“De la misma forma que uno salvará a su prójimo, así también, su prójimo lo salvará a él. Y así él mundo será salvado” (Sefer HaJinuj #237)
¿Quién debe tener prioridad a la hora de administrar las vacunas contra el covid? ¿Médicos? ¿Mayores de edad? ¿Docentes? ¿Políticos de primera línea? ¿Se debe distribuir al azar o por medio de ciertos criterios? ¿Qué pasa cuando sabemos que las vacunas “no alcanzarán” y que, por el corto plazo, no habrá para todos? Gobiernos que intentan administrar las pocas vacunas que reciben y la sociedad que critica en foros, notas de opinión y redes sociales la decisión de la asignación. Noticias que indignan sobre personalidades que “se saltean la fila” y se vacunan de forma irregular. En este contexto ¿Qué nos puede enseñar el Talmud (aquel gran compendio de sabiduría judía del siglo VI e.c.?
Para comenzar quisiera compartir una historia. La historia para mi que nos puede ayudar a pensar nuestra realidad para luego poder “actualizarla” a nuestros tiempos. Este relato se encuentra en el Talmud (Baba Metzia 62a, cfr. Sifrá, Behar #5):
Si dos personas están en el camino y una de aquellas tiene una botella de agua. Si los dos toman, ambos mueren. Si uno toma puede llegar a un lugar habitado.
Ben Petora enseñó: es mejor que las dos personas tomen y no que una se quede viendo la muerte de su prójimo. Hasta que Rabí Akiva vino y enseñó: «Para que viva tu hermano contigo» (Lev. 25:36); tu vida tiene preferencia sobre la de tu hermano. |
שנים שהיו מהלכין בדרך, וביד אחד מהן קיתון של מים, אם שותין שניהם – מתים, ואם שותה אחד מהן – מגיע לישוב.
דרש בן פטורא: מוטב שישתו שניהם וימותו, ואל יראה אחד מהם במיתתו של חבירו. עד שבא רבי עקיבא ולימד: וחי אחיך עמך – חייך קודמים לחיי חבירך. |
Dos personas. Una botella de agua. Un desierto. Un relato hipotético que sigue tan vigente como hace 1900 años. Si toman los dos ambos mueren. Si ninguno toma ambos mueren. Si uno toma sobrevive pero en consecuencia el otro muere. Estas son las opciones. Frente a la realidad los sabios talmúdicos intentan elaborar una respuesta ético-pragmática. Muchas veces al enseñar este relato y hacer la pregunta sobre “¿Y qué se debería hacer?” muchos sugieren que ambos deberían tomar un poco (i.e. sobrevivir un poco más) y esperar el milagro. Y sin embargo el pensamiento talmúdico no da lugar a los milagros a la hora de tomar decisiones (b. Pesajim 64b). Los milagros (como cada uno los entienda) sin duda pueden ocurrir pero no pueden ser tomados en cuenta a la hora de planificar y de decidir.
Volvamos al Talmud. Luego de presentar la situación hipotética se presentan dos posturas rabínicas una de un tal Ben Petora y la otra del gran Rabí Akiva, estamos hablando de dos maestros de comienzos del siglo II e.c. En el corazón de su debate está la interpretación del versículo del libro de Levítico: «Para que viva tu hermano contigo» (25:36).
Ben Petora comprende que en una situación semejante cada uno de los involucrados tiene la obligación religiosa de poner en riesgo su propia vida para salvar la vida de su prójimo para que “tu hermano viva contigo”. En este sentido sugiere que ambos deben tomar para que uno no tenga que ver la muerte de su hermano. Según su lectura uno no puede vivir a costa de su hermano sino que debe vivir junto a él y si tiene la posibilidad de salvarse causando necesariamente la muerte de su hermano no debe hacerlo porque el versículo dice que “para que viva tu hermano contigo”. Ben Petora encarna una postura que podríamos denominar moralista-idealista. Vivimos juntos y morimos juntos. Nadie tiene prioridad. Como diría el sabio Rabá: “Jevrutá [compañerismo] o Mituta [muerte]” (b. Taanit 23a). En su lectura la prioridad está en “viva tu hermano”.
