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Mañana se cumplen 80 años de la liberación de Auschwitz, un símbolo del comienzo del fin de la Shoá (el Holocausto Nazi). Leeremos editoriales, veremos publicaciones en redes sociales y escucharemos discursos de muchos pro-palestinos comparando el Holocausto judío en Alemania con lo que hoy el “ente sionista” hace con los palestinos en Gaza. Este es uno de los muchos ejemplos de una táctica que constituye una violencia hacia el lenguaje, la memoria y la identidad: un caso único en la historia donde la apropiación cultural siembra las bases para justificar la violencia.

Una de las grandes creaciones no intencionadas del sionismo fue la existencia de un “pueblo palestino”. Históricamente, nunca hubo un pueblo así definido. Negar que había árabes (cristianos y musulmanes) viviendo en un puñado de ciudades y decenas de aldeas a lo largo del territorio del antiguo Imperio Otomano y luego del Mandato Británico sería una deshonra intelectual. Por supuesto que existían decenas de miles de árabes (y otras minorías) habitando la región junto a unos pocos miles de judíos, pero estos grupos carecían de una identidad colectiva, una historia común, un lenguaje común, una religión común o cualquiera de las características que definen a un pueblo.

Estos árabes, muchos de los cuales migraron nuevamente a Palestina tras la llegada de los judíos sionistas por las nuevas oportunidades económicas, formaban parte del panarabismo y de lo que el mundo musulmán llama la Umma. Su identidad se definía más en términos de clanes familiares, aldeas o ciudades específicas (Jaffa, Haifa, Jerusalén, entre otras) o por sus conexiones con Siria, Egipto o Irak. Sin embargo, a partir de las primeras décadas del siglo XX, y más organizadamente desde los años 60, se autodenominaron “palestinos”, construyendo una identidad diferenciada como modelo para contraponerse al sionismo.

Para hacerlo, y debido a la falta de una historia propia, los pro-palestinos cometieron una de las mayores apropiaciones culturales de la historia: tomaron relatos, términos y símbolos de la historia judía. Este también es un acto de terrorismo simbólico, un intento por tergiversar y apropiarse de nociones históricamente asociadas con los judíos, a quienes ellos califican como usurpadores y colonizadores. Veamos algunos ejemplos:

1. “El Holocausto de Gaza”

Una comparación vil y popular que equipara el genocidio sistemático de seis millones de judíos bajo los nazis con un conflicto militar entre Israel y un grupo terrorista palestino. No existe nada más alejado de la realidad que calificar este conflicto como un “genocidio”. Mientras que el Holocausto fue un plan sistemático para exterminar a toda la judería europea, lo ocurrido en Gaza es una guerra con objetivos militares claros, desencadenada por los ataques de Hamás contra Israel.

2. “Los judíos son los nuevos nazis”

Esta narrativa perversa invierte los roles de víctima y victimario, calificando a los judíos como los propios perpetradores de lo que sufrieron hace solo 80 años. Es una provocación cruel diseñada para indignar y herir a la memoria histórica del pueblo judío. Además, plantea una contradicción para los propios palestinos: su líder Haj Amin al-Husseini, el muftí de Jerusalén, fue un aliado clave de los nazis, y Mahmoud Abbas negó partes del Holocausto en su tesis doctoral.

3. “David y Goliat”

En la Biblia hebrea, la historia de David y Goliat simboliza cómo un pequeño puede vencer a un gigante. Durante décadas, el movimiento sionista adoptó esta narrativa para describir cómo un grupo reducido de judíos defendía su tierra frente a siete estados árabes. Sin embargo, los pro-palestinos han invertido los términos, presentándose como el David que lucha contra el Goliat israelí, enmarcándolo en imágenes como niños con hondas enfrentándose a tanques.

4. “Los palestinos son los verdaderos judíos”

Algunas teorías afirman que los árabes de la región son descendientes directos de los judíos que nunca abandonaron Judea tras la conquista romana y que posteriormente se convirtieron al islam. Estas narrativas carecen de base histórica o científica, pero son utilizadas para socavar la conexión histórica judía con la tierra de Israel.

5. “Los verdaderos semitas”

El término “semitas” fue utilizado en el siglo XIX como categoría lingüística y, posteriormente, como término racial en Europa. Sin embargo, en los últimos años, algunos pro-palestinos argumentan que ellos son los “verdaderos semitas”, mientras acusan a los judíos ashkenazíes de ser “europeos” sin conexión con Israel. Este argumento pretende deslegitimar a los judíos mientras ignora la complejidad de la identidad judía.

6. “Diáspora y Ley de Retorno”

El concepto de diáspora, aunque aplicable a cualquier grupo humano, tiene un origen etimológico y un uso histórico profundamente asociado con el pueblo judío. Los palestinos han adoptado esta idea para presentar su narrativa como una diáspora similar a la judía, buscando borrar su significado histórico. Además, han reinterpretado la Ley de Retorno israelí como una injusticia frente a su reivindicación del “derecho al retorno” de los refugiados palestinos.

7. “Palestina”

El propio término “Palestina” tiene una historia compleja. Durante el Mandato Británico, los judíos sionistas se identificaban como parte de “Palestina”. De hecho, el “Jerusalem Post” se llamaba “Palestine Post” y muchas organizaciones judías utilizaban el nombre “Palestina”. Con el tiempo, los árabes se apropiaron del término, convirtiéndolo en una herramienta para borrar la narrativa judía.

8.»Nunca Más»

La frase «Nunca Más» se convirtió en un pilar de la memoria judía, un compromiso tras el Holocausto para evitar que atrocidades similares se repitan. Su origen se encuentra en un poema sionista de los años 1920 que proclamaba: «Masada nunca volverá a caer,» simbolizando resiliencia y desafío. En la década de 1960, se transformó en un grito de lucha para activistas judíos en Estados Unidos, especialmente seguidores del rabino Meir Kahane, quienes la utilizaban para combatir la persecución judía. Hoy en día, este lema icónico ha sido apropiado por activistas pro-palestinos, quienes lo invocan para trazar falsos paralelismos entre el Holocausto y el conflicto israelí-palestino. Este uso paradójico convierte una frase nacida de la supervivencia judía en una herramienta contra los propios judíos, trivializando el Holocausto y distorsionando su significado.

Conclusión

Estos son solo algunos ejemplos de colonización del lenguaje y apropiación cultural. Este fenómeno tiene sus orígenes en “pseudo-intelectuales” occidentales pro-palestinos que han tomado la historia judía y la han reinterpretado para justificar un conflicto que no tiene paralelo histórico. Combatir estas narrativas con educación y hechos es un paso clave para preservar la memoria y la identidad del pueblo judío. La batalla por la verdad va de la mano de la batalla por la paz y la seguridad. 



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