Hace más de un siglo comenzaron a entregarse los premios Nobel. Hace dos milenios los rabinos transformaron al estudio en un deber sagrado. El mundo está habitado por más de 7 billones de personas. Judíos, hoy día, no hay más de 15 millones. Es decir, la población judía representa el 0.2% de la población mundial. El margen de error de la mayoría de las encuestas ronda en el 2%, los judíos somos diez veces menos que un margen de error.
Desde 1910 hasta el 2013, 194 judíos han ganado el premio Nobel. Estos representan más del 22% de todos los laureados. Israel, en las últimas décadas también ha obtenido varios premios de entre sus ciudadanos. 12, para ser más exactos. Solamente en el 2013 en las tres primeras categorías premiadas (Química, física y medicina) hay 6 judíos (2 de ellos israelíes) premiados. Estos son números que deben llamarnos la atención, deben invitarnos a la reflexión. ¿A qué se debe el número desproporcionado de judíos que han obtenido un Nobel? Respuestas a estas preguntas hay conducido a los peores chauvinismos, a sentimientos de supremacía por parte de algunos judíos. Algunos incluso llegaron a hablar de “genes judíos”; otros citan la fatídica y mal comprendida frase del “pueblo elegido”. Estas argumentaciones no son otra cosa que un antisemitismo invertido. Igualmente devastador.
Desde el ingreso a la modernidad y la apertura de los espacios del saber en el siglo XIX, los judíos en Europa han tenido un rol fundamental en el desarrollo de las ideas, desde la física y la medicina, hasta las ciencias sociales, la química y la filosofía. Los datos hablan por sí solos. Muchos de los judíos que se han destacado en el mundo de las ideas se sentían fuertemente identificados con su condición de judíos; otros no se sentían especialmente identificados pero reconocían sus orígenes y una historia compartida. Otros renegaban de su condición de judíos.
El judaísmo, sin embargo, como civilización ha sido el lenguaje del cual muchos de ellos abrevaron. Quizás no en la práctica ritualista pero sí en el discurso y en sus valores. Todos ellos son herederos de una tradición rabínica que hizo del estudio uno de sus mandamientos más sagrados. En los dos mil años de exilio el pueblo judío encontró su hogar en el estudio y en la reflexión. Por dos mil años, a diferencia de otras naciones, los grandes “héroes” del pueblo judío no fueron guerreros, emperadores o estadistas, sino maestros. Los Talmidei Jajamim, los estudiantes sabios, se convirtieron en el arquetipo a seguir. El sabio era loado (Mishná, Pesajim 4:5) mientras que el ignorante nunca podía ser reconocido como un piadoso (Pirkei Avot 2:5). La ignorancia fue transformada en un pecado, la sabiduría en una virtud.
Más allá de las circunstancias históricas, políticas o geográficas que pueden explicar en pequeña medida la descomunal desproporción entre la población judía y los laureados en los Nobel; la razón principal yace en la herencia de dos mil años: el estudio como elemento medular. Una cultura de dos mil años que aboga y que loa al estudioso y se compromete con la educación no pueden ser borrados fácilmente. No existe el gen judío, existe el lenguaje judío. El lenguaje del estudio.