Rabí Akiva, por el contrario, ofrece otra interpretación del mismo versículo bíblico: “Para que viva tu hermano contigo”. Este maestro pone énfasis en la palabra contigo, uno tiene que estar vivo para que tu hermano pueda vivir contigo, pero si morís por salvar una vida, ¿cómo se podría cumplir este mandato? Haciendo énfasis en esta última palabra Rabí Akiva luego sugiere: “tu vida tiene preferencia sobre la de tu hermano”. Ante una situación límite si alguien tiene la posibilidad de salvarse debe anteponer su propia vida, su propia salud, frente a la de su prójimo. De nada sirve que dos mueran (¿esperando el milagro?) si uno de los dos puede salvarse.
Pero… ¿Cuál de los dos debe salvarse? Para Rabí Akiva la respuesta parece bastante sencilla: quien posee la botella de agua. Si prestamos atención a como está descrita la situación vemos que no es que “encontraron una botella de agua por el camino” sino que uno de los dos tenía la botella entre sus pertenencias. El dueño de esa botella toma y llega vivo hasta un nuevo asentamiento, su compañero, a menos que un milagro ocurra muere. Rabí Akiva no ve un problema moral en esta decisión sino por el contrario. Para él salvar una vida es preferible a elegir que dos mueran. Y si ahondamos aún más en el relato sería “lógico” que quien se preparó y llevó al desierto una botella de agua tenga prioridad por sobre quien no se preparó para la travesía…
Del desierto a la pandemia
Podríamos actualizar el debate talmúdico a nuestros días y plantear el siguiente escenario: “Estás en el desierto. Hay dos personas. Hay una sola vacuna disponible en posesión de uno de los dos. Quien se la coloca vive. Quien no, muere.” Ahora bien ¿Es comparable? ¿Son las dos situaciones homologables? Depende diría un talmudista.
El virus no es como la sed
No tomar agua por tres días es sinónimo de una muerte inevitable. Con el Covid no sucede lo mismo. Hay quienes por edad o por patologías previas son más propensos a enfermar gravemente e incluso morir y otros quienes incluso al contraer la enfermedad la pasan sin mayores síntomas. En este sentido la aplicación de la vacuna no puede seguir el mismo criterio que la distribución del agua. Alguien debe tener prioridad. Y como en este caso “nadie es dueño de la botella (i.e. vacuna)” sino que hay un tercero que debe administrar las escasas vacunas que llegan y el tiempo apremia debe existir un criterio de distribución y priorización.
Las vacunas no son como el agua
Por otro lado, las vacunas tienen un efecto que el agua no tiene. Quien toma el agua se salva él pero quien se coloca la vacuna no solamente se salva él (de un eventual contagio futuro) sino que también impide que el virus circule a través suyo evitando así contagiar él a otros. Entonces desde esta perspectiva la aplicación “prioritaria” de la vacuna no es necesariamente un acto egoísta como podría suponer Ben Peteira sino un acto también que permite salvar las vidas de otros. En el caso del desierto y el agua uno se salva y el otro muere, en el caso de las vacunas pueden ambos ser salvados (aunque claro está que quien se coloca la vacuna tiene muchísimas más chances de sobrevivir que quien todavía no se la colocó). Si fueran solo dos personas inmediatamente con que uno reciba la vacuna se adquiere una inmunidad de rebaño. No somos dos pero es posible pensar que si bien todos quisiéramos ser vacunados ya cada persona que se vacuna nos ayuda a todos en general a alcanzar la tan esperada inmunidad de rebaño.
