La primera mención extra-bíblica del pueblo de Israel de la historia figura en la Estela de Merenptah, una losa de granito gris inscrita por el faraón del mismo nombre para conmemorar su victoria militar sobre la tierra de Canaán hacia el año 1210 a.e.c. Allí se describe una campaña militar egipcia que asoló a Libia, Canaán, Ashkelon, Gezer, Yanoam y Siria. Y dentro de los pueblos subyugados y derrotados figura Israel. Y estas son las palabras de la estela al respecto: “Israel ha sido destruida y no ha dejado descendencia”. En realidad la interpretación de la segunda parte de la inscripción es: “y no tiene semilla” significando que la tierra ha quedado yerma (me tomé una licencia poética relacionando semilla con la descendencia que en hebreo, por ejemplo, es exactamente la misma palabra).
La primera mención bíblica del pueblo de Israel, en tanto pueblo, proviene de otro faraón egipcio: “He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros.” (Éxodo 1:9) Y con esas palabras comenzaría el largo proceso que llevó al pueblo judío a la esclavitud en Egipto por más de 200 años según la cronología bíblica.
¿Qué comienzo augurioso para nuestro pueblo no? Un faraón egipcio le anuncia al mundo que Israel ha quedado destruida otro faraón comienza a planear de que forma subyugar al pueblo hebreo que crece ante sus ojos. ¿Quién hubiera dicho que más de 3000 años después aquel pueblo «destruido» por un faraón y esclavizado por otro estaría más vivo que nunca?
Con la salida de la esclavitud a la libertad, con el éxodo de Egipto, el pueblo judío comienza a tomar su destino en sus propias manos. Hasta ese instante fue la mirada externa de “ambos faraones” quienes nos constituyeron como pueblo, desde el instante que comenzamos a soñar con la tierra que mana leche y miel nos convertimos en un pueblo a nuestros propios ojos.
Cada uno de nosotros recibe un nombre mucho antes de hacerlo propio. Lo mismo sucede con los pueblos. Cada uno de nosotros no necesita de un nombre para vivir, el nombre es una necesidad del otro para poder comunicarse con nosotros. Sin embargo cuando comenzamos a crecer, como individuos o como pueblo, comenzamos a ser propio el nombre que el otro nos dio. Comenzamos a habitar nuestro propio nombre y a darle un sentido particular. Así nos ocurrió como pueblo. Primero fue la mirada del otro que nos otorgó un nombre pero luego fuimos nosotros quienes lo adoptamos y le dimos un sentido. Aquella mirada externa nos dio la posibilidad de entender que compartíamos un pasado en común y un futuro en común, que nuestro idioma, nuestras tradiciones y nuestros sabores nos unían el uno al otro.
Este Pesaj, al concluir el Seder que rememora cada año el momento que comenzamos a a tomar conciencia de que somos un pueblo, digamos todos juntos “¡Am Israel Jai (el pueblo de Israel vive)!”. Afirmemos frente a los faraones antiguos y los faraones de nuestros días que el pueblo judío vive, que el pueblo judío no esta destruido ni subyugado. Que el pueblo judío sueña. Que el pueblo judío ya no depende de la mirada ajena para existir, que nuestra propia mirada nos constituye y que con nuestros propios ojos seguimos mirando hacia el futuro.
¡Am Israel Jai!
¡Jag Pesaj Kasher veSameaj!