesis, al origen del mítico del universo al comienzo de la Biblia. Luego de crear Dios los cielos y la tierra, crea al hombre y a la mujer; ellos conciben a Caín y a Abel. Caín mata a Abel, Dios le recrimina diciendo “las sangres de tu hermano claman desde la tierra” (y apropósito la tradición exegética judía indica que aquí el texto bíblico habla en plural -las sangres- para enseñarnos que quien quita una vida no sólo está matando a una persona sino a toda su descendencia potencial). Allí Caín reconoce su error y la severidad del castigo, y dice: “cualquiera que me hallare, me matará”, a lo que Dios le responde: “Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces Dios puso señal en Caín, para que no lo matase cualquiera que le hallara.(Génesis 4:15)”. En el Génesis tenemos la primera objeción de la tradición bíblica a la justicia por mano propia o a la venganza. Dios le pone una señal en la frente a Caín para que nadie se atreva a matarlo. Es Dios, símbolo de la administración legal de la justicia, quien puede dar el castigo y no los hombres de forma personal y de manera autónoma.
Si nos adentramos un poco más en el libro del Génesis (capítulo 34) encontraremos uno de los relatos más aterradores de este primer libro de la Biblia. Cierta vez el hijo del príncipe de la ciudad de Shjem secuestra y viola a Dina, la hija del patriarca Yaakov. Dos de los hijos de aquel patriarca, Shimon y Leví, no pueden soportar el dolor y la humillación, y buscan venganza. Urdieron un plan elaborado y lleno de engaños, y para vengar a su hermana y para defender el honor familiar, mataron a todos los hombres de la ciudad de Shjem. Tomaron la justicia por mano propia, el afán de venganza les nubló el juicio y llenó sus manos de sangre. Más adelante, casi al final del Génesis (capitulo 49) cuando el patriarca Yaakov está en su lecho de muerte, reparte diversas bendiciones a sus hijos. Sin embargo a Shimon y a Leví más que bendiciones, los maldice diciendo: “Armas de iniquidad sus armas. En su consejo no entre mi alma, Ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, Y en su temeridad desjarretaron toros. Maldito su furor, que fue fiero; Y su ira, que fue dura.” Yaakov antes de morir siente la obligación de decirles a sus hijos que no obraron de forma adecuada. No debían haber tomado la justicia en sus propias manos, ya que las mismas terminaron llenas de sangre. Rashí, uno de los grandes exegetas judíos del siglo XI, comenta al respecto: “El oficio de matar es algo robado en manos de ustedes, no algo propio”. Es decir: ustedes buscaron justicia por un medio que no les corresponde, se asimilaron a los violentos, utilizando sus propios medios, algo que no se corresponde con las enseñanzas éticas de la tradición de Israel. Según el Talmud (Guitin 57b) la característica del pueblo judío es la palabra y no la violencia. El reclamo y la búsqueda de justicia se deben dar a través de la palabra y no a través de la violencia física. Con violencia y con golpes reaccionan aquellos que no tienen palabras, los bebes, y los violentos. Como sociedad debemos utilizar la palabra y no los golpes. Los golpes sólo dan resultados inmediatos, las palabras generan en cambio cambios profundos.
Quisiera compartir una historia más de la Biblia donde un hombre, un sacerdote llamado Pinjas, hace justicia por mano propia. Y aquí la situación se complejiza porque Dios lo premia. El relato se encuentra en el libro de Números (25:1-13) en donde se nos cuenta que los hijos de Israel comenzaron a prostituirse, en una de las paradas en la peregrinación por el desierto, con las mujeres moabitas (algo que la Biblia en reiteradas oportunidades prohíbe). Pinjas en su ira y en su celo religioso ve a un hombre israelita acostándose con una mujer midianita y con una lanza los mata a ambos. El relato continúa diciéndonos que esta acción (que hizo que los demás israelitas dejarán a las mujeres moabitas) aplacó la ira de Dios por las trasgresiones del pueblo de Israel y por esta razón Dios le entregó a Pinjas un “Brit Shalom (un pacto de paz)”.
Si nos detenemos aquí podríamos decir que Dios premia y avala a quien hace justicia por mano propia, sin embargo, no somos nosotros la primera generación que encuentra problemática esta postura de Dios frente a un hombre que sin mediar juicio o sentencia termina con la vida de dos personas. Cuando el Talmud (Sanedrín 82a) trabaja sobre este relato enfatiza que Pinjas no buscó el consejo de un tribunal antes de su accionar, y dicen entonces, que si una persona llegara a consultarle a un tribunal rabínico sobre castigar físicamente a los transgresores el tribunal debe decirle que no debe actuar como actuó Pinjas. Y más aún, los escribas cuando escriben letra por letra de la Torá cuando llegan al “Brit Shalom (al pacto de la paz)” escriben una de las letras de la palabra “Shalom” cortada, ya que la paz nunca puede ser completa con la violencia. Aquí se halla otra de las criticas que subyacen al relato de Pinjas. Su nombre, cuando es escrito luego de esta historia, lleva una yud (la I en español) más pequeña y los sabios nos enseñan al respecto: “Cuando cometemos violencia, incluso cuando es justificable, la yud en nosotros (que representa a Dios y al judaísmo -Iahadut-) se ve disminuida”. Nuestro propio espíritu y la presencia de Dios en el mundo se ven disminuidos cuando utilizamos la violencia.