No estamos en un desierto
Otra posible diferencia es que en el caso talmúdico nos encontramos en un desierto y el conflicto moral-pragmático es entre dos personas. En nuestra realidad estamos en un mundo interconectado donde son millones de personas y quien posee la botella (la vacuna) es un otro, en este caso los gobiernos que administran las muchas o pocas dosis de vacuna que puedan conseguir de los laboratorios, por lo cual el conflicto deja de ser entre individuos y pasa a ser un tema decisional ético-pragmático de los Estados.
Y aquí quiero hacer una primera observación: si esto es así ninguna persona que siguiendo los protocolos y lineamientos que el Estado dictaminó para la priorización de la vacunación debe ser acusada por otros ciudadanos (como se ha visto) de inmorales o ventajistas “sacandole la vacuna a los más ancianos o a los médicos que más lo necesitan” ya que la decisión no partió de ellos sino que es una consigna gubernamental. Nunca es un acto egoísta ser vacunado ya que como veremos más adelante todos tenemos derecho a ser vacunados. Ni es tampoco un acto de heroísmo y virtuosismo desistir de aplicarse uno la vacuna cuando uno entra dentro de los criterios establecidos.
¿Quién necesita una vacuna en el desierto?
Una posible objeción a equiparar ambas historias es que en el desierto necesitamos agua para sobrevivir, no vacunas. Lo cual nos puede llevar a pensar que también en estos tiempos aparte de vacunas necesitamos agua si es que estamos en un desierto. Los Estados si bien deben priorizar la salud, esta variable, si es tomada como única referencia, será tan letal para la sociedad como desatender la crisis sanitaria. En este desierto que nos encontramos necesitamos vacunas pero también agua. Necesitamos educación para nuestros niños, estabilidad económica para nuestros trabajadores, ocio para nuestras mentes, actividad física para nuestros cuerpos. Hay que pensar en las vacunas… pero también en el agua. Una urgencia nunca debe desplazar lo vital.
¿Si los dos toman ambos mueren pero si los dos se vacunan?
Pensemos una hipótesis más que interesante. En el relato talmúdico si ambos toman el agua ambos mueren pero en nuestros tiempos donde muchas de las vacunas requieren dos dosis si en vez de darle las dos dosis a una sola persona y cubrir en un mayor porcentaje su capacidad inmune (arriba de un 90% en promedio) se prioriza dar una sola vacuna (por ahora) a dos personas donde la efectividad será de entre un 60/70% pero dos personas en vez de una estarán mejor protegidas… Lo que era una postura ética-idealista de Ben Petora puede convertirse en este contexto en una decisión pragmática más que aceptable. Si uno se da la vacuna está 100% (aunque nunca es infalible) seguro de que sobrevivirá (al COVID por lo menos) sin embargo si dos se dan la vacuna el porcentaje disminuirá pero se vacunará un 50% más rápido la población de riesgo hasta que lleguen más dosis. Un punto para reflexionar y debatir.
¿Quién vivirá y quién morirá?
En la liturgia de los Iamim Noraim (Altas Fiestas del calendario judío) repetimos esta frase en uno de los momentos más celebres de la oración: “¿Quién vivirá y quién morirá?”. En la teología judía ese lugar decisional lo ocupa D-s pero en medio de una pandemia muchas veces también ocupan esa terrible carga los políticos con sus decisiones y los médicos con sus prioridades. Cuando falta el oxígeno y camas ¿a quién se debe priorizar? ¿A los más jóvenes o sanos que tienen más posibilidad de sobrevivir? O por el contrario ¿A los más ancianos y graves que necesitan con mayor urgencia toda la ayuda médica que puedan encontrar? Y en relación a la distribución de las vacunas ¿quién debe tener prioridad cuando las mismas escasean o bien cuando el proceso de vacunación por más que estén disponibles las vacunas para todos llevará meses sino años? ¿Los médicos que están conviviendo con el virus constantemente? Y de ser así ¿todos los médicos (y trabajadores de la salud) incluso los que no ven pacientes de forma presencial o bien que trabajan en otras áreas de la salud o solamente aquellos que estén en los pasillos con enfermos covid? ¿Los docentes para que los estudiantes puedan volver a las aulas? Y en este caso ¿los docentes están más expuestos que un cajero de un supermercado o un conductor de autobuses? ¿Los ancianos con quienes este virus se ha ensañado con mayor crudeza? ¿Jóvenes y adultos que padecen enfermedades que los hace susceptibles de ser más vulnerables a desarrollar síntomas más agudos en caso de contraer el virus? Sin duda no son preguntas simples y seguramente a ninguno de nosotros nos gustaría estar del otro lado del mostrador teniendo que tomar esta decisión. Y sin dudas cada decisión será celebrada por parte de la población y muy criticada por otros sectores.
