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En pocas semanas estaremos celebrando nuevamente la festividad de Janucá como lo hace nuestro pueblo desde el año 164 a.e.c pero ¿Qué celebramos exactamente? ¿El milagro del aceite o el coraje de los macabeos que derrotaron al “imperio”? ¿Es una festividad de tinte religioso o más bien político-militar? En la fraseología rabínica la respuesta sería: Elu veElu, estas y aquellas, lo uno y lo otro. Hagamos un poco de historia.

En pocas semanas en nuestros hogares, en plazas y en sinagogas encenderemos noche tras noche una nueva luminaria, durante ocho noches, celebrando así Janucá pero ¿por qué es esta la forma “elegida” para celebrar esta festividad?

Por un pasaje que aparece en el Talmud Babilónico (Shabbat 21a) el cual se pregunta ¿Qué es Janucá? Y responde diciendo: Cuando los griegos ingresaron al Santuario he impurificaron todo el aceite que se encontraba allí; mas luego la dinastía de los hashmoneos se fortaleció y los venció, buscaron y encontraron solo una vasija de aceite con el sello del Sumo Sacerdote que había quedado intacta; ésta contenía aceite suficiente para que la Menorá ardiera durante un día. Pero ocurrió un milagro y ellos encendieron la Menorá con este aceite durante ocho días. Al año siguiente, los Sabios establecieron estos días para alabanza y agradecimiento.” Según este relato proveniente de la actual Irak en el siglo IV d.e.c (unos 500 años después de sucedido los hechos) lo que celebramos en Janucá es un milagro divino que hizo que los hashmoneos pudieran encontrar una vasija de aceite puro (y supervisado, por supuesto) para iluminar la Menorá hasta, como relatan los comentaristas clásicos, los sacerdotes tuvieran tiempo para exprimir y procesar el nuevo aceite a usarse en el Templo. Por este motivo, por este milagro, es que nosotros hoy celebramos Janucá encendiendo una luminaria cada día durante ocho días.

Hasta aquí todo bien sin embargo tenemos un problema. Ninguna, y cuando digo ninguna es ninguna, fuente previa que menciona la historia de Janucá hace mención al aceite ni a un milagro. Los primeros relatos de Janucá surgen tiempo después de la victoria militar de la familia de los Hashmoneos a mediados del siglo II a.e.c. Allí en el libro I Macabeos (4:36-59), y en el un poco más tardío II Macabeos (10:1-10), cuando se describe que se celebra en Janucá se hace referencia exclusivamente a la gran victoria militar de los Macabeos, a la recuperación de la soberanía nacional y también la recuperación, y posterior purificación, del Templo de Jerusalén. Dios casi no es nombrado. Los milagros están ausentes. Ningún aceite es mencionado. Tiempo después el historiador judío romanofilo Flavio Josefo al describir la historia de Janucá, si bien llama a esta festividad la “fiesta de las luces” él reconoce el desconcierto por la elección de este nombre y no menciona nuevamente ni el aceite ni un milagro (Antigüedades de los Judíos 12.7.323-326). También en las primeras fuentes rabínicas de la época tanaitica (siglo I a III d.e.c) si bien se menciona la festividad de Janucá no se hace referencia ni al aceite, ni al milagro ni a la obligación de encender luminarias en estas fechas.

Entonces ¿Qué ocurrió entre el relato de Macabeos I a la Guemará en Shabbat? ¿Cómo la fiesta política de la dinastía Hashmonea que recordaba la victoria militar del ejercito judío y el retorno a la soberanía política y cultica en Jerusalén se transformó en “la fiesta de las luminarias” en recuerdo al milagro de la misteriosa vasija de aceite? Incluso el gran poeta Jaim Najman Bialik se preguntó una vez al respecto: “La Biblia carece de un libro precioso y maravilloso ¿Por qué ese libro fue condenado al olvido? El libro que cuenta la historia de la victoria más grande, la victoria del espíritu y el poder del pueblo judío: el Libro de los Macabeos”. (Devarim SheBeAlPe vol. 1, p.106)

Los académicos arrojan diversas hipótesis. Algunos hablan que a los Rabinos no les agradaban la dinastía de los Hashmoneos y querían borrar su gloria de la historia (es por eso quizás que el libro de los Macabeos no llegó a formar parte del canon bíblico judío). Otros hablan que los Rabinos, luego de la desastrosa derrota de la rebelión de Bar-Kojvá (132-135 e.c.), querían sacarle el énfasis a aquella insurrección militar para evitar así que sus coetáneos tomaran aquel ejemplo para sublevarse a los imperios de turno. Algunos incluso hablan de una influencia del Zoroastrismo y su fascinación (y veneración) hacia el fuego como causa de esta nueva faceta de la festividad. Mi hipótesis personal es que en la época amoraítica (s. III-VI) la sociedad judía había perdido todo poder militar y es por eso que decidieron transformar exegéticamente las “victorias militares” (imposibles en aquel tiempo) en “milagros divinos”, siempre susceptibles de ocurrir aunque no estuviesen dadas las condiciones político-militares.

Y así es como por generaciones y cientos de años la historia de Janucá fue relatada, privilegiando el “episodio” del milagro del aceite por sobre la hazaña político-militar de la familia de los macabeos y aliados. Todo comenzó a cambiar con la consolidación del sionismo político y la creación del Estado de Israel. Durante el siglo XX, profesores, historiadores, rabinos y políticos comenzaron a narrar nuevamente el relato de Janucá en su formato original haciendo hincapié en el valor de los macabeos, en su estrategia militar, en su capacidad de liderazgo, en la búsqueda de la soberanía política y religiosa de Israel, en la “victoria de los pocos sobre los muchos”, etc., extrayendo así de esta historia lecciones para el nuevo Estado que se comenzaba a forjar.

Elu ve Elu, estas y aquellas. Este Janucá recordemos el milagro del aceite pero también la valentía de los hombres y mujeres que llevaron en aquellos tiempos, y en nuestros tiempos, a recuperar nuestra soberanía política, cultural y religiosa en la Tierra de Israel.

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Publicado en el diario Aurora el 25 de Noviembre del 2018

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