Shabat HaGadol no solo nos invita a prepararnos logísticamente para Pesaj, sino también espiritualmente. Así como limpiamos nuestros hogares, estamos llamados a limpiar nuestros corazones y nuestras mentes. Este año, quiero compartir lo que considero uno de los mensajes más profundos —y, al mismo tiempo, más olvidados— de Pesaj: un regreso a la simpleza.
El Tam: Un Modelo de Fe Sincera
En la Hagadá se nos habla de cuatro hijos: el sabio, el malvado, el simple (tam) y el que no sabe preguntar. Año tras año, solemos exaltar al jajam como el modelo ideal: el niño estudioso, informado, culto. Pero este año quiero reivindicar al tam, el hijo simple.
El tam no formula una pregunta larga ni compleja, sin citas rabínicas ni precisiones legales. Solo pregunta:
“¿Ma zot?” — “¿Qué es esto?”
Y la respuesta que recibe es simple, directa y fundamental:
“Con mano fuerte nos sacó el Eterno de Egipto, de la casa de esclavitud” (Éxodo 13:14).
Esa es toda la historia de Pesaj. Toda la memoria judía, toda nuestra identidad resumida en una sola línea:
Fuimos esclavos. Dios nos liberó.
Sencillo. Poderoso. Verdadero.
La Carga de la Complejidad
A lo largo de los siglos, el judaísmo ha crecido en profundidad, matices y sofisticación —y eso es, sin duda, hermoso. Pero en algún punto, la complejidad se transformó en complicación. Capa tras capa de detalles, cercos sobre cercos, normas sobre normas. Y en ese proceso, a veces, no solo perdemos el bosque por los árboles… sino que incluso olvidamos que estamos en un bosque.
Algunos ejemplos:
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Shabat, originalmente un día sagrado de descanso, hoy puede sentirse como un campo minado halájico. De principios generales —no crear, no construir, no encender fuego— hemos llegado a cientos de detalles, calculando hasta el último minuto del inicio y cierre del día. ¿Es eso descanso?
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Kashrut, que en su esencia consiste en evitar ciertos animales y no mezclar carne y leche, se ha convertido en un laberinto de certificaciones, cocinas dobles, heladeras separadas y hasta listas de pastas dentales prohibidas.
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Tefilá, que alguna vez estuvo centrada en textos esenciales como el Shema o la Amidá, hoy puede sentirse como una avalancha de palabras. Como un bolso que comienza liviano y, con los años, se llena de objetos que nunca se sacan, se vuelve pesado e inmanejable. Muchos judíos no se sienten alejados de la plegaria por falta de interés, sino por sentirse abrumados.
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Y Pesaj es el ejemplo más claro. De evitar cinco granos fermentados, pasamos a un espiral de ansiedad religiosa: chequeamos si la quinoa está permitida, debatimos sobre dentífricos, cubrimos cocinas en papel aluminio y limpiamos durante semanas. Se llega a obsesionar con migas microscópicas. En lugar de abrazar el espíritu de la limpieza primaveral —ordenar, renovar, comenzar de nuevo— convertimos nuestros hogares en zonas de guerra estériles.
¿Qué Quiere Realmente Dios?
Este no es un problema moderno. Los profetas de Israel también lo vieron. Nos recordaron una y otra vez que Dios no busca rituales complicados, sino compromiso, compasión y carácter.
Como pregunta Deuteronomio 10:12:
“Y ahora, Israel, ¿qué pide de ti el Eterno, tu Dios? Solo que lo temas, que sigas todos Sus caminos, que lo ames y que lo sirvas con todo tu corazón y con toda tu alma.”
Siglos más tarde, Miqueas 6:8 lo resumió bellamente:
“Él te ha dicho, oh ser humano, lo que es bueno, y qué es lo que el Eterno exige de ti: solo hacer justicia, amar la bondad y caminar con humildad junto a tu Dios.”
Los rabinos del Talmud llevaron esta idea aún más lejos. En Makot 23b–24a, se preguntan: ¿cómo podemos hacer que las 613 mitzvot sean más accesibles?
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Moshé nos dio 613.
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David las redujo a 11 (Salmo 15).
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Isaías a 6 (Isaías 33:15).
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Miqueas a 3 —el versículo citado arriba—.
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Isaías nuevamente a 2 (Isaías 56:1).
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Y finalmente, Habacuc a 1:
“El justo vivirá por su fe.” (Habacuc 2:4)
¿Qué significa esto? Que toda la Torá, en su esencia, puede vivirse a través de una vida de fe, confianza y sinceridad.
El Heroísmo del Tam
Y allí está el tam, el niño simple. No busca dominar la ley. No complica. Hace una sola pregunta honesta: “¿Qué es esto?”
Y recibe la respuesta más importante.
No una nota a pie de página halájica, no un comentario técnico. Solo esto:
“Dios nos sacó de Egipto.”
A veces, eso basta.
A veces, eso lo es todo.
La matzá, símbolo central de Pesaj, es el pan de la simpleza. Solo agua y harina. Sin ego. Sin tiempo para inflarse. El jametz, en cambio, está hinchado, lleno de sí mismo —una metáfora de la complejidad, del orgullo, del pensamiento excesivo.
Pesaj nos dice: elige lo simple en vez de lo inflado. Elige la matzá.
La Simplicidad como Práctica Espiritual
Esto no es un llamado a abandonar la tradición. Todo lo contrario. Amo nuestros textos. Valoro profundamente nuestras leyes. Pero urge regresar a su espíritu original. Que sean accesibles. Que tengan sentido. Que den alegría.
Podemos vivir una vida judía rica, comprometida y observante sin volvernos locos, sin convertirnos en esclavos de leyes que nos obsesionan en lugar de liberarnos.
No hay nada más liberador que la simplicidad con sentido.
Conclusión: Elegir la Matzá
En este Pesaj, abracemos al tam. Volvamos a la simpleza de la verdad. Comamos la matzá y recordemos: no necesitamos estar inflados, solo presentes. Solo agradecidos. Solo libres.
La libertad no se encuentra en el exceso, sino en la esencia.
Que este Pesaj sea para todos un retorno —no solo a la tradición— sino a la hermosa simpleza que está en su corazón.
Shabat Shalom y Jag Sameaj.