Las prioridades desde la óptica judía
Más allá que en estos casos sin duda la priorización debe seguir criterios epidemiológicos y científicos que por un lado ayudan a bajar la mortalidad del virus y a su vez ayuden a bajar la curva de contagios me gustaría poder ofrecer aquí algunos criterios de priorización que podemos encontrar en las fuentes judías.
- Tu sangre no es más roja
El Talmud en un afamado pasaje discute el concepto de “Iehareg veal Iaavor (ser matado pero no transgredir)”. En el caso de que a una persona le digan que debe matar a otro, según el Talmud, uno debería quitarse su propia vida o dejarse matar pero nunca asesinar al prójimo. Y al respecto dicen los Sabios: “¿Acaso pensas que tu sangre es más roja que la de tu prójimo?” (b. Sanedrín 74a). Todos tenemos la misma sangre. En el judaísmo no hay príncipes con sangre azul y el pueblo con sangre roja. Todos tenemos el mismo color de la sangre. En el exterior nuestro color de piel nos puede diferenciar, nuestra posición económica o lugar en la sociedad nos diferencia, pero la sangre nos une. Todos descendemos de Adam (el primer ser humano) quien en su nombre contiene la palabra hebrea Dam (sangre); y de él todos compartimos su sangre, eso nos hace a todos iguales.
De aquí aprendemos que nadie debe pensar ab initio que “su sangre es más roja que la de su prójimo”, que uno tiene por X razón más prioridad a vacunarse que otro. Nadie puede ni debe intentar con influencias o manipulación buscar su propia ventaja personal salteando los pasos (“colándose en la fila”) y las prioridades establecidas por los gobiernos. Nadie tiene más derecho que otros. En “teoría” o por lo menos en un principio todos tenemos la misma obligación de ser vacunados por lo cual nadie tiene la prioridad.
- No desplazamos una vida por otra
Existen también aquellos que siendo de grupos de riesgo (ya sea mayores de edad o personal de la salud) tienen una postura llamemosla “heroica” diciendo “yo cedo mi vacuna, yo doy mi vida por otros”. Muchas veces al contar la historia del desierto muchos dicen que en ese caso no dudarían en si son dueños de la botella cederla al otro para que sea este quien viva aunque eso nos cueste nuestra propia vida. Esta postura, sin duda muy loable desde un espíritu romántico, no es precisamente la línea de pensamiento rabínico que establece que “no desplazamos una vida por otro” (m. Oholot 7:6). En el contexto donde aparece esta Mishná se dice que si una madre le está costando parir y su vida está en peligro pero la mayor parte del bebé ya salió no se puede “desplazar una vida por otra”, no se puede elegir por criterios personales salvar a la madre o al bebé sino que la decisión debe ser tomada por los médicos con que hay que salvar a quien más posibilidades tiene de sobrevivir. Y más aún, en el caso de que el feto todavía este en el vientre de la madre, al no considerarse al feto una vida plenamente constituida si el feto o la madre corren peligro la madre no puede (por lo menos desde la perspectiva legal judía) decir “dejenme morir a mi para que mi bebé sobreviva” sino que técnicamente deben privilegiar la vida de la madre que es una vida plena ya constituida. Pero este mismo principio nos indica que una vez vivo, no importa la edad ni otra condición social una vida vale una vida y ninguna vida vale más que otra. Y que en última instancia la decisión de quien salvar o priorizar no parte de un criterio individual personal sino de una decisión heterónoma basada en criterios generales.
