En la tradición judía, las fiestas y los rituales se resignifican con el paso de los siglos y en diálogo con los acontecimientos que atraviesa nuestro pueblo. Hoy hemos sido testigos de un día histórico. Como dice el profeta Isaías: “Ustedes son mis testigos, dice el Eterno” (Isaías 43:10). Tú y yo, todos nosotros, somos testigos de uno de esos días que quedarán marcados de manera indeleble en la memoria colectiva del pueblo de Israel.
Hace dos años también fuimos testigos, pero de la tragedia. Fuimos testigos de un día que nos sacudió como un terremoto y que todavía hoy deja ecos de dolor. Ese día fue Simjat Torá. Hace dos años no pudimos bailar con la Torá aquel sábado por la noche. Nuestra fiesta se transformó en duelo. Desde entonces juramos: “We will dance again”, volveremos a bailar. Y hoy, por fin, podemos hacerlo con más fuerza que nunca: por los soldados caídos, por los asesinados y por aquellos que hoy han vuelto a abrazar a sus seres queridos.
Anoche el mundo entero se conmovió al ver los abrazos de las familias reencontradas después de dos años de cautiverio. Mañana por la noche, nosotros volveremos a abrazar nuestra Torá. Y en ese gesto simbólico abrazaremos también a cada uno de los secuestrados y nos abrazaremos entre nosotros como un solo pueblo.
El poeta nacional Jaim Najman Bialik escribió en su poema “Ajarei Moti” (Después de mi muerte): “Di esto cuando me eulogien: hubo un hombre, y mirad, ya no está. Murió antes de tiempo. La música de su vida se detuvo de repente.” En Simjat Torá de 2023, mil doscientas almas jóvenes murieron antes de tiempo. Muchas de ellas bailaban, celebrando la vida a través de la música. Por eso, desde ahora, Simjat Torá será algo más que la conclusión del ciclo anual de la Torá: será también el cierre de dos años signados por el dolor y las lágrimas. Con este Simjat Torá se cierra un capítulo y se abre un nuevo Bereshit, un nuevo comienzo para nuestro pueblo. La frase tatuada en el brazo de Mia Schem, “We will dance again”, se convertirá en el nuevo lema de cada Simjat Torá de las generaciones por venir.
Si esta tragedia comenzó en Simjat Torá, hoy comienza a sanar en Hoshaná Rabá, el último día de Sucot del año 5785 (2025). Este día se llama literalmente “la gran salvación”, y es exactamente lo que hoy sentimos como pueblo.
Pocos recuerdan que esta “festividad dentro de la festividad” adquirió un nuevo sentido en el siglo VII. Después de siglos en los que los cristianos prohibían a los judíos entrar en Jerusalén, los nuevos gobernantes —los musulmanes— permitieron a los judíos “comprar el derecho” a ingresar a la ciudad una vez al año, el séptimo día de Sucot, Hoshaná Rabá. Desde entonces, delegaciones de judíos de todo el mundo comenzaron a llegar a Jerusalén para ese día. Al amanecer se reunían en el Monte de los Olivos con ramas de sauce en sus manos para pedir a Dios “una gran salvación para el pueblo de Israel”, y luego descendían hacia la ciudad para realizar hakafot, vueltas en procesión alrededor del Monte del Templo, en un gesto de esperanza y redención.
En este último día de Sucot tenemos la costumbre de golpear las aravot, las ramas de sauce, contra el suelo, tal como lo hacían nuestros antepasados hace siglos, para “machacar” los malos decretos contra nosotros. De ahora en adelante golpearemos estas ramas del árbol lloroso por todas las lágrimas derramadas en estos dos años, por los caídos y los asesinados. Golpeamos las ramas de las aravot para no llorar más, para que Dios reciba nuestras lágrimas, como dice el salmista: “Tú has contado mis pasos errantes, guarda mis lágrimas en tu odre” (Salmo 56:9). Las aravot cobran así un nuevo significado: ya no son solo el símbolo vegetal de Sucot, sino también un instrumento espiritual que transforma el llanto en plegaria y la plegaria en esperanza.
Hoy también es el último día en que levantamos y agitamos los arba’at haminim, las cuatro especies, durante el rezo. Este antiguo ritual tiene orígenes inciertos, y por eso a lo largo del tiempo se le han atribuido múltiples interpretaciones. Una de las más bellas aparece en el Midrash Vaikrá Rabá 30:2, donde los sabios enseñan: “Así como dos hombres entran ante el juez y no sabemos quién salió victorioso, del mismo modo Israel y las naciones se presentan ante el Santo, Bendito Sea, en el Día del Perdón. Pero cuando Israel sale de la presencia divina con el lulav y el etrog en sus manos, sabemos que Israel fue el vencedor.”
Los sabios interpretan que levantamos el lulav como un trofeo de victoria, una señal de que hemos sido absueltos en el juicio divino de Yom Kipur. Sin embargo, a partir de ahora, al levantar el lulav cada Hoshaná Rabá, la victoria tendrá otro sabor: agridulce, por los caídos y por tanto sufrimiento, pero también luminoso, símbolo de la resiliencia de nuestro pueblo, de su capacidad de levantarse una y otra vez, de volver a brillar y a soñar.
Esta fue una guerra sin una imagen clara de triunfo. No hubo un Mota Gur declarando “El Monte del Templo está en nuestras manos”, ni una bandera izada como en la operación Uvda en Eilat. Pero el cumplimiento de la promesa del profeta Jeremías, “Hay esperanza para tu futuro, dice el Eterno, y los hijos volverán a sus fronteras” (Jeremías 31:17), es la mayor victoria posible: un pueblo en Israel y en la diáspora que no descansó durante dos años hasta que el último secuestrado regresó a su hogar.
Hace dos mil quinientos años, tras la destrucción de Jerusalén y el exilio, el pueblo exclamaba: “Avdá Tikvateinu”, nuestra esperanza se perdió (Ezequiel 37:11). A fines del siglo XIX, el poeta Naftali Herz Imber escribió un poema titulado “Tikvateinu”, Nuestra esperanza, al que agregó una sola palabra: “Lo Avdá Tikvateinu”, nuestra esperanza no se perdió. Ese poema se convertiría más tarde en nuestro himno nacional, Hatikvá, el canto que devolvió vida y sentido a un pueblo disperso.
El sionismo nos devolvió la esperanza, hizo revivir los huesos secos y volvió a llenar de vida a nuestro pueblo. Y así como en la antigüedad los profetas soñaron con una Jerusalén restaurada, hoy somos nosotros los testigos de un nuevo comienzo.
Desde este año en adelante, Hoshaná Rabá y Simjat Torá nunca volverán a ser lo mismo. Quedarán unidos para siempre, el inicio y el fin de estos dos años marcados por el dolor y la redención. Lo que comenzó con el pogrom de Simjat Torá concluye ahora con la gran salvación de Hoshaná Rabá.