La ley bíblica, tal como aparece en el código babilónico de Hammurabi, sostiene como un principio de acción la ley del talión: “ojo por ojo, diente por diente”. Si tomáramos las palabras de la Torá en forma literal y fundamentalista el castigo debiera ser idéntico al crimen. Cientos de años antes que Gandhi dijera su famosa máxima “ojo por ojo y el mundo se quedará ciego”; los sabios judíos se apartaron de la literalidad del texto y comprendieron que aquella ley hace referencia a una compensación económica. Enseñaban (Talmud, Baba Kama 83a) que uno no debía pagar con su propio “ojo” el daño que causó sino que debía dar una compensación económica que equivaldría al ojo que quitó. Cuanto más, si extrapolamos está enseñanza a nuestros días el castigo por un robo no puede ser un linchamiento colectivo. En primera instancia no puede serlo porque el mismo no es administrado por una corte (es decir el mismo es completamente ilegal) y en segundo lugar –y creo yo más importante- porque aquel castigo es desproporcionado frente al crimen cometido, produciendo así que la víctima se convierta en victimario. La venganza tiene esa cualidad peligrosa, puede inmediatamente invertir los roles de la escena: aquel que delinque se convierte en la victima y aquellos que lo padecieron se convierten en los victimarios.
No nos es lícito confundir “defensa propia” con “justicia por nuestras propias manos”. La tradición judía no sostiene el principio cristiano de poner la otra mejilla frente a la agresión sino que sostiene, y así es codificado en la ley judía, que si alguien está siendo atacado aquella persona tiene la obligación de defenderse. Si alguien en defensa propia, cuando el crimen se está perpetrando, hiere al agresor allí su acción está justificada. Sin embargo después de los hechos ya no es “defensa propia” es simplemente un crimen. La justicia por mano propia no es justicia, es un crimen. Podemos defendernos mas no podemos alzarnos como jueces repartiendo sentencias a puñetazos. La “justicia por mano propia” no es justicia, es un crimen vengativo que se disfraza discursivamente de justicia.
La venganza nos destruye, la venganza nos lastima a nosotros mismos. La Argentina, como muchos otros países, sufren por la corrupción y la inoperancia del sistema judicial; sin embargo no podemos convertirnos nosotros mismos en jueces que deciden cual es la sentencia que le corresponde a cierto criminal. Así reza el Talmud (Sanedrín 102b): “Aquel que toma venganza [por mano propia] destruye su propio hogar.” Cada vez que tomamos la justicia en nuestras propias manos la imagen divina que está en nosotros se ve disminuida y nuestro hogar –es decir nuestra sociedad, nuestro hogar colectivo- se destruye un poco más.
Justicia, Justicia perseguirás. ¿Por qué el texto bíblico en el corazón del Deuteronomio repitió dos veces la palabra justicia? ¿No era suficiente decir: justicia perseguirás? Los rabinos de está duplicación de la palabra justicia aprenden: 1) Que los fines deben ser justos, y 2) Que los medios deben ser justos. No podemos combatir la injusticia por medios ilícitos, no podemos promover la justicia y el fin de la violencia ejerciendo más violencia con nuestras propias manos. La justicia no puede ni debe ser empleada por nuestras propias manos, mas tampoco debemos esperar pasivamente que llegue. La Biblia enseña que la injusticia impurifica y corrompe la tierra, y nos ordena que la justicia debe ser perseguida. Nuestros esfuerzos como sociedad deben estar puestos en mejorar y transformar nuestra realidad, creando cortes de justicia que sean un ejemplo de nuestros ideales más elevados como seres humanos. Y comprendiendo también que nunca habrá justicia, sin justicia social. La justicia punitiva solo es un paliativo, la justicia social es la solución.
En el corazón de la Torá, y ya para ir concluyendo, se encuentra el versículo más famoso de toda la Biblia (Levítico 19:18): “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Sin embargo el mismo versículo comienza diciendo: “no te vengarás ni guardarás rencor”. Este es quizás el mandamiento más difícil y más desafiante de toda la Biblia. Nuestro amor hacia el prójimo debe vencer nuestras iras y rencores, evitando así la venganza. Nuestro amor hacia el prójimo –y hacia nosotros mismos- debe impedir que de victimas nos convirtamos en victimarios. Nuestro amor hacia el prójimo nos debe enseñar que detrás de aquel “criminal”, joven o adulto, seguramente se encuentra un ser humano que sufrió mucho por las injusticias sociales, por la marginalidad y el abandono. Sólo donde exista la ley podrá haber amor, y sólo donde exista el amor la justicia podrá ser correctamente aplicada.
Justicia, justicia perseguirás.