- Cuidarán sus cuerpos
Existe además un mandamiento positivo de cuidar nuestro propio cuerpo, nuestra propia salud y nuestras propias vidas. Esto no nos hace egoístas ya que este mandato le pertenece a todos por igual por lo cual de uno recibir la vacuna (al entrar en los criterios asignados por las autoridades) uno tampoco debería desestimarlo ya que tenemos un mandamiento positivo de cuidarnos a nosotros mismos. Sin embargo algunos podrían decir que también existe el mandamiento de salvar la vida de nuestros prójimos cuando estás están en peligro basados en el versículo que dice: “no te quedarás inmovil ante la sangre de tu prójimo” (Lev. 19:16). Y si bien es cierto que tenemos la obligación legal de ayudar al otro que está en riesgo (b. Sanedrín 73a) los Sabios una y otra vez, aclaran que esto no puede ser a costa de nuestras propias vidas. Si hay un “riesgo” podemos tomarlo pero si es certero que moriremos o si el riesgo es demasiado alto nuestra vida en ese caso tiene prioridad y no debemos arriesgarnos “inútilmente” por un otro. Ya sea saltando a altamar a rescatar a alguien que se está ahogando si no sabemos nadar o si hay una gran tormenta o bien si tenemos alguna patología, somos mayores de edad o bien si somos personal de salud en contacto directo con pacientes de COVID a diario. No es egoísta intentar preservar nuestra salud.
- El sabio es preferible que el rey
Hasta este momento hemos enfatizado que ninguna vida vale más que otra vida, que un moribundo es como una persona sana en todos los sentidos (Semajot 1:1), que nadie puede considerar que su sangre es más roja que la de su prójimo, que no podemos desplazar una vida por otra… y sin embargo existe un antecedente en la jurisprudencia rabínica que parecería poner de cabeza todos nuestros argumentos. Lo encontramos a final del tratado de la Mishná de Horaiot (3:7-8):
El hombre tiene preeminencia por sobre la mujer para ser salvado y para devolverle los objetos perdidos. La mujer tiene preeminencia por sobre el hombre para que le provean vestimenta y para liberarla del cautiverio… Un sacerdote tiene preeminencia por sobre un levita, y un levita sobre un israelita, y un israelita sobre un bastardo, y un bastardo sobre un guibonita, y un guibonita sobre un converso, y un converso sobre un esclavo liberado.
Sin duda esta fuente puede causar cierto malestar en los lectores modernos entendiendo que los principios de igualdad antes mencionados no se aplican en la realidad. Es como si los rabinos fueran conscientes (y lo expresan) lo que muchas veces sucede en nuestras sociedades (a ocultas). Por un lado a nivel discursivo “todos somos iguales” pero en la práctica hay algunos “más iguales que otros”. Ciertas personas por el lugar que ocupan en la sociedad, por su poder económico, por sus conexiones tienen cierta “preeminencia” legal o no legal para diversos asuntos y la distribución de las vacunas no es la excepción.
Comencemos sin embargo a explicar esta Mishná. Al parecer hay una clara estratificación en el pensamiento rabínico sobre “quién es más sagrado” (ver Bartenura ad. loc.) y quien merece ser salvado primeramente ante una situación u otra. En este sentido los hombres deberían ser salvados primero y dentro de los hombres hay una jerarquía basada en una suerte de castas o escalafón social que va desde los sacerdotes (en el lugar más elevado de la sociedad) y por último al final del escalafón los esclavos liberados. La Tosefta (Horaiot 2:8) agrega incluso que un rey está por encima de un Sumo Sacerdote y que un Sumo Sacerdote está por encima que un profeta.
