Cuando ingresamos al cine y nos disponemos a ver una película de ciencia ficción, si buscamos disfrutar durante dos horas entre pochoclos y gaseosas, debemos desactivar por un tiempo nuestra mente crítica y racional. Si cuando vemos Superman vamos a estar todo el tiempo sosteniendo que es imposible que alguien vuele o cuando vemos los X-Men todo el tiempo pensamos que no tiene sentido que alguien saque fuego por sus ojos, no disfrutaremos ni un instante de la película. Aparte de ingresar al cine debemos meternos en el paradigma de la ciencia ficción para poder disfrutar.
Lo mismo debe ocurrirnos cuando nos invitamos a descubrir o redescubrir el judaísmo, la Torá y las historias del Talmud. Cuando ingresamos a la sinagoga para hacer Tefilá, para disponernos a rezar, debemos dejar por unos minutos nuestra mente occidental y racional afuera para poder vivenciar una plegaria autentica. Para elevarnos con sus melodías o para conmovernos con su liturgia. Lo mismo ocurre cuando estudiamos Torá, si cada historia que leemos la miramos con la mente critica occidental todo nos parecerá una fantasía infantil y nos perderemos las maravillosas enseñanzas que la tradición de Israel nos legó. Si cada vez que escuchamos la historia de la apertura del mar de los juncos diremos “es imposible que las aguas se abran mágicamente”, nos perderemos el mensaje eterno en el cual Dios clama por la libertad del ser humano. Abraham Ioshua Heschel enseñaba que uno no puede juzgar a la cultura judía con la óptica heredada de la filosofía griega, para vivir el judaísmo debemos evaluarlo y experimentarlo por sus propios cánones.
Tal como para disfrutar de una buena película debemos ingresar en los paradigmas que el director nos propone, para vivenciar un judaísmo significativo debemos disponernos a abandonar nuestros prejuicios, aunque sea por un rato, para poder disfrutar. Sin embargo, no es bueno vivir en un mundo de películas y fantasías, cuando salimos del cine podemos (y muchas veces debemos) reflexionar críticamente lo que acabamos de ver. Lo mismo ocurre con el judaísmo. En las aulas universitarias o durante los estudios avanzados podemos poner en duda los mitos y las historias “fantásticas” del Tanaj o del Talmud pero para poder vivenciarlo debemos sumergirnos en sus textos y en sus enseñanzas. Debemos vivir la película y no mirarla de afuera. El judaísmo puede ser la más hermosa de las películas, siempre y cuando nos atrevamos a vivirla.