Si tomamos al pie de la letra esta Mishná hay una clara prioridad que deberíamos aplicar a la hora de la repartición de las vacunas: hombres sobre mujeres, políticos de altos cargos sobre otros trabajadores, ciudadanos sobre extranjeros residentes… y sin embargo un primer dato de color: esta Mishná nunca quedó codificada como la Halajá. Es decir, este presupuesto de la Mishná nunca se llevó a la práctica en la historia legal judía. Aparece citada solamente muy al pasar en el Mishné Torá de Maimonides pero sólo en relación a cómo priorizar la distribución de las donaciones a los necesitados (Matanot Aniim 8:15). Legisladores contemporáneos de la talla del Rav Moshe Fainstein, Rav Shlomo Zalman Auerbach, Rav Herschel Schachter, desestiman esta Mishná a la hora de analizar el triaje de urgencias médicas. Punto interesante para reflexionar. Al contrario de lo que sucede en nuestras sociedades esta estratificación está en los “papeles” pero en la práctica nunca ningún legislador pensó en aplicarlo a la hora de la distribución de vacunas o máquinas de oxígeno.
Hay algo incluso más interesante aún… que la Mishná continúa y nos da una condición que antes no había aparecido:
¿Cuándo sucede esto? En la circunstancia que todos sean iguales [en términos de sabiduría]. Sin embargo si el bastardo es un sabio y el Sumo Sacerdote un ignorante, el bastardo sabio tiene preeminencia por sobre un Sumo Sacerdote ignorante.
El principio de escalafón definido por nacimiento (ya sea género o “casta”) se ve desafiado por otro principio aún mayor en el pensamiento rabínico “la sabiduría”. Técnicamente ante una situación de peligro se debiera salvar al hombre por sobre a la mujer pero si la mujer es sabia y el hombre es ignorante se debe salvar a la mujer, lo mismo sucede entre un bastardo sabio y un rey ignorante, el primero tiene prioridad. La sabiduría distorsiona la jerarquía social. Y la Tosefta nuevamente agrega algo aún más interesante. Si hay que elegir salvar a un rey o a un sabio, se debe salvar al sabio. ¿Por qué? “Si muere el sabio no hay quien lo reemplace pero si muere un rey todos los judíos pueden ocupar aquel lugar” (Horaiot 2:8). Traduciendo esta Tosefta a tiempos de pandemia los sabios podrían ser los médicos y el resto del personal de la salud y los reyes podrían ser funcionarios. En uno se necesita una expertis (muy difícil de reemplazar si fallece) y en el otro caso es solo un puesto (por más importante que sea) que muchos pueden fácilmente reemplazar.
En conclusión esta Mishná (y su Toseftá) nos dejan dos claras enseñanzas: (1) Si bien en la sociedad existe un escalafón social el mismo no debe incidir en la toma de decisiones para la priorización de la vacunación. (2) Los sabios de nuestros días (el personal de salud) debe tener un lugar privilegiado en el proceso de vacunación.
A modo de conclusión
Dos personas. Una vacuna. Un desierto. Todos por igual tenemos derecho a una vacuna pero los medios (por ahora) son escasos. Los gobiernos deben tomar una decisión estratégica. Deben jugar a ser D-s. Esta decisión sin embargo nunca puede estar basada en decisiones discrecionales, favoritismos y amiguismos. El principio que debe reinar es el de igualdad ante la ley (“Un mismo estatuto tendréis para el extranjero, como para el natural”, Lev. 24:22) y ante la necesidad de recibir una vacuna. Y sin embargo debe generarse un sistema de prioridades. Ninguno será perfecto. Todos pueden ser cuestionados pero una decisión debe ser tomada. La priorización de las campañas debe estar regida por criterios públicos y siguiendo los parámetros y recomendaciones de los “sabios” (epidemiólogos a la cabeza pero también psicologos, sociologos, economistas).
Se debe dar prioridad absoluta a los médicos que están diariamente liderando la lucha contra el COVID. Y después la discusión queda abierta aunque a nivel mundial se ha llegado casi a un acuerdo implícito que los sectores que por edad avanzada o condiciones médicas preexistentes deben ser los primeros en recibir una vacuna y luego ir descendiendo.
En relación a los maestros la decisión no es tanto epidemiológica, me atrevería a decir, sino es una consideración sociológica entendiendo que mantener las escuelas abiertas y funcionando es también prioridad para la mayoría de las sociedades tanto como bajar la curva de contagios y la tasa de mortalidad ya que no estamos en un desierto y la vacunación no puede (ni debe) ser la única variable aunque sí la más importante. Lo mismo ocurre con otros profesionales y empleados de diversas áreas, la consideración para su orden en la vacunación debe estar ligada a una decisión objetiva de riesgo y función general para el desarrollo de la sociedad y especialmente para enfrentar la pandemia.
Si por criterios del gobierno un grupo tiene prioridad por sobre otro quien recibe la vacuna no debe sentirse culpable ya que “todos merecemos la vacuna” y todos tenemos el mandamiento de “preservar nuestras vidas”. No es un acto egoísta. El resto de la sociedad aunque no coincida con la designación no puede ni debe humillar públicamente (algo totalmente prohibido enfaticamente por las fuentes rabínicas) a quien legalmente se aplicó la vacuna. Es una decisión que excede al individuo y él/ella solo hacen uso de aquella determinación.
Desde una lectura judía uno no debe realizar un acto heroico y ceder su vacuna, hasta es muy posible que a nivel porcentual aunque todos los que estuvieran en su situación lo hicieran, no cambiaría demasiado las estadísticas. Aunque si alguien desea rechazarla también debe poder hacerlo y nadie debería ser obligado a ser vacunado si no lo desea aunque desde la perspectiva legal judía hay una clara obligación legal de vacunarse no solo para uno salvar su propia vida sino también para proteger la vida de nuestro prójimo (aunque este asunto excede la temática de nuestro breve ensayo).
Dos personas. Una vacuna. Un desierto. Ninguna decisión será la mejor. En la decisión deben regir posiciones éticas pero también pragmáticas. El salvar una vida es mejor que no salvar ninguna.
Una última consideración: estar preparados para caminar por el desierto.
Antes de concluir una última reflexión. En el relato talmúdico, según la lectura de Rabí Akiva, quien debía tomar el agua era quien había salido con el cántaro al desierto. Desde el comienzo de la pandemia se ha visto una inequidad en cómo diversos países han podido responder a la crisis sanitaria. Sin entrar en una polémica o crítica al sistema capitalista y a la inequidad existente en el mundo entre “países ricos y países pobres” si vale la pena remarcar que los países que mejor pudieron sortear, en mayor o menor medida, esta pandemia fueron aquellos que salieron al desierto con un cántaro. Países con sistemas de salud robustos, con sistemas de información de los ciudadanos bien organizado, con sistemas de organización de las administraciones públicas y de trabajadores esenciales bien organizado y manejado, con hospitales preparados, con médicos y enfermeros formados, con laboratorios y bioquímicos capaces de producir las vacunas, tuvieron y siguen teniendo mayores herramientas para hacer frente a esta crisis que estamos viviendo. Un adagio talmúdico nos dice que quien se prepara para comer en Shabat tendrá lo que comer en Shabat pero quién nada prepara ¿qué tendrá para comer? (b. Avodá Zará 3b). Lo mismo sucede con nuestras sociedades. Esta enorme crisis que estamos atravesando que ya se vislumbra una posible salida en los próximos meses (o años en algunos lugares) debe servirnos para repensarnos como sociedad. Si no lo hacemos a nivel moral por lo menos intentemos hacerlo a nivel pragmático. El mundo es un gran desierto y siempre debemos andar con una botella de agua. Tener a mano un cántaro de agua es la diferencia entre la vida y la muerte. Tener un sistema de salud robusto e invertir en desarrollos de vacunas de forma anticipada